Christian Ingrao: «Detrás de Hitler, había intelectuales que perpetraron el genocidio nazi»

Enrique Clemente Navarro
enrique clemente MADRID / LA VOZ

CULTURA

cristian sarmiento

El historiador francés, autor de «Creer y destruir», analiza la trayectoria de 80 jóvenes universitarios que se convirtieron en perpetradores del exterminio

27 jun 2017 . Actualizado a las 08:30 h.

«Eran apuestos, brillantes, inteligentes y cultivados. Fueron responsables de la muerte de varios cientos de miles de personas». Así comienza Creer y destruir. Los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado), del historiador francés Christian Ingrao (Clermont-Ferrand, 1970). Los oficiales de las SS no eran desclasados y fracasados sociales, gente sin preparación, sino en un alto porcentaje universitarios, «intelectuales comprometidos» con el nacionalsocialismo, algunos de los cuales estuvieron al frente de los batallones de exterminio. «Detrás de Hitler, había intelectuales que planificaron y perpetraron el genocidio nazi, incluso que mataron con sus propias manos», dice.

-¿Quiénes eran esos 80 personas que estudia en su libro?

-Eran hombres pertenecientes a una generación, 76 nacen entre 1900 y 1910, de clase media. Son hijos de la Primera Guerra Mundial, no combatieron pero fueron socializados dentro de la cultura de la guerra, que en Alemania tendrá un punto de inflexión determinante con la aparición de la violencia de guerra entre 1918 y 1924. Empezaron sus estudios en una universidad que estaba sufriendo cambios muy profundos por los disturbios sociales y la radicalización de los estudiantes. Había núcleos de nacionalistas muy activos, que conquistan el poder en asociaciones estudiantiles y crean el movimiento etnonacionalista Volksich. Su éxito demuestra que, grosso modo, al menos la mitad de las élites sociales y culturales de la República de Weimar tienen una ideología nacionalista, antidemocrática, antisemita e irredentista.

-¿Qué formación tenían?

-Eran juristas, economistas, lingüistas, historiadores, filósofos, filólogos, geógrafos. Muchos estaban doctorados. La mayoría se hacen funcionarios y una parte nada desdeñable sigue carreras académicas. Integrarán las agencias de las SS y, sobre todo del SD, su servicio de seguridad y, en el caso de los juristas, pasan a la Gestapo, que colonizan y nazifican.

-¿Por qué el nazismo atrajo a estas élites intelectuales?

-Hay que remitirse a la Primera Guerra Mundial. Esa generación tuvo la tremenda experiencia del duelo, que fue masiva, muchos perdieron a sus padres o a sus hermanos. Normalmente los hijos son los que entierran a los padres y en la guerra sucede lo contrario. Esta realidad se agrava más por el hecho de que Inglaterra y Francia pusieron en marcha un bloqueo que hizo que, a partir de 1915, Alemania se encontrara en una situación de escasez de alimentos, no de hambruna. Los alemanes están convencidos de que quieren matar de hambre a sus mujeres y a sus hijos. En 1924, después de cuatro años de guerra y seis de trastornos monstruosos, a muchos alemanes les han hecho creer que Alemania va a desaparecer y esa angustia apocalíptica y escatológica es lo que el nazismo asume, explicándolo, dando sentido a ese discurso. El nazismo apunta que hay un enemigo, los judíos, y un objetivo, la exterminación de los alemanes. El nazismo es una especie de ideología psicótica que da sentido a las cosas y funciona como una droga cultural en los intelectuales. Hay que admitir que así atrajo a muchos intelectuales.

-¿Cómo participaron los jóvenes que estudia en el genocidio nazi?

-De los 80, unos 60 se implicaron en los Einzensgruppen (unidades móviles de exterminio en el Este) o en las fuerzas de ocupación. Esto significa que planificaron, organizaron y pusieron en marcha los crímenes. El 10 % mataron con sus propias manos.

-Considera que el nazismo no solo tenía un discurso racial, sino un proyecto político.

-El nazismo no solo es ese determinismo racial, sino también un proyecto político, que se organiza en forma de utopía que habla de la llegada de un gran Reich milenario en un espacio vital aumentado por la conquista. Es una esperanza imperial y al mismo tiempo una promesa social. Parafraseando a Harry Potter, el nazismo funciona como la piedra filosofal de Nicolas Flamel, transforma esa angustia apocalíptica en oro de fervor y utopía racial. Ese es el mecanismo de atracción del nazismo en los intelectuales.

-Refuta que Hitler fuera solo un psicópata alucinado o un manipulador de masas, sino que sostiene que era el catalizador de un proyecto político.

-Es el modelo que Max Webber llamó dominación carismática. Hitler es una especie de pararrayos que concentra en él las angustias y las esperanzas de un pueblo.

«La leyenda dice que si lees el ‘Mein Kampf’ te haces nazi»

«Para que funcione un Estado moderno se necesitan licenciados, intelectuales, y eso los nazis lo entendieron pronto. Había un montón de intelectuales, de doctores, que hacían funcionar desde una comisaría a un palacio de justicia», explica el historiador Christian Ingrao, que dirigió entre el 2008 y el 2013 el Instituto de Historia del Tiempo Presente.

-¿Cómo debía ser un intelectual para los nazis?

-Los nazis desarrollaron sus propias normas del estatus del intelectual, que se ven en las prácticas de evaluación interna de las SS. Un intelectual debía mostrar excelencia científica e intelectual, pero tenía que sumar a sus cualidades una capacidad para implicarse en la acción y en lo real.

-Desmitifica que los dirigentes nazis fueran burócratas obedientes, teoría que desarrolló Arendt en «Eichman en Jerusalén».

-Arendt solo estuvo cuatro días en el juicio de Eichman y su teoría de la banalidad del mal es atractiva pero muy incompleta.

-¿Qué suerte corrieron los intelectuales que estudia en el libro?

-Doce fueron ahorcados, algunos tras ser juzgados en Núremberg y otros después de ser entregados a las democracias populares. Muchos fueron condenados a muerte, pero en el marco de las políticas de desnazificación y reconstrucción de Alemania y, dado que los estadounidenses y los británicos tenían una necesidad desesperada de élites, indultaron a otros, que se reinsertaron en la sociedad. Como curiosidad, el corrector de las pruebas Eichman en Jerusalén era uno de los jóvenes del libro.

-Polemizó con Jean-Luc Mélenchon, el líder de Francia Insumisa, que abogó por que no se publicara el «Mein Kampf» de Hitler.

-Hay que dejar de convertir ese libro en una especie de Necronomicón, es decir, un libro legendario que cuando lo tocas te conviertes en un monstruo. Hay una suerte de mitología que hace que, según la leyenda, al leerlo te conviertas en un nazi. Y lógicamente no es así. Lo que propongo es desacralizarlo y publicarlo. Es un libro difícil que requiere para entenderlo un aparato crítico y un montón de notas a pie de página.