Claudia Calvelo Ameijeiras: «Algunas sin el baloncesto no son nadie, yo puedo sobrevivir»

Pablo Gómez Cundíns
pablo gómez A CORUÑA / LA VOZ

DEPORTES

VÍTOR MEJUTO

Sigue adelante potenciando sus valores tras la desaparición del Burgos, donde se estrenó en la élite

24 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La coruñesa Claudia Calvelo (Gijón, 1992) juega porque ama el baloncesto, o eso dice desde la noche de los tiempos. Lo de hacerlo por dinero es harina de otro costal. Su primer equipo en la máxima división, el Ciudad de Burgos, echó el cierre. Media docena de medallas con la selección en categorías inferiores adornan su palmarés. Ese glorioso y agitado pasado da paso a un futuro ilusionante.

-Primer año en la élite, buena actuación deportiva y desaparición del club. ¿Cómo se encuentra?

-Espléndidamente. La temporada fue muy complicada al principio, por circunstancias personales. Una vez adaptada, todo fue genial. Gracias a Berta, Belén y Adaora.

-¿Los impagos condicionaron?

-Los hubo desde el segundo mes. Las veteranas, con familia y casa, lo pasaron peor. Las jóvenes sabíamos que nos lo íbamos a encontrar. Los avales garantizaban el cobro. Había que sumar por el equipo. Algunas como Berta venían de cuatro clubes con impagos.

-¿Para qué se juega, en ese caso?

-Porque te gusta. O esa debe ser la respuesta correcta. Asumes los retrasos, pero sabes que en el baloncesto cobrarás por el aval, así que puedes seguir aportando con positivismo, si superas lo anterior.

-¿Llegó a sentir que solo se divertiría jugando con los amigos?

-Sentí que en el mundo profesional me iba a encontrar muchas veces con gente desilusionada. Te das un batacazo contra la realidad. Es muy complicado, pero soy muy optimista y es verdad que no tenía necesidad perentoria. Todo es una elección personal. Somos profesionales. Si no te pagan, no puedes jugar. Pero si hay garantía de cobro...

-¿Se arrepintió de haberse ido?

-Ni en los peores momentos. Quiero jugar. Aprendí que se puede salir adelante. Gané mucho en valores personales, gracias a los que me acogieron. Como Berta, o el segundo entrenador, Chema. No conocí otro técnico que sepa más de baloncesto. Transmitía confianza y afinidad. Soy consciente de que puede que no siempre sea así.

-¿Tardó demasiado en irse?

-Desde fuera se puede pensar así, pero desde dentro yo veo que no. Me puedo arrepentir de no haberme ido a Chicago, pero si me hubiese ido a Siglo XXI con catorce años no tendría esta la escala de valores ni estos amigos de Perillo. Conozco personas que sí lo hicieron y algunas sin el baloncesto no son nadie; yo puedo sobrevivir sin él. Aunque para mí el básquet lo es todo y lo necesito. No me fui antes por los estudios. Mi escala de valores se ha ido matizando. No quito valor a mi carrera. Quiero ser enfermera. Me encanta trabajar en el hospital. Pero llegó un punto de que si quería ser la mejor posible en el baloncesto necesitaba centrarme en ello. No había horas para más.

-¿Creció también en su juego?

-Me di cuenta de que tengo un repertorio muy amplio de movimientos, pero que nunca sistematicé ni respetaba los espacios. Gané disciplina. Peco de inocente. No quiero jugar sucio. Odio las que vienen por detrás y te pellizcan. ¡Que usen su técnica para superar a su rival!. Pienso que podría haber dado algo más al equipo en cuestión de números. Aunque yo creo más en las sensaciones. Asumí que mi rol no sería el mismo que en Lugo, pero fue positivo cuando la confianza del entrenador creció.

-¿Se ve volviendo a la selección?

-Siempre. Fue mi casa. Guardo la ilusión de volver a estar al nivel de volver a la selección absoluta.

-¿Cansada de volver a empezar?

-Soy demasiado joven para eso. Además, no es comenzar del todo. Seguiré hasta que reviente. Los clubes vivían de las subvenciones. Esperemos que la crisis sirva de criba para los mal gestionados, aunque no creo que sea tan maniqueo. El básquet femenino no vende. Tengo 22 años. Soy mujer. Quiero vivir. En el deporte femenino es imposible. Por eso tengo tanto aprecio a mis amigos. Estoy creciendo y mi positivismo puede que me nuble un poco, pero surgen preguntas: ¿Cuándo tener un hijo? ¿Tener pareja o no? Esto es el deporte profesional. Una jungla. Un horror. Yo jugaba porque me gustaba y me crie en un pabellón.

-¿Ya no le gusta?

-Me encanta. Y he encontrado más gente. Por eso sigo. Es un sostén emocional que alimenta la ilusión. Sé que me puedo quemar con el tiempo. Lo veo también en los entrenadores, en la ilusión que transmiten y cómo plantean los partidos. Este fue brisa fresca. Los vi que fomentaban el juego sucio.

-¿La relación con su padre, el exjugador de ACB José Manuel Calvelo, le define?

-Y con mi madre. Yo decido, pero ellos están en la sombra. Yo me adapté más rápido a los cambios que ellos. Ves que ya no hay esa ilusión, gente que va cayendo. Desilusiona ver a gente que le brillaba la cara cuando jugaba y lo ha dejado. El deporte profesional es un horror, pero aún guardo a la niña que iba con la selección.

-¿De qué le sirvieron las medallas?

-Para darse a conocer, porque somos un producto. Pero me quedo con los recuerdos, la empatía.