Lo que la novela de Cabrera Infante «Tres tristes tigres» debe al censor franquista

HÉCTOR J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

ARIADNA PEREZ / EFE

El autor cubano hubo de reescribir la narración, de cuya aparición se cumplen 50 años, y para la que Seix Barral rescata un prólogo inédito

06 feb 2017 . Actualizado a las 08:23 h.

«Eliminar lo malo y dejar lo bueno. O al revés. Recuerdo que el libro original (una manera de decir) se quedó en unas 120 páginas y que el otro tomo tenía al final 450 páginas, por lo que debí escribir unas 300 páginas nuevas. Es decir, era un libro que era y no era un libro nuevo». Con este irónico sentido del humor -en un texto titulado Lo que este libro debe al censor- explicaba mucho tiempo después el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929-Londres, 2005) cómo había sorteado la presión de los fiscalizadores franquistas para que finalmente su novela Tres tristes tigres saliese publicada en 1967, casi tres años después de su primer intento fallido cuando recibió el galardón Biblioteca Breve en 1964 por esta obra, entonces todavía llamada Vista del amanecer en el trópico. En aquella época el ministerio responsable de la tijera del régimen -de los guardianes de los valores y la moral- estaba en manos de Manuel Fraga.

Ahora, 50 años después de su publicación original, Seix Barral -que, por cierto, falla hoy el premio Biblioteca Breve 2017- ha sacado a la calle una edición conmemorativa de este hito del boom latinoamericano y que incluye, como apéndice, el expediente de la censura y el citado texto explicativo (inédito en España) que Cabrera Infante preparó como prólogo a la primera edición íntegra de Tres tristes tigres, que apareció en Venezuela en 1990.

Casualidades, azares con humor propio, la reciente muerte de Fidel Castro el pasado 25 de noviembre, convierten el libro en una oportuna ocasión para revivir la Cuba de los años 40 y 50, con esa forma única y sensual que tenía La Habana de gozar la noche, gran protagonista de este relato. «Ciertas novelas de horror y de intriga llevan la indicación, muchas veces apócrifa, de que no deben leerse de noche. Tres tristes tigres, o TTT si lo prefieren, tendría que cruzar una banda sobre la cubierta que diga: ‘Debe leerse de noche, porque el libro es una celebración de la noche tropical’», confirmaba el autor de La Habana para un infante difunto en un nuevo prólogo que redactó en 1999. No solo está presente ese caribeño, bohemio y sutil vibrar de la ciudad, también está la calle, y el idioma cubano, en «un intento de atrapar la voz humana al vuelo», es decir, aclara Cabrera Infante, el libro está construido sobre los diferentes dialectos del español que se hablan en la isla. Fue de esta guisa como la novela enriqueció y contribuyó a ensanchar la lengua castellana, de tal forma que este proceso se ve hoy de manera natural y como algo que no está cerrado, ni lo estará, felizmente. La mirada cargada de nostalgia y empatía de Cabrera Infante que preside el libro nace un poco de la circunstancia de que el escritor se hallaba por entonces a caballo entre Cuba y su trabajo como agregado cultural diplomático en Bruselas. Es más, el 3 de octubre de 1965 abandona su patria, reclamado por Carlos Barral, su editor, para afinar las últimas correcciones del texto. De nuevo azares, Tres tristes tigres marcó el comienzo de un exilio que será definitivo, y que en realidad estaba acuciado por los continuos señalamientos del régimen castrista, que ya lo consideraba un picajoso disidente.

Por contra, entre los expedientes que sustentaron el veto de publicación, en junio de 1965, podía leerse que el libro contenía evidentes «pinceladas de la lucha revolucionaria castrista contra el gobierno de Batista» y «continuas descripciones eróticas que llegan con frecuencia a lo pornográfico». Donde pone tetas debe poner pechos, urgía el censor. «La censura se hizo cesura, cirugía nada estética. Es tética», recordaba divertido Cabrera decenios más tarde.