Umberto Eco quiso morir en A Coruña

José María Paz Gago OPINIÓN

CULTURA

21 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«Era tan feliz que experimenté la sensación (casi el deseo) de que podía, de que habría debido morir en ese momento. Y que en cualquier caso, otros momentos serán mucho más casuales e inoportunos». Estas palabras escritas hace un cuarto de siglo por Umberto Eco en la última página de su obra Seis paseos por los bosques narrativos, describen lo que sintió en A Coruña, con ocasión de su primer viaje a nuestra ciudad en diciembre de 1992.

Se refería en concreto el gran filósofo y semiólogo -para él la semiótica era la filosofía del siglo XX- a una experiencia extraordinaria que vivió en la Casa de las Ciencias, en el muy coruñés Parque de Santa Margarita. Allí, su director y creador, Ramón Núñez Centella, dio a Eco una sorpresa que le impresionó hondamente. Soy testigo de que sucedió tal como él lo cuenta: «En un determinado momento, se hizo la oscuridad más total, se escuchó una bellísima canción de cuna de Falla y lentamente encima de mi cabeza empezó a girar el cielo que se veía en la noche entre el 5 y el 6 de enero de 1932 sobre la ciudad de Alessandria. Viví, con una evidencia casi hiperreal, mi primera noche de vida». Tanto le maravilló la vivencia que deseó morirse en aquel preciso instante, le pareció más adecuado irse en el finisterre atlántico, a sus sesenta años, que hacerlo en este inoportuno invierno del 2016.

Apasionado de la ciudad, Eco volvería en 1999, cuando los semiólogos latinoamericanos le rendimos un trascendental homenaje científico. Además de una excursión por la Costa da Morte que le llevó a Camariñas y Fisterra, visitó la Domus y el Aquarium Finisterrae, donde cenó en la sala Nautilus, otra experiencia cuidadosamente preparada por el entonces alcalde, Francisco Vázquez, gran amante y excelente conocedor de las novelas del escritor italiano, quien le ofreció el menú que el capitán Nemo solía almorzar en su célebre submarino.

Eco ha fallecido en Milán 24 años después de aquellos quince minutos coruñeses en los que deseó morir, cuando tuvo «la impresión de ser el único hombre sobre la faz de la tierra (desde el principio de los tiempos) que se estuviera reuniendo con su propio principio», como contó poco después a sus alumnos de las Norton Lectures en la Universidad de Harvard.