Vicisitudes de un geómetra

Vítor Mejuto
Vítor Mejuto OPINIÓN

CULTURA

08 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Luis Caruncho fue un gran pintor geométrico. Fiel a un estilo exigente y solitario, por donde no pasa el crecido caudal de la moda y cuyo angosto camino no suele ser muy frecuentado por la crítica del momento. De cada momento. Una especie de logia en la que también militaron José María de Labra o José María Iglesias. Durante los años setenta elaboraron manifiestos y fundaron grupos. Para no estar solos.

Caruncho probó la trementina en el estudio del pintor Daniel Vázquez Díaz, al que siempre reconoció como su maestro. En la oscura España de aquellos años era como visitar a Cézanne. En la primera pintura de Caruncho está presente el color del maestro y ese neocubismo que muy pronto abandonó para perseguir las esencias del plano, la verdad de la forma, el latido matemático.

La obra con la que ganó el premio BMW en 1988 supone la madurez de su estilo y es su pieza más paradigmática. En ella la línea y el plano trabajan a favor del campo de color, cuya planitud no es total porque el color vibra: de nuevo el recuerdo de Vázquez Díaz. Es un punto de inflexión a partir del cual se impone la síntesis y la economía de medios. Un viaje hacia la pureza hasta desnudar la forma de todo artificio. Una gran aventura en la que no siempre estuvo solo. Tuvo un cómplice: Salvador Corroto. Diseñó para él su galería de Teresa Herrera y con él realizo algunas de sus mejores individuales. El artista y su galerista. A veces ocurre.