Un fenómeno que derriba fronteras

antón bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

ADI WEDA | EFE

La jugadora ha convertido en apenas dos años un deporte minoritario en un foco de masas

17 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En torno a Carolina Marín no solo hay una historia de volantes y miles de gotas de sudor. Quizás sus logros en la pista se expliquen por un valor que paradójicamente en demasiadas ocasiones parece en retroceso: la innovación. Esa combinación perfecta entre talento y un equipo de trabajo que consume horas y horas en análisis catalizados por el ordenador. Pero a sus 22 años, el fenómeno Carolina Marín es incluso mayor que un bicampeonato del mundo. Encierra un misterio que no resulta sencillo de descifrar. ¿Cómo en apenas dos años ha transformado un deporte minoritario en un foco de masas? Incluso quienes se dedican al bádminton no acaban de creérselo. Jamás se habían imaginado que pudiese despertar tanto interés. Todavía miran con envidia la legión de fanáticos que se agolpan en Asia para devorar cada partido, pero, al menos, ya saben que en España han abandonado definitivamente el anonimato.

Carolina Marín acapara con asiduidad espacios relevantes en los principales medios de comunicación -y hoy, probablemente, más de una portada-, un privilegio que ni siquiera está reservado a todos los campeones. Piragüistas de renombre con currículos manchados de gloria, jugadoras de balonmano en la élite internacional durante años o atletas que resplandecieron en la cima del fondo y del medio fondo no tuvieron las misma fortuna. Incluso a una leyenda del triatlón como a Javier Gómez Noya, con cuatro mundiales y una plata olímpica, le cuesta encontrar ese nivel de relevancia para sus gestas. Una explicación plausible es que su eclosión coincide con la edad de oro que vive el deporte femenino en España. Mireia Belmonte, Ona Carbonell, la selección de baloncesto, la de waterpolo,... Ya durante los Juegos de Londres fueron el sostén del medallero y se prevé que sigan teniendo un peso específico en Río el año que viene.

Pero también está ella y su carácter. Tan competitivo y voraz en la pista como templado y cercano cuando le toca dirigirse al vestuario. Así edificó algunos de sus triunfos más brillantes lejos de los que cosió con sus afinados golpes a la pluma. De esta forma, se ganó una legión de seguidores en Indonesia, el lugar donde acaba de alcanzar un nuevo hito: ser la única europea que ha conquistado dos mundiales. No dejó de sentir el aliento del público ni un solo segundo. Desde las gradas, las miles de personas que se congregaron para ver sus partidos aplaudían sin cesar y coreaban su nombre como el de ninguna otra jugadora. Su magnetismo derriba fronteras. Ya no solo es un producto de consumo nacional. Ahora, en la era del márketing, se ha convertido en una marca global en expansión.

Esta imagen sólida ha atraído a patrocinadores. Y con el dinero casi siempre afloran los problemas. Emergieron sus disputas con la federación por el reparto de los ingresos. Y en ese momento volvió a enseñar las garras casi con la misma firmeza que su ídolo, Rafa Nadal, lo hizo cuando le tocó denunciar los sinsentidos de la federación española de tenis. El mimetismo de sus dos figuras llega incluso a la sala de prensa.

La lógica indica que Carolina Marín va a marcar una época. Y no solo en la pista, donde ha ido triturando a cada una de las rivales que le han salido a su paso. Carolina parece ser la identidad, la confirmación de un cambio en la cultura deportiva de un país. En España casi nadie espera que el fútbol, que no solo golea en la generación de negocio, sino que también lo hace en el número de licencias, no siga abarcando la primera línea. Pero sí que desaparezca esa especie de monocultivo que se consolidó en el pasado. Aunque sea en días contados, todos se merecen ver la luz.