La arquitectura ensaya sus respuestas a los retos de sostenibilidad y demografía

Xesús Fraga
x. fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La Bienal de Venecia plantea soluciones a los movimientos migratorios o de refugiados

27 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La arquitectura, desde la vivienda a los edificios de usos públicos, pasando por el urbanismo, ejerce una influencia directa en la cotidianidad de los ciudadanos. Desde esta premisa, el chileno Alejandro Aravena quiere contribuir a mejorar las condiciones de vida a través de nuevos planteamientos cuya función no renuncie a la estética. Desde su papel como comisario de la Bienal de Venecia, que ayer abrió sus puertas, ha reunido un muestrario de las posibles respuestas que la disciplina trata de ofrecer a algunos de los retos del planeta en este nuevo siglo, y que se pueden dividir en dos áreas: la demografía y la sostenibilidad. Los movimientos migratorios o los desplazamientos forzosos de refugiados se enmarcan en la primera, mientras que el uso racional de recursos centra la segunda.

Así, Venecia se ha convertido estos días en un laboratorio donde se dan cita todo tipo de propuestas, un amplio arco desde un regreso a las técnicas más sencillas hasta la incorporación de la última tecnología digital. Ejemplo de lo primero es la estructura con ladrillos del paraguayo Solano Benítez -es icónico su empleo en un centro de rehabilitación en Lambaré- que pone un material abundante a disposición de mano de obra poco cualificada. El ladrillo también parecería tener mal encaje en la estética high-tech de Norman Forster, pero forma la base de su propuesta -inspirada en la bóveda tabicada mediterránea- para construir bases de drones en Ruanda, desde las que facilitar la distribución de productos de primera necesidad. Foster contó con dos colaboradores: el Instituto Tecnológico de Massachusetts y un albañil español, Carlos Martín Jiménez.

Los materiales reciclados y de derribo son fundamentales en la restauración que llevaron a cabo en la aldea de Wacun los arquitectos Lu Wenyu y Wang Shu, este último, premio Pritzker en el 2012. Y de Tailandia se exhibe el proceso urgente de reconstrucción de nueve escuelas tras un terremoto en el 2014: no solo se dio respuesta rápida a la necesidad de continuar con la actividad educativa, sino que se aprovechó la ocasión para repensar cómo la arquitectura puede ayudar a mejorar la enseñanza.

Las estructuras en bambú de Simón Vélez, el trabajo con refugiados en el Sáhara de Manuel Hertz o el impacto bélico en territorios están presentes en la Bienal; la destrucción en Palmira o los campos de Calais no están lejos de sus análisis.

En este contexto, España enmarca sus reflexiones en las consecuencias que ha tenido para el país el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. El pabellón español, comisariado por el gallego Carlos Quintáns e Iñaqui Carnicero, aborda la capacidad de adaptación y de reapropiación de espacios que han sufrido los estragos de la crisis. Un regreso a la materialidad, a una funcionalidad económica y un redimensionamiento de los grandes proyectos.

Aravena: «Una buena arquitectura no podría no ser política»

VINCENZO PINTO
Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1967) cree que quizá un arquitecto en solitario encuentre dificultades para cambiar las cosas a escala global, pero una fuerza conjunta sí puede ejercer una poderosa influencia de transformación positiva. Su ámbito principal, el espacio construido, también es el más complejo. «Apenas uno trata de empujar y ampliar la noción de calidad del entorno construido se encuentra con una enorme resistencia, con una gran fricción; no es fácil hacer esta mejora del entorno construido», declaró ayer. «Una buena arquitectura no podría no ser política, no ser social, no ser estética, no ser económica o no ser ambiental. En la naturaleza de la arquitectura está entender que las fuerzas que informan la forma de un proyecto vienen de ámbitos muy distintos. Si algún poder tiene la arquitectura es el poder de síntesis», añadió.