Sinergias positivas

Rocío Candal
Rocío Candal DIARIO DE UNA FUTBOLISTA

DEPORTES

08 feb 2016 . Actualizado a las 20:19 h.

"No hay mayor fortuna que poder recordar tus momentos del pasado con una sonrisa", dijo un día algún sabio. Un sabio que debía ser futbolista. Porque yo cuando pienso en las aventuras de cada temporada, me siento igual.

Me explico. Claro, claro que es bonito ganar la liga, jugar la final de la copa, ascender, dar la campanada ante el líder... ¿Quién no ha ganado nunca un título y lo ha celebrado como si no hubiese mañana? Todos hemos levantado algún día uno, de mayor o menor importancia, y nos hemos sentido orgullosos. Hemos festejado que nuestros objetivos se habían cumplido, o al menos, por ese día. Es posible también, que cuanto más empeño, sacrificio y horas de sueño nos haya robado ese propósito, más satisfechos nos hayamos sentido al observar "el galardón", que no es más que una recompensa material que pretende ilustrar nuestros esfuerzos -aunque ni se le aproxime-.

Sin embargo, hay algo más bonito e importante que el trofeo en sí, algo inmaterial que hace que empecemos a jugar el partido -y, consecuentemente, a ganar o perder- antes incluso de que pite el árbitro; el vestuario. ¿Hasta qué punto influye lo que sucede de puertas hacia dentro? No me atreveré con un porcentaje, pues no soy matemática, pero por mi propia -y aún corta experiencia-, diré que mucho.

He visto plantillas mediocres que alcanzaron metas impensables. Seguro que tenían un bloque excelente. También me he cruzado con auténticos equipazos que estaban divididos, fracturados, desestructurados; un auténtico fiasco para la convivencia. No necesito que seas futbolero, ni siquiera deportista, para que entiendas esto. Imagínate que cada día que acudes a tu trabajo, este se convierte en tu "infierno" particular: el encargado -o capitán- ejerce de jefe y no de líder, y las discusiones se suceden. Ni tú te vas a sentir cómodo, ni el ambiente de trabajo va a ser el adecuado. Sin embargo, piensa ahora en un dirigente que te motiva y te hace sentir como en casa. No es utópico, simplemente consiste en que cada cual asuma su rol y nunca se sienta superior a nadie. Se basa en pensar en el bien del grupo antes que en el propio. Tu trabajo, de ese modo, pasará de ser una obligación o casi un sacrificio, a convertirse en un privilegio.

Así, cuando lo dejes, no te acordarás de cuántas chapas ganaste -o de si el balance económico fue bueno a final de mes-, lo más complicado será despedirse de la compañía. Y de esa rutina con olor a Reflex. O a café. Por eso lo bonito del fútbol, y de la vida, no son los aplausos, que a todos nos agradan, sino las anécdotas que detrás se esconden y nos sacan una sonrisa. Tenía razón aquel sabio.