La canción de Orfeo

Antón de Santiago OPINIÓN

CULTURA

18 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La música occidental nace, cantada, de la liturgia en los monasterios, se desarrolla en templos y catedrales y pasa a los palacios. A comienzos del siglo XVII nace la ópera, cuya referencia es Orfeo, el cantor por antonomasia, que enterneció a Plutón y Proserpina. Querían rescatar la tragedia griega -el teatro ya existía- y surgió un nuevo género: la música, el lenguaje de los sentimientos, era lo que le faltaba al teatro. La ópera, pues, cumple la necesidad humana de aunar el intelecto y la emoción hasta alcanzar cotas de arte supremo y sirvió al desarrollo de la orquesta tal como hoy la conocemos.

Compositores geniales aportaron grandes ideas musicales para la expresión dramática y contribuyeron al desarrollo del canto hasta la fascinación por las voces y convertir el arte lírico, especialmente en el siglo XIX, en género popular. A Coruña se unió a ello ya en el siglo XVIII.

Si la élite es «minoría selecta», son élite todos aquellos que teniendo sensibilidad, aunque no sean «minoría pudiente», son capaces de apreciar elevadas ideas artísticas. No obstante, las élites económicas, como antaño los poderosos en sus palacios imponiendo la librea a sus maestros de capilla, se apoderaron del disfrute de tales manifestaciones, especialmente si tomaban forma de evento social. Determinadas filosofías gobernantes deciden que quien pueda lo pague. Otras incluyen entre los elementos de socialización el humanístico a través del acceso al arte. Pero a veces surgen fuerzas políticas que, entroncadas en tales ideas, consideran que expresiones como la ópera son pura élite y que no hay que ayudarlas económicamente. Craso error, ya que, sin esa ayuda pública que socialice las elevadas manifestaciones del arte, contribuyen a que siga siendo élite, pero en su destilación más prosaica, la económica.