Aquella vieja esencia del fútbol

Raúl Caneda

DEPORTES

12 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Echando la vista atrás, recuerdo cuando empezaban a llegar las primeras noticias del fútbol en Japón y nos sorprendía sobremanera que los aficionados no eran seguidores de un equipo sino que lo eran de algún jugador en concreto, de los productos que generaba la mercadotecnia. Cuarenta años más tarde, hoy contemplaremos una ceremonia para premiar al mejor jugador del planeta que ya tiene la misma trascendencia que la final de la Copa de Europa. Esto es un claro indicador de que lo que pasa cada domingo en los estadios cada vez importa menos, es una señal de que esta mercantilización en el mundo del balón trata de comerse a la realidad.

Y en este fenómeno, en este viaje de cambio -porque la memoria es frágil y ahora parece que esto siempre fue así-, hay un enorme beneficiado: la industria del ruido, que encuentra argumentos para alimentarse a diario. Y perjudicados: la esencia del fútbol, donde jamás un premio individual debiera imponerse en un deporte colectivo; y los protagonistas, Cristiano Ronaldo y Messi, porque esclavizados por esta exigencia mediática pueden acabar más preocupados de sus goles que del rendimiento de sus equipos. Hasta tal punto es así, que se sienten agraviados cuando el entrenador decide dosificar sus minutos sobre el campo para tratar de incrementar las prestaciones de su grupo a lo largo de la temporada.

Es en este punto donde uno siente una profunda nostalgia y le vienen a la memoria las estrellas de antaño, los Platini, Maradona, Cruyff o Zidane, y cuando el Balón de Oro suponía lo que suponía y el fútbol solo generaba el domingo. El día del partido.