Mrs Thatcher y la bibliotecaria

María Gestal

CULTURA

María Gestal. 48 años. Oleiros. Profesora de inglés y traductora

26 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Margaret Thatcher nos quitó la leche gratis en la escuela. En el Reino Unido, los niños de primaria disfrutábamos de un cartón pequeño de leche gratis al día. Cuando la dama de hierro nos dejó sin calcio, perdí el privilegio de ir al despacho de la directora todos los días a recoger mi cartoncito fresco de su nevera particular. No era capaz de beber la leche a temperatura ambiente, por lo tanto, el ritual era siempre el mismo. Nos dábamos los buenos días, retiraba mi cartoncito de leche friísima, introducía la pajita y chupaba sin dejar de mirar embobada sus numerosas estanterías, mientras me recomendaba libros. Salía de su despacho sintiéndome una privilegiada. Margaret Thatcher acabó con todo eso.

Conseguí otro privilegio. Cada martes era Library Day. Nuestra biblioteca era un aula de clase con armarios empotrados que permanecían cerrados bajo llave todos los días excepto el martes. Durante toda la mañana, bajábamos de clase en clase a escoger tres libros cada uno para que nos durasen toda la semana. Los propios alumnos nos turnábamos para ejercer de bibliotecarios, de dos en dos, bajo la vigilancia de la bibliotecaria.

Siempre me sabía a poco el tiempo que me tocaba ser la encargada, y nunca me llegaban los tres libros, así que un martes, al no encontrar a la bibliotecaria por ninguna parte, decidí ir al despacho de la directora a explicárselo a ella. Al llamar a la puerta no recibí respuesta. Tendría que haber dado media vuelta y regresado a la biblioteca, y sin embargo probé la manilla, y vi que la puerta se abría. Entré dispuesta a dejar una nota, pero me encontré con la bibliotecaria sentada encima de la mesa de la directora con el conserje. Aquello no parecía amor por la literatura. Quise salir sin hacer ruido, pero caminar hacia atrás nunca se me ha dado bien, y tropecé. Nunca se me olvidará la cara de la bibliotecaria. No volví a cruzar más de dos palabras con ella posteriormente, pero a partir de entonces pude ejercer de bibliotecaria todos los martes, toda la mañana, y, lo que era mejor, podía llevarme cinco libros a casa. Y dejé de maldecir el nombre de Margaret Thatcher.