Marcela y Elisa, una boda de cine

Gracia Novás REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El casamiento de dos mujeres que conmocionó la sociedad gallega en 1901, y que llegó al cine de la mano de Isabel Coixet, es hoy todo un icono de la libertad sexual

10 jun 2019 . Actualizado a las 17:09 h.

Faltaban diecisiete años para que el primer ministro británico Lloyd George y su Gobierno aceptasen, en febrero de 1918, aprobar la ley que concedía el voto a las mujeres -eso sí, ¡mayores de 30 años!-. Los derechos femeninos seguían pisoteados por un mundo heteropatriarcal. La primavera de 1901 vivía sus últimos días. Las sufragistas inglesas peleaban por sus aspiraciones en un ambiente en que su propia reina Victoria las aleccionaba con aquello de «dejad que las mujeres sean lo que Dios quiso: buena compañera para el hombre, pero con deberes y vocaciones totalmente diferenciadas». Apenas unos meses después del fallecimiento de la poderosa monarca del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, emperatriz de la India, en Galicia, la coruñesa María Elisa Carmen Sánchez Loriga y la burgalesa Marcela Gracia Ibeas, dos féminas rebosantes de amor, discreción y audacia decidieron casarse.

¿Cómo hacer tal cosa? Estaba muy lejos entonces la sociedad gallega de compartir sus intimidades en un reality televisivo y también de articular sus reivindicaciones a través de un movimiento LGTBI (que defiende el reconocimiento y la igualdad de lesbianas, gais, bisexuales, personas transgénero e intersexuales). El disfraz, el travestismo... ese era el medio. Elisa sería Mario para poder consagrar su matrimonio con Marcela. De tal guisa se presentaron el 8 de junio en la iglesia de San Jorge, engañando al párroco que ignorante de tamaña treta celebró el sacramento.

«¿Qué maña, qué arte no habrá tenido que poner en juego Elisa, decidida a dejar de ser tal Elisa, e inventar, dentro de la ley y con todas las circunstancias exigidas, un personaje imaginario, un Mario Sánchez Loriga, que contrae matrimonio canónica, civil y jurídicamente?». Solo un mes después del casorio, el 8 de julio, ensalzaba la hazaña Emilia Pardo Bazán en un artículo publicado en el número 1019 de la revista La Ilustración Artística. La condesa se hacía cumplido eco de la fabulosa historia que había leído en la prensa, un «ruidoso asunto» que había seguido muy de cerca en sus páginas La Voz de Galicia (primer medio que publicó, el 30 de junio, y en su portada, la imagen que de la pareja, tras la boda, había realizado el famoso fotógrafo y cineasta José Sellier).

No había improvisación alguna en aquella aventura. No eran dos locuelas. Las dos se habían conocido a mediados de la década de los 80 del siglo XIX, cuando estudiaban en la Escuela Normal Superior de Maestras de A Coruña. Contaba Elisa poco más de 20 años y rondaba Marcela los 18. La fuerza (y la clandestinidad) de su amor las llevó a alejarse del mundanal y urbano ajetreo y ejercer la docencia en distintas escuelas de la Costa da Morte. Fue allí, instaladas en Dumbría, donde fraguó la decisión. Anunció Elisa a los vecinos que quería probar fortuna haciendo las Américas: partiría a La Habana desde el puerto coruñés. Y Marcela comunicó su intención de contraer matrimonio con Mario, un hermano de Elisa que estaba afincado en Inglaterra y que pronto regresaría a España.

El hermano retornado

Elisa representa en A Coruña el medido papel del hermano retornado que, con 8 años, habría emigrado a Londres con su padrastro. Deja que asome el bigote, fuma, viste traje masculino, sombrero, reloj de bolsillo, se comporta como un hombre... Y está decidido a abandonar el protestantismo. «Con el bautizo obtuvo la partida de bautismo; con la partida de bautismo, el certificado de soltería; por la nacionalidad inglesa, resultó libre de quintas; ya tenemos la base de la unión conyugal. Y contraído el matrimonio ante el párroco y el juez, corridas las amonestaciones a su tiempo, hecho todo como lo pide la ley, sin faltar una tilde, ¡cualquiera duda de que ese muchacho alto, esbelto, huesudo, que fuma, que escupe por el colmillo, que anda con desembarazo, no es un varón indiscutible, probado, auténtico, investido de todo los derechos políticos y civiles!», clama no sin indisimulada admiración Pardo Bazán en su artículo.

Pero las dificultades llegaron enseguida. En Dumbría el embuste no cala. Los parroquianos recibieron al tal Mario a grito de «¡que salga el marimacho!». Ya de camino, dicen que increparon la diligencia de Corcubión a su paso por Vimianzo. Elisa y Marcela marchan a A Coruña y desde allí, empujadas por el acoso de la Justicia y el oprobio público, huyen a Oporto. Tras una orden de busca y captura española, en agosto, ambas dan con sus huesos en una cárcel lusa, donde apenas pasan quince días. Meses después son absueltas.

La siguiente noticia se tiene por la prensa portuguesa, que da cuenta el 8 de enero de 1902 de que Marcela ha dado a luz una niña, cuya paternidad los rumores atribuyen a un joven de Dumbría y que quizá ha acelerado el casorio y la huida de la pareja en un intento de sustraerse del escarnio general.

En Portugal parecen hallar mayor empatía entre el pueblo, que hasta apoya su causa con una recaudación popular promovida por varios periódicos y particulares, que suma 77.000 reales. El éxito de su historia se refleja en la fotografía que de la pareja -para entonces, Pepe y Marcela- tomó en la cárcel José Rodrigues, que les pagó 17.000 reales por posar para la imagen con un fondo pintado. Esa buena acogida debió motivar que la policía desoyera la orden de extradición llegada de España poco después.

Esta persecución las aconseja, en torno a la primavera de ese mismo año, cruzar el Atlántico rumbo a Buenos Aires. Elisa desembarcó como María y Marcela, como Carmen. Dos amigas. La segunda bajó del barco con un bebé en brazos.

Todo se vuelve confuso allende los mares. Pero el profesor de la Universidade da Coruña Narciso de Gabriel, quien mejor y con mayor profundidad ha investigado el caso, trabajo que plasmó en su libro Elisa e Marcela. Alén dos homes (Trea, 2008), sitúa a Elisa casándose con un comerciante danés, Christian Jensen. Resultó un matrimonio sin consumar que acabó con el marido -informado de la aventura portuguesa y harto de la omnipresencia de Carmen- denunciando ante el juez la unión conyugal e incluso la condición sexual de María (Elisa). Los médicos certificaron que la esposa era mujer, aunque la sombra del hermafroditismo nunca dejó de adornar el mito.

Su pista se pierde. Dicen que Marcela trabajó como criada. Y hubo medios escritos que hablaron de un supuesto suicidio de Elisa en México, en 1909. Otras versiones le conceden larga vida en Argentina, hasta 1940. Tampoco de la niña se tiene noticia.

Quizá el séptimo arte o la novela puedan hallar un final digno a esta boda de cine, hoy un icono de la libertad sexual.