«Bowie»

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

06 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No hace mucho que el lector patrio tuvo entre sus manos el ensayo Apuntes sobre el suicidio del filósofo británico Simon Critchley (Hertfordshire, 1960), y resultó un trabajo asequible, nada pretencioso y bastante esclarecedor. Lo que no es logro insignificante viniendo de alguien que es un estudioso del pensamiento de Emmanuel Levinas y Jacques Derrida. ¡Oh, dios! Y, sin embargo, el profesor inglés sirvió un tratamiento desmitificador y ajustado sobre un asunto que socialmente sigue siendo tabú. Pareciera, por tanto, que es la persona adecuada para abordar la complejidad de la figura de David Bowie, toda vez que el duelo no ha sido del todo superado. Su muerte el pasado 10 de enero generó una ola desatada de empatía, un seísmo emocional, pese a que el músico vivía ya una época de discreto apartamiento y que muchos de los que se sintieron apelados visceralmente habían extraviado el contacto generacional con sus canciones y su figura marciana -ante tamaña reacción, en las redes sociales viajaba sincera la pregunta: «Pero, ¿quién es Bowie?»-. Pues bien, Critchley, mediante la observación y el análisis del animal escénico Bowie, y de su discografía, trata de desentrañar en su ensayo el camaleónico espíritu de Ziggy Stardust, de escarbar bajo sus muchas máscaras y sus disfraces andróginos para dar con el verdadero ser del rey del glam, del artista. Una tarea que no se presenta sencilla pero que tiene que ir de la mano de la música, que es la gran creación -no debe olvidarse- del mutante Duque Blanco, más allá de su arrolladora personalidad. Todo ello, claro, sin poder marginar completamente la parte emocional, porque como confiesa Critchley la música de Bowie (sonaba en la BBC Starman) supuso su primera experiencia de carácter sexual. Cómo desgajar este acontecimiento -la propia educación sentimental- del viaje que emprende tras las metamorfosis del genial cantante y compositor.