23 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Aún retumban en mi cabeza varias de sus coletillas. Como aquel 16 de septiembre de 1996, mi primer día en La Voz. Para los que como yo aprendimos a leer sobre el periódico, Vituco Leirachá era una institución. Y más si se hablaba del Dépor. «Escúchame, que soy mayor», me espetó a la hora de hacer una información sobre el Hércules, antes de relatarme una colección de anécdotas que llenaría la sección durante varios días.

La vida nos llevó a coincidir años más tarde en Radio Voz, con Pablo Portabales. Y ahí encontré a un Vituco que, además de fútbol, demostraba un enorme saber de la vida. Compartimos muchas risas, varias discusiones y, sobre todo, fraguamos un respeto que se mantuvo a lo largo del tiempo. Me presentó a alguna de mis mejores fuentes, aprendí como tejer alianzas entre bambalinas y, sobre todo, a respetar el periodismo por encima de todo. Porque el hijo de la señora Juanita, el niño de la calle San Juan, las dos muletillas con las que acostumbraba a referirse a sí mismo, me dio la lección definitiva de cualquier aspirante a ser un buen reportero: «Tú pregunta, que si alguien no contesta, es peor». Y así compartimos muchas tertulias, amigos comunes y una sucesión de historias que ya me acompañarán para siempre. Porque en un momento era capaz de contar un pacto de gobierno, una alineación o los secretos de cualquier intrahistoria de La Coruña de los últimos setenta años. Se fue sin hacer ruido, pero por Servisa pasaron muchos de los que no le olvidarán. Gracias Vituco, por todo. Y dale un abrazo a Palau.