El obradoirismo respeta su historia

Manuel García Reigosa
M. G. REIGOSA SANTIAGO / LA VOZ

DEPORTES

Jorge Marqués

Kendall esperaba un buen recibimiento en Sar y se llevó un recuerdo que desbordó sus expectativas

02 feb 2015 . Actualizado a las 12:33 h.

El obradoirismo cuida y respeta su historia. Partidos como el del sábado lo atestiguan, con la presencia de Paco Dosaula y Popocho Modrego (el capitán que firmó bajo protesta el acta del célebre partido contra el Júver Murcia) y la de Levon Kendall por vez primera en Sar con una camiseta que no era la de casa. El canadiense se llevó el primer gran aplauso en la ronda de presentaciones, y el mayor a la conclusión del encuentro, cuando se retiraba a los vestuarios. Se esperaba un buen recibimiento y se llevó un recuerdo indeleble.

Kendall aterrizó en Santiago cuando el Obradroiro militaba en la LEB y se fue a Berlín después de tres cursos en los que firmó un ascenso, la primera permanencia del equipo en la ACB y la histórica clasificación para el play off por el título de Liga.

El camino no fue tan sencillo como pudiera parecer a primera vista y estuvo muy cerca de verse interrumpido hacia mitad de trayecto. Hace tres años, a estas alturas, el equipo atravesaba un delicado momento deportivo, con solo cuatro victorias en su casillero. Se quedó a un paso de ser cortado para hacer sitio a Songaila, que acababa de poner fin a su etapa en el baloncesto turco. Como quiera que el lituano tardó más de lo previsto en desvincularse del equipo y el Obradoiro empezó a remontar el vuelo, una operación que estaba casi hecha no se concretó. Y a partir de ahí se vio la mejor versión de Levon Kendall.

Sar le tributó el sábado la ovación que se merece, la que se supo ganar dentro y fuera de las canchas, por su facilidad para compostelanizarse.

El día de su presentación, sin dar tiempo a que le tradujesen una pregunta respecto a si se consideraba un cuatro o un cinco, respondió en español: «Un cuatro y medio». Lo cierto es que demostró ser un pívot capaz de mezclar con cualquier compañero de viaje: con Oriol, con Ruffin, con Hopkins, con Lasme, con Mejri, con Hummel...

Pero Kendall fue también un ciudadano que se dejaba ver con frecuencia por la Praza de Abastos, o haciendo tai chi en Santa Isabel. Ya en su primer año se preocupó por conseguir gusanos para hacer compost con los residuos generados en casa. No dejó de cultivar su buena mano con el piano. Y siempre fue un jugador cercano a los aficionados. Al igual que en su regreso, en el que se hizo tantas fotos como le demandaron.

También pudo comprobar que su labor desinteresada a través de la fundación con la que desarrolla acciones sociales en África, no ha caído en saco roto. De todo ello habló en una charla en el colegio Peleteiro, en su etapa en Santiago. Y varios de aquellos alumnos no quisieron dejar pasar la oportunidad de hacerle llegar el sábado una camiseta repleta de dedicatorias, reflejo de la huella que les dejó aquella jornada en la que el baloncesto quedó en un segundo plano.

Kendall comentaba tras el partido que había sido una tarde noche de alegría y melancolía, de sensaciones que gratifican. Al saltar a la pista, el primer impulso lo hubiese llevado al banquillo local. Durante el choque no dejó de avisar a sus compañeros de las jugadas preparadas que él conoce bien de su época en Compostela. Esos automatismo quedan grabados y se identifican al primer movimiento, como las fotografías que se han revisado una y mil veces.

Le dolió la derrota amarilla, no menos que otras veces, pero sí de otra manera, porque a escasos metros y a su alrededor quienes celebraban el triunfo eran unos seguidores y un grupo que él conoce bien, un paisaje del que formó parte durante tres años.