Manel Sánchez: «El baloncesto de hace veinte años era más romántico»

Miguel Álvarez LUGO / LA VOZ

DEPORTES

OSCAR CELA

El ex internacional lucense se muestra crítico por el escaso apoyo a la base

04 dic 2012 . Actualizado a las 00:18 h.

Santo y seña del Breogán en la década de los ochenta, este año se cumplieron veinte desde que Manel Sánchez abandonó la disciplina celeste. Internacional con España, recuerda el baloncesto de su época como más artesanal y romántico que el que se practica en la actualidad.

-Supongo que no le gustará que le digan que dejó el Breogán ya hace veinte años...

-Ni me acordaba de que habían pasado veinte años. Guardo malos recuerdos de mi salida porque prácticamente supuso dejar el baloncesto. Estaba en un momento bastante bueno en el plano físico. No pude acabar mi carrera en el Breogán, como era mi ilusión. No se me renovó y fiché en A Coruña. Pero acabar un ciclo fuera de la ciudad no me gustó mucho.

-En A Coruña las cosas no fueron como esperaba...

-Se hizo un buen equipo, pero tuvimos problemas de cobros desde el primer mes. Después, fue todo el año rodado y acabó muy mal la cosa.

-¿Qué recuerdos guarda de su época en el Breogán?

-Hubo momentos muy buenos con los ascensos y otros muy malos con los descensos. Pero todo lo suple la carrera deportiva, porque hacía una cosa que te gustaba en mi propia ciudad. Esto es más complicado, porque nadie es profeta en su tierra. Además, mi llegada a la selección supuso un momento muy importante que me llenó de orgullo.

-¿Habría sido igual su carrera si no hubiese pasado por Zaragoza o Manresa?

-No lo creo. Entonces no apostaban mucho por la gente, era todavía más complicado para los de cantera. Tuve que salir porque el club casi había desaparecido. Aquello había coincidido en una época en la que tuve que hacer el servicio militar. Juan Fernández -presidente del Oar- me había solucionado un poquito el tema. Había ido a Ferrol, pero tuve algún problemilla y acabé la mili en Vigo. Y de allí me marché a Manresa. Fue un salto grandísimo. Había hecho una buena temporada, pero la apuesta fue arriesgada. Pasé de lo que podría ser una LEB Plata a coincidir con gente muy buena como Miguelito López Abril, Fullarton, Sevilla, Navarro, Escorial... Me costó adaptarme, pero conseguí acabar jugando.

-Se le recuerda como un mal defensor...

-Todo el mundo se mete conmigo, con que no defendía. En aquella época, lo único que hacía era defender. Cuando fui entrenador, siempre dije que si se quieren jugar minutos, estos se consiguen si se defiende. En Manresa y Zaragoza siempre defendía a los extranjeros del equipo contrario. Para que luego digan...

-¿Por qué decidió regresar a Lugo?

-José Luis Rubio ?presidente del Zaragoza? quería firmarme un año más en y lo teníamos apalabrado. Pero me vine a Lugo y Antonio Seral me comió el coco para hacer un equipo. Yo había acabado Magisterio y me dijo que me podía conseguir un trabajo como profesor. Al final, me convenció. Zaragoza era una plaza bonita y la gente se había portado muy bien conmigo. Cuando les comenté el tema, me dijeron que no había problema.

-Y en la temporada 1983-1984 llegó el ascenso a la ACB.

-En Lugo se hizo un buen equipo. Aspirábamos a estar por arriba, pero nunca se habló del ascenso. No obstante, fuimos cogiendo carrerilla y realizamos un año sorprendente. Solo el Español quedó por encima de nosotros, pero había sido una Liga muy igualada.

-En aquel Español militaba Pepe Collins, que era uno de los defensores que más le hacía sufrir.

-Pepe Collins fue uno de los defensores que más me sorprendió. Era un portento físico y se aplicó sobre mí de una manera limpia. Conmigo siempre lo hizo francamente bien.

-Temporada 1984-1985. ¿Fue la pareja de extranjeros los «jimmies» la mejor con la que jugó?

-Wright y Allen formaron una gran pareja. Con ellos conseguimos lo que nunca se logró aquí: un puesto en la Copa Korac. Y eso a pesar de que Allen se había lesionado cuando estábamos haciendo un año espectacular. Mucha culpa de aquel éxito era de Figueroa, el entrenador. En aquella plantilla militábamos tres jugadores de Lugo, que creo que nunca se logró. Los rivales siempre nos tomaban como de broma, pero jugábamos francamente bien. Y es lo de los ciclos. A medida que vas ganando y te lo vas creyendo, llega un punto en el que te tienen que vencer a ti.

-¿Cómo recuerda la experiencia del Breogán europeo?

-En la Copa Korac te enfrentabas con gente muy poderosa, con internacionales. Nos sirvió para ver en qué nivel estábamos. Perdimos todos los partidos, pero ningún rival nos sacó diferencia. Fue una experiencia nueva y pagamos la pardillada. Eso sí, supuso mucho desgaste por alternarlo con la Liga.

-En la temporada 1986-1987, anotó lo que no estaba en los escritos...

-Quedé segundo en triples, porque Sibilio anotó un par de ellos más que yo. Chicho nos metió nueve o diez triples en el Municipal, una pasada, y me ganó. Pero sí que fui el máximo anotador nacional. De hecho, tengo una bota de oro y un trofeo por formar parte del mejor quinteto de la Liga.

-¿Fue aquella su mejor temporada?

-Fue de las mejores. Recuerdo que hacía muchos puntos. Me llamaban el tercer americano, una cosa que a mí me traía sin cuidado. Incluso José María García hablaba mucho de mí en la radio. No tengo el honor de conocerlo, pero me ponía muy bien. Fue un año espectacular, porque el equipo había jugado a un gran nivel. Pero uno no puede estar bien si lo que hay alrededor no participa. La ayuda fue máxima. Fue un buen año. Y eso que las defensas sobre mí eran también espectaculares...

-Y después llegó el lío del partido contra el Oximesa...

-Fue una época muy desagradable. Los incidentes estuvieron fuera de lugar y todo aquello había sido una pasada. Cada vez que lo recuerdo, me parece un lunar negro dentro del baloncesto lucense. Creo que no debería haber pasado nunca. Puedes ganar o perder. Es verdad que la gente estaba mosqueada, pero no se puede llegar a esos extremos. Y a partir de entonces, los arbitrajes se volvieron un poco más duros y ya no nos veían igual. Después, fuimos cada vez a menos y todo fue en contra del salto que habíamos pegado los años anteriores.

-¿Fue muy duro el descenso en 1987?

-Descendimos en Barcelona, contra el Español. Rudy Woods cogió un rebote, con Juan Prada como entrenador, y en vez de meterla para abajo la palmeó y el balón salió fuera. Fue de los peores golpes que recibimos.

-Aquel año se hablaba de que usted le interesaba al Rímini italiano...

-A mí no me llegó noticia de eso. La única opción que tuve de marcharme fue a Sevilla. Pero siempre estuve muy a gusto en casa.

-Un inciso. ¿Qué le propuso el entonces llamado Caja San Fernando?

-Me restaban uno o dos años de contrato en el Breogán. Había gente en el club que quería que me fuese y otra que no. La verdad es que estaba casi decidido a hacer las maletas, porque mira que me gustaba salir de casa... Era una oferta muy importante en un club que quería construir un buen equipo. Pero al final no pudo ser.

-Después llegó la travesía por Primera B...

-Habíamos hecho un muy buen equipo y practicábamos un buen baloncesto. Pero en los cruces nos tocó el Mayoral, con el que nadie contaba, y nos pasaron por encima. Tenían cuatro chavalitos y dos norteamericanos muy buenos. Luego, habíamos ascendido por los despachos.

-Alguno le achacaría la destitución de Tim Shea como entrenador...

-Tim era un entrenador muy exigente y chocábamos, porque teníamos personalidades diferentes. Pero reconozco que yo era muy echado para adelante y eso no puede ser, hay veces en las que uno tiene que ceder. Enseguida me puso las pilas. Me separaron del equipo y estuve unos días sin jugar. Pero después se acabó el tema y él contaba siempre conmigo. Luego había habido otro tipo de problemas y no había acabado la temporada.

-¿Qué sintió cuando le ganaron por primera vez al Real Madrid?

-No me acuerdo mucho de la vez que les ganamos en Lugo. Recuerdo más cuando lo logramos en Madrid. Viví una sensación agradable por ver las caras del equipo contrario cuando pierde, de la rabia contenida de un conjunto poderoso como ellos. Eran superiores y tenían glamur y era duro ser derrotados por un rival inferior.

-¿Fue Orange el mejor extranjero del Breogán?

-Kenny Orange era un jugador especial. Era muy de equipo. Tenía sus cosas, pero era como un español de color. Era muy enrollado y estaba muy implicado. Le queríamos mucho. Era un ser excepcional. Pero también los «jimmies» tenían sus cosas. Y me sentí a gusto con Singleton, que creo que formó una gran pareja con Orange. Y recuerdo mucho a Jeff Allen, que ahora es agente. Venía a una Liga nueva. Lo veías como «el blanquito», pero ¡caray con el blanquito! Jugaba muy bien y siempre se machacaba y ayudaba en lo que podía a todo el mundo.

-Hay una leyenda urbana que dice que Jimmy Wright quiso pegarle...

-No es una leyenda urbana, es verdad. Se rebotó conmigo el primer año que estuvo en Lugo y si no llega a ser por Patao, el preparador físico, que me lo quitó de encima, me zurra...

-¿Qué le hizo?

-Lo típico. Los extranjeros llegan a los sitios con un rol de estrellas y se les admitían muchas cosas. En el entrenamiento le pasé mal y me indicó que le pasase a la mano. A la siguiente, volví a dársela mal y no sé que me dijo en inglés, porque no lo entendía. Pero noté que estaba cabreado y que me dedicó unas palabras por las que pensé: «Esto no puede ser aquí, si te achantas...». Y a la siguiente, le pasé a la cara, se la tiré a la cabeza. Y salió corriendo detrás de mí... Pero desde aquel día se acabó la historia.

-Guarda un gran recuerdo de su paso por la selección...

-Fue especial, porque no me lo esperaba. Era una época en la que era casi imposible llegar al equipo nacional. Yo militaba en un equipo de extrarradio y coincidí con una generación de jugadores magnífica: Villacampa, Biriukov, Epi, Sibilio, Iturriaga, Margall.. Pero tuve la gran suerte de que había hecho una Liga muy buena y se habían lesionado Epi y Villacampa. Estábamos quince. Díaz Miguel, del que guardo un gran recuerdo, me machacaba mucho entrenando. Pero le convencí y pude jugar dos partidos internacionales y un amistoso. Me trataron muy bien y fue un momento inolvidable. Sentirte con la camiseta, escuchando el himno... Aunque ahora no parezca estar muy de moda, se te pone la carne de gallina y es un momento inolvidable.

-¿Qué tal se habría llevado el Manel jugador con el Manel entrenador?

-Mal. En los primeros tiempos me faltaba un poquito de mano izquierda. Era complicadete. Pero bien llevado, pasándome la mano por el hombro, se me pasaba rápido. Soy de prontos especiales. José Luis Rubio siempre me decía: «Manel, antes de hablar, cuenta hasta diez». Mis reacciones me llevan a decir cosas de las que después me arrepiento. Pero hubo entrenadores que me llevaron muy bien. Reconozco que tenía el pronto de mi madre, que era bastante arrollador, pero después creo que soy buen tipo.

-Su amigo Quique Setién dice que habría hundido a todos sus entrenadores menos uno en la bahía de Santander. ¿Piensa lo mismo?

-No. Quique Setién siempre habla muy bien y sabe mucho de los conceptos de la vida. Pero yo defiendo que aprendes un poco de cada entrenador. De todos se pueden obtener enseñanzas.

-¿Cree que Perasovic habría llegado a Lugo si usted se hubiese quedado en el Breogán en 1992?

-Eso habría que preguntárselo a quien lo trajo, pero sí reconozco que me hubiese gustado mucho jugar con Peras. Era excepcional, de lo mejor que pasó por Lugo. Y a todos nos gusta jugar con gente de ese nivel. Es cierto que yo estaba al final de mi carrera, pero físicamente me encontraba bien. Acabé contrato, no se me renovó y no tuve la suerte de poder disfrutar de ese momento.

-¿Qué opina del trabajo que se hace ahora con la base?

-Eso es una guerra perdida. A los directivos se les llena la boca diciendo que van a apostar y contar con la cantera. Además, en este momento tan difícil, es el adecuado. Hay clubes que trabajan bien la cantera, pero es difícil llegar a un equipo y encontrar directivos que apuesten por ellos. Ciñéndonos al Breogán, ahora es el momento. Está saliendo una buena generación a la que se le podían dar minutos. No te digo que haya que ponerlos en instantes complicados, porque no se hacen jugadores como chorizos. Pero sí en los momentos en los adecuados. Hay tiempo para que los chicos de la base jueguen sin que repercuta en el resultado final. Y lo más importante, que son palabras de Quique Setién, que se trate a los canteranos como jugadores del primer equipo. En el momento que hay distinciones, mal va la cosa.

-¿Añora algo de su etapa como jugador?

-Echo de menos jugar con mi hijo. Debido a mi reciente operación de la cadera, aún no puedo. Pero siempre he querido disfrutar con él. También añoro disputar partidos con veteranos. Ha habido un llamamiento de la selección que no he podido disfrutar.

-Usted coincidió con una generación de grandes jugadores...

-Son grandísimas personas. Tuve la suerte de relacionarme con ellos y son diferentes a cuando jugaban en Barcelona, Real Madrid, Joventut... Cuando estaban allí, te trataban normal, como cuando vas a jugar con un equipo inferior que parece de pueblo. Pero después te cuentan anécdotas que te hacen darte cuenta de que son gente muy maja. El que me parece entrañable y muy cercano es Epi, con el que guardo una grata amistad.

-¿Cuál fue el rival más duro al que se enfrentó?

-Epi. No me emparejaba mucho con él, pero él sí que me defendió a mí. Me daba mucha caña. No era un gran defensor, pero se las sabía todas. Encima que te ganaban por veinte, se empleaba duro. Además, pararlo a él era muy complicado, porque los grandes tenían equipos muy poderosos. Los bloqueos del Barcelona y del Madrid eran como chocar contra una pared.

-¿Era para tanto?

-Un día en el Palau, contra el Barça, estaba en el tiro libre mirando cómo iban al rebote los americanos. Yo estaría bloqueando al aire, me imagino. Y de repente, Norris me dio un manotazo en el pecho y me movió cinco metros. Fui por el suelo y la gente se reía. Y yo decía, «como para reírse...». Aparte, a los grandes les permiten más.

-¿Era más romántico el baloncesto de su época?

-Mucho más. Estaba profesionalizado, pero no tanto como ahora. Por suerte, las estructuras han cambiado. Antes era todo más cercano. La gente te paraba por la calle y hablabas. Ahora es más difícil. Sigo diciendo que el baloncesto de hace veinte años era más romántico por la cercanía que había con el público, con los amigos y con la gente en general.

-¿Era más alto el nivel del baloncesto gallego de entonces que el actual?

-Mucha más. Nos conocíamos todos y había más equipos. Estaba el Oar y después llegó Ourense; Coruña, a Primera B... Las rivalidades eras sanas. Estaba Ricardo Aldrey, un baloncestista con el que siempre quise jugar y disfruté haciéndolo de veterano. Era un gran pasador. Pero también había otros como Miguel Loureiro, Quino Salvo o Manolo Aller, aunque este era de Ponferrada. También Indio Díaz y Fernando Romay, que estaban en otros equipos. Cada uno intentaba ganar, pero de una manera honrada.