«120 battements par minute» rememora el activismo contra la pandemia del sida

josé luis losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

REGIS DUVIGNAU | Reuters

La película del director francés Robin Campillo retrata la lucha contra la enfermedad en Francia

21 may 2017 . Actualizado a las 09:51 h.

Robin Campillo es más conocido por sus trabajos televisivos con zombis -Les Revenants- que por su breve carrera en el cine. Su ascenso súbito a esta sección oficial se produce con un filme que habla de la vida, de cómo aferrarse a ella cuando pareces sentenciado. Así estaban los enfermos de sida a comienzos de los 80, cuando el grupo de activistas de Act Up se partía cuerpo y alma por denunciar la insensibilidad de los Gobiernos de Mitterrand ante lo que aún no se veía como pandemia. Siempre pensé que Mitterrand no quiso ver ninguna de las remociones de aquel fin de milenio. Y que negaba la caída del Muro como mostraba poca reacción ante la aparición del sida o ante cualquier mutación que quebrase su esquema de hombre fuerte del siglo XX. En 120 battements par minute, Robin Campillo pone honestidad en narrar aquel combate de supervivientes e idealistas por sacar al mundo de su pasividad ante el VIH. Es un tema tan sorprendentemente preterido por el cine que yo esperaba que 25 años después de la ñoña Philadelphia la cuestión se abordase con mayor sutileza que las buenas intenciones de Campillo.

Recuerdo la visceralidad autodestructiva de Las noches salvajes, que dirigía e interpretaba Cyril Collard en 1992, meses antes de morir él mismo, seropositivo, y me parece de una madurez y hondura incomparables con estos 120 battements par minute, que es cine noble sobre héroes de nuestro tiempo, pero que no pasa de esa elegía elemental, muy básica que acaricia al espectador. Por eso fue muy aplaudida y seguro que estará en los premios.

«The Square», de Östlund

El sueco Ruben Östlund se hizo un nombre en Cannes hace tres años con Fuerza mayor, donde lograba ceremonia inquietante del absurdo en el marco de una estación de nieve y un alud. En The Square hay también un torrente de ideas o, más bien, de ocurrencias. Östlund, en pleno ataque de autor, parece querer erigirse en cineasta del humor absurdo y nigérrimo en este after hours sobre las fatalidades que se apiñan ante un triunfador, el cínico director de una galería de arte moderno. Pero todo suena a aluvión impostado: hay sketches que se pretenden surreales, con simios antropomórficos y chimpancés genuinos, performances vacuas que van de geniales, amantes coleccionistas de condones y, en medio de todo ello, un cuento moral como dickensiano que chirría con todo lo demás. Y las dos horas y media de The Square, que comienza viniéndose muy arriba, se van desparramando en la nadería nada perturbadora.