Sueño

Ramiro Ramil

CULTURA

Ramiro Ramil. 59 años. Castellón. Fotógrafo.

28 ago 2016 . Actualizado a las 23:07 h.

Nunca había soñado algo tan horrible como lo que soñé anoche. Soñé que formaba parte de la mismísima muerte, soñé que formaba parte de la Santa Compaña.

Recuerdo que éramos unos trece o catorce, íbamos todos vestidos con unas túnicas blancas con capuchas, que apenas se nos veían las caras. Era sobre la madrugada y caminábamos muy lentamente por un camino que lleva al pueblo. Íbamos en fila de dos y los cuatro del medio portaban un ataúd hecho de pino. Nos cruzamos con varios lugareños que, horrorizados, huían al ver nuestra presencia. No me extraña, ¿quién no huye de la Santa Compaña si se la topa de madrugada?

Al entrar en el pueblo, nos dirigimos a la calle Empedrado, que tiene una cuesta algo pronunciada y al principio es bastante estrecha, que hace más intenso el olor a cera quemada. Yo notaba que éramos observados con horror detrás de las ventanas. Seguro que esos observadores imploraban a Dios para que no nos parásemos delante de sus puertas.

Casi al final de la cuesta, la tenebrosa procesión que formábamos dejó de caminar, el encapuchado de mi derecha levantó el farol que portaba, y la débil luz alumbró el número de la casa, el 46.

-Sí, es aquí.

Yo, con mi mano fría, di tres golpes en la puerta. Nadie contestó. Sabía perfectamente que estaban detrás de la puerta;

-Abran a la Santa Compaña -dije.

Abrió una señora entrada en años.

-Soy la ama de llaves, ¿por quién vienen?

Yo clavé mi tenebrosa mirada en una mujer que estaba en el fondo de la estancia, paralizada por el miedo. Era guapa, muy delgada, sobre los 47 años, se llamaba Asunción do Castro, licenciada en farmacia.

Le extendí mi fría mano en ademán de que nos acompañara, y le dije:

-A partir de ahora serás un alma en pena, ven.

Salió con nosotros, el ama de llaves cerró la puerta, y la Santa compaña se alejó de allí.

De repente desperté. «Fue un sueño», me dije, «solo un maldito sueño». Sentí un alivio tremendo. Me levanté de la cama y decidí dar mi paseo matinal por el pueblo y olvidarme de todo.

-Germán, póngame un café -Germán es el camarero del café Central.

-Caballero aquí tiene su café.

-Por cierto ¿se enteró usted de la noticia? -añadió Germán.

-No, ¿qué noticia?

-Mire, viene aquí en el diario, página dos.

Abrí el diario en la página dos: «Ayer de madrugada falleció en su casa de la calle Empedrado doña Asunción do Castro, la conocida farmacéutica...»