El modelo del Real Madrid es la constatación de la falta de modelo y la apuesta por la suma de individualidades, de modo que no se sabe ni por dónde va a atacar ni por dónde va a defender. Eso lo convierte en un equipo que lleva peligro a las dos áreas. En esa extraña propuesta, cuando no le acompaña la pegada carece de método al que recurrir. Y por el camino, esta temporada, ha ido perdiendo la capacidad de arrastre de Cristiano Ronaldo, que enmascaraba muchos déficits con su poder anotador. El portugués, desde que le dio por gritar en la gala del Balón de Oro, se ha desdibujado.
La Juve es todo lo contrario. Tiene un plan. Sin balón, trabaja colectivamente, con las líneas juntas. Cuando lo recupera, no lo rifa. Y arriba confía mucho en el trabajo incansable de Morata y en ese espíritu libre que es Tévez. No le importó verse por detrás en el marcador, consciente de que el golpe podía llegar en cualquier momento. Como en el partido de ida. Y con eso le bastó para llevarse la eliminatoria. En la primera parte el Madrid mereció algún gol más. En la segunda, fue perdiendo fuelle. En el global, disparó mucho más que la Juve, pero con balas de fogueo. Y el banquillo no fue capaz de cambiar el signo del partido.
El colectivo blanco anticipó el despido de una temporada en la que, a la hora de hacer balance, serían interesante buscar respuesta a un interrogante: ¿Quién y con qué criterio construyó el equipo? Porque el equipo solo funcionó cuando se juntaron en la sala de máquinas Kroos, Modric, Isco y James. Y se fue deshilachando con la BBC fuera de forma.