Jeff Nichols cuela un E.T. de diseño en «Midnight Special»

JOSÉ LUIS LOSA

CULTURA

FABRIZIO BENSCH | REUTERS

En la segunda jornada de la Berlinale se escucharon abucheos al director de «Take Shelter», los Dardenne presentaron «Heidi» y  Denis Côte, una marciana «Boris sans Béatrice»

13 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Jeff Nichols alcanzó un prestigio dentro del cine de ciencia ficción de autor con la eminente Take Shelter. Es una criatura de Cannes y por eso sorprendía su trasvase a esta Berlinale con Midnight Special, en la cual repite con su actor totémico Michael Shannon, junto a Joel Edgerton y Kirsten Dunst. Aunque el verdadero dueño de esta función es un crío con poderes paranormales, en una trama que comienza apetecible, por la vía de las sectas religiosas, pero pronto se pierde por los senderos torvos de un Spielberg de diseño. Asisto alucinado a esta encrucijada entre E.T. y Encuentros en la tercera fase, que se nos cuela como de matute. Echo de menos a los niños mágicos con verdadera mala leche de Brian de Palma -a Carrie, también a los tan poco recordados de La Furia- a medida que me va dando igual lo que le sucede a este enviado del más allá, con su ultimátum a la tierra y su nave espacial entre Calatrava y Niemeyer. Al personal del Palast incluso lo cabreó y se escucharon abucheos, tal vez por sensación de ataque de cuernos infligidos al E.T. de toda la vida.

Los Dardenne, dueto belga abanderado durante décadas de un cine social de áspera honestidad, van dando señales de bandera blanca. Primero pasaron por el aro del star-system al aceptar a Cecile de France y Marion Cotillard donde antes solo cabían rostros del lumpen. Y ahora parecen apuntarse a las franquicias, a una especie de deslocalización. De eso tiene mucha pinta la tunecina Hedi, que dirige Mohamed Ben Attia bajo ese patronazgo belga. Su protagonista es un viajante comercial, hijo malquerido, condenado a una boda concertada que no le pone en absoluto. Asistimos a su liberación breve, primavera árabe liviana, un romance con la animadora de uno de esos tristes hoteles a los que viaja por trabajo. Todo en Hedi tiene el tono de un Dardenne low cost, ese prêt-à-porter previsible, ese callejón sin salida de los personajes. Pero carece, claro, de la apostura aguerrida del patrón original. Es correcta e inofensiva, un todo incluido de estos sucedáneos de los otrora feroces autores de Rosetta o La Promesse.

Denis Côte es un director de Québec que cultiva un cine extraño, malsano y algo alienígena que me suele fascinar. En Boris sans Béatrice cuenta el calvario y redención de un macho alfa, ruso rico y carca que sufre la crisis de melancolía y depresión de su mujer, aunque no por ello deje de trajinarse a cuanta señora se le pone a tiro. Es un ser intencionadamente odioso, un Tántalo al que tiene que aparecérsele Denis Lavant, ese gurú de la posmodernidad renacido desde Holy Motors, caído del cielo, para que el mundo se le venga encima. El asunto esta vez le queda a Côte demasiado marciano, como un cruce caprichoso de Twin Peaks y el Almodóvar de la era del gazpacho.