Oliver Laxe gana la Semana de la Crítica en Cannes

josé luis losa CANNES / E. ESPECIAL

CULTURA

El filme «Mimosas», un viaje místico por el Atlas marroquí, conquista el gran premio francés

20 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El director gallego Oliver Laxe (París, 1982) se alzó ayer con el gran premio de la edición 55.ª de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes con su segundo largometraje, Mimosas, un viaje místico por el Atlas marroquí y un cuento épico sobre la fe que relata la historia de Ahmed, Said y Shakib en su esfuerzo por hallar el camino a Sijilmasa, lugar donde tienen la encomienda de dar sepultura al cuerpo de un honorable maestro sufí, según recuerda la productora gallega Zeitun Films (que trabajó con la compañía marroquí La Prod y la francesa Rouge International). La película se estrenó mundialmente el pasado lunes en el espacio Miramar de un certamen que le es proclive: en el 2010 obtuvo con la cinta Todos vós sodes capitáns el premio FIPRESCI.

oliver laxe

«(Mimosas) Es una cinta de aventuras, pura ficción, y a la vez un relato épico en dos vertientes: una, exterior, el recorrido de la propia caravana, y otra, interior, la que viven algunos de los personajes que se encuentran en un momento de su vida, en una suerte de transformación», aseguraba hace algunos meses el premiado cineasta en VTelevisión.

Dolan y la familia en ruinas

YVES HERMAN | REUTERS

El mayor lleno hasta ahora en el Palais lo protagonizó ayer el desde hace tiempo elegido de este festival. El quebequés Xavier Dolan presentaba su adaptación de la radical obra de teatro Juste la fin du monde. Que pida el cielo este chiquilín-prodigio que debutó en Cannes con 20 años y hace dos, a los 25, ganó por Mommy el Premio del Jurado, exaequo con un tal Godard. Y se lo concederán. De momento, esta vez se pidió la pieza escénica del contemporáneo de Koltés Jean-Luc Lagarce, retrato quebrado de familia que vio la luz en los tiempos del sida y que tiene como mecha la llegada a casa, tras doce años, de uno de sus miembros, para anunciar su muerte próxima. Dolan no conoce el miedo: reúne a un reparto de Cannes all stars (la veterana egregia Nathalie Baye junto a Gaspard Ulliel, Léa Seydoux, Marion Cotillard y Vincent Cassel) para retorcer la estructura del psicodrama clásico, heredero de O'Neill o Tennessee Williams y devolverlo como granada de fragmentación.

LAURENT EMMANUEL | AFP

El texto de Lagarce, un endemoniado artefacto de ruptura constante del climax dramático, no da asideros en este combate de fieras heridas. Imposible encontrar línea argumental más allá del anuncio de una familia en demolición, de la agresividad extrema, de la nula compasión. El desafío lo sirve Dolan como una decantación de la oscuridad, un exprimido espacio de oclusión irrespirable, una penumbra donde suenan como chasquidos los valses malditos de Gabriel Yared y la luz como plata quemada. Me fascina, me deja noqueado. Muchos colegas respiran cabreo. Creen que Dolan se ha pasado de listo varios pueblos.

Otro triunfador de Cannes, el rumano Cristian Mungiu (ganó su Palma de Oro con 4 meses, 3 semanas, 2 días) trajo nueva carta de desnaturalización del estado de las cosas en su país, tras la apabullante Sieranevada de Puiu, que pasó el primer día. En Bachillerato, Mungiu, parte de una anécdota, una agresión que impide a una alumna presentarse a un examen, para ir abriendo el prisma y encadenar una línea contínua de consecuencias que conforman el mapa perfecto de la corrupción. Si yo fuese el ministro de Propaganda de Rumanía me planteaba pagarles a gente como Mungiu o Puiu una beca en Saturno, para evitar que extiendan estos formidables certificados de putrefacción sobre su sociedad y sus gobiernos.

El catalán Albert Serra es también figura en alta consideración en este festival. Con La muerte de Luis XIV, que ha facilitado la concesión de Palma de Honor a esa criatura liminar llamada Jean-Pierre Léaud, Serra profundiza en su galería de crepusculares antihéroes de la Historia o de su reflejo literario. Su agonía del Rey Sol es cine soberbio, veta depurada de una filosofía de fascinación por la decadencia y por los fines de época que destila sapiencia y humor en una magistral pieza de cámara

Jim Jarmusch, ya antes del palmarés uno de los vencedores morales de esta edición por su Paterson, se prodiga en el programa con su documental sobre Iggy Pop and The Stooges, Gimme Danger. Es una declaración de cómo hacer del lust for life un modo de existencia. De cómo ir de caída en caída, para rebotar siempre y salir a flote, tal vez no victorioso pero si vivo. De encontrar placer en ser una alfombra post-punk, en una comunión de la carne deshidratada. La sucia balada de la iguana insumergible te la devuelve Jarmusch como terso cuaderno de bitácora de gaviero.