Bob Dylan: «Soy un poeta, y lo sé»

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Ed

Dylan ha creado un universo literario tan enigmático como fascinante y que huye de reduccionismos

14 oct 2016 . Actualizado a las 07:26 h.

Bob Dylan: cantautor, portavoz generacional, mito, enigma. También poeta. Su extraordinario talento, sumado a la densidad de una larga carrera, excluye cualquier perspectiva unidireccional y revela un Dylan diferente en cada escucha, en cada lectura, en cada época. El propio artista siempre se ha resistido a los convencionalismos y reduccionismos. No le basta la máscara de sus letras, sino que ha fintado y amagado incontables veces en su carrera: la transición disfrazada de ruptura de lo acústico a lo eléctrico, desapariciones que alimentan rumores de muerte, conversiones religiosas. Dylan nunca es uno. Y, cuando uno cree haberlo atrapado en una identidad asimilable, siempre es otro, como uno de sus poetas de cabecera, Rimbaud: «Je est un autre».

Paradójicamente, el reconocimiento con el Nobel de literatura de su «expresión poética» ha señalado esa faceta que ha generado debate -¿Son las letras de Dylan poesía? De serlo, ¿merecen el Nobel?- y con la que el cantante ha jugado siempre al despiste irónico: «¡Yipee! Soy un poeta, y lo sé. Espero no estropearlo», canta en la mordaz I Shall Be Free No. 10. Más fiable parece su justificación en las notas de su segundo álbum, The Freewhelin’ Bob Dylan (1963): «Lo que puedo cantar, lo llamo canción. Lo que no puedo cantar, lo llamo poema». 

Trovador

Tradición popular. Pero el Dylan poeta también es, a su manera, varios poetas. Está el de la tradición popular, el que se bañó en ese caudal que es el cancionero norteamericano, alimentado por los nutricios afluentes del blues, el góspel y el folk, y en el que se mezclan ecos esclavos con la inmigración irlandesa. Su debut homónimo de 1962, trece canciones de las que solo firma tres, evidencia lo mucho que Dylan había asimilado esa tradición vía, entre otros, Woody Guthrie y Leadbelly. Esa condición de trovador que refleja el sentir popular condensado en una canción ha marcado toda su carrera, como ejemplifican discos como Good as I Been to You (1992) y World Gone Wrong (1993), así como el de villancicos Christmas in the Heart (2008). Igualmente está asentada en su repertorio esa vertiente del contador de historias, en la que se enmarcan clásicos como The Lonesome Death of Hattie Carroll, The Ballad of Frankie Lee and Judas Priest, Hurricane o la reciente Tempest. Claro que cuando se le proclamó como la voz de una generación, él se sacudió la etiqueta y ahondó en la otra gran vertiente de sus letras, la más lírica. 

Lírico

Simbolismo y surrealismo. The Freewhelin’ también contenía el embrión de un estilo personalísimo que Dylan desarrollaría hasta alcanzar la perfección. La colisión de imágenes apocalípticas de A Hard Rain’s A-Gonna Fall resonaron en los años de la Guerra Fría. En discos sucesivos se hizo evidente su deuda con el simbolismo y el surrealismo, sus muchas lecturas de Rimbaud y Verlaine -nombrados en You’re Gonna Make Me Lonesome When You Go-, además de Blake, Milton, Byron, Chéjov o Whitman, entre otros, además de su afinidad con su amigo Allen Ginsberg. Este uso de la contraposición de imágenes y la metáfora se aceleró con la electrificación del repertorio del cantante y cimentaron una racha impecable de apenas dos años, 1965 y 1966, que abarca Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde. Aquí se condensa la era dorada con algunas de sus mejores letras: Subterranean Homesick Blues, Like a Rolling Stone, Ballad of a Thin Man, Desolation Row, Visions of Johanna, I Want You, Stuck Inside of Mobile with that Memphis Blues Again o Sad-Eyed Lady of the Lowlands. Dylan moldeaba el lenguaje a su antojo para mostrarse tierno, irónico, crítico o críptico. Este era un artista que luchaba contra el tópico y el encasillamiento, y si primero se libró de ser la voz colectiva de la generación que luchó por los derechos civiles y el purismo folk, en lo que muchos consideran su cénit creativo, renegó del cliché beat; tras sufrir un accidente desapareció de la esfera pública y, cuando regresó, lo hizo con un viraje al country que nuevamente desconcertó a sus seguidores, que la consideraban una música reaccionaria, como más tarde volvería a sorprenderlos con su conversión al cristianismo. 

Lenguaje innovador

Los grandes temas. Más allá de su innovador uso del lenguaje, que en su caso supuso además la entrada del rock, un género entonces banal y adolescente, en una era adulta, Dylan ha conseguido con sus canciones lo que solo está al alcance de los grandes clásicos: que tras escucharlas -o leerlas- nuestras ideas sobre el amor, las rupturas, la lealtad, la muerte, en fin, cualquiera de los grandes temas, se han visto modificadas. Ese es su poder y su virtud, la de tocar con su enigmática belleza nuestras vidas. 

Una gran influencia sobre contemporáneos y epígonos

Como los grandes genios que han creado un universo irrepetible, Dylan ha absorbido infinidad de referencias que ha asimilado y canalizado en su obra. Está ese amplio abanico de lecturas que arranca en los clásicos de la Antigüedad grecolatina y llega hasta sus contemporáneos, con especial querencia por los románticos y los simbolistas, y que se alimenta especialmente de poesía pero que no desdeña la prosa, el teatro y el pensamiento. Igualmente, Dylan es capaz de amalgamar el blues de raíz rural con el urbano, el folk y el hillbilly, la sensibilidad pop de Buddy Holly con las honduras del góspel. Como tampoco es ajeno al arte, de Goya a Picasso, o el cine, de Buñuel al neorrealismo italiano y Fellini. En sus canciones tanto puede aludir a Petrarca como Sophia Loren o Brigitte Bardot, la Mona Lisa y el Llanero Solitario, las montañas de Madrid y la costa de Barcelona, Cassius Clay y referencias bíblicas como el becerro de oro: se borran las fronteras entre las llamadas alta cultura y popular, si es que esa distinción tiene sentido en Dylan.

E igual que Dylan fue influido, su ascendencia sobre contemporáneos y epígonos ha sido gigantesca. En su haber se cuenta el haber inspirado el folk-rock, con The Byrds a la cabeza, mientras que los Beatles ya no fueron los mismos desde que accedieron a sus letras en 1964, iniciando con Rubber Soul un giro a su carrera. Desde entonces, el cancionero de Dylan ha inspirado versiones y derivaciones desde todos los géneros, y en su prosa, del hermético Tarántula a la elusiva biografía Chronicles, muchos buscan claves de su vida y obra.