El gran difusor de las nuevas músicas

César Wonenburger

CULTURA

07 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

De las cenizas de la desolación surgieron espíritus rebeldes como el de Pierre Boulez, nada más acabar la Segunda Guerra Mundial. En un Darmstadt devastado por las bombas, él y sus compañeros creyeron hallar el terreno propicio para sembrar la música del porvenir. Todo estaba por rehacerse, así que la ocasión se presentaba propicia para impulsar otro amanecer teñido de nuevos sonidos; al fin y al cabo, la música del pasado no había logrado convertir a sus contemporáneos en hombres más buenos ni más sabios. Los culpables del ocaso de la civilización no podían tener espacio en la construcción de un mundo distinto.

De entre todos los nuevos compositores, Boulez se mostró como el más radical y provocador, había que serlo para imponerse a la hostilidad de quienes aspiraban a restaurar rápidamente, sin tibiezas ni contemplaciones, el viejo orden. De ahí algunas de sus sentencias, secas, cortantes, contundentes, como su música, más dirigida hacia el cerebro que al corazón.

Para enrolarse en esta cruzada no bastaba solo con crear, de ahí que Boulez decidiese infiltrarse entre las línea enemigas. En 1971 sucedió a Leonard Bernstein al frente de la Filarmónica de Nueva York. Duró seis borrascosos años: sus recetas renovadoras chocaron contra el conservadurismo del público. Pero todas las grandes orquestas del mundo lo llamaban cuando había que programar alguna de sus especialidades: Bartók, Messiaen, Schönberg, Berg o incluso Zappa. Ni siquiera Mahler o Wagner se le resistieron, quizá porque intuyese en ellos el germen de la próxima revolución.

Sus mayores logros, más allá de sus propias composiciones, demasiado cerebrales para poder ser disfrutadas incluso por grandes minorías, se encuentran precisamente ahí, en su labor de infatigable y decisivo difusor de esa otra música invisible. Su trabajo como creador de instituciones como el Ircam, con su modélico Ensemble Intercontemporain (que a punto estuvimos de traer a Galicia en el 2011), o su labor de impulsor de la Ciudad de la Música en París, son tan importantes como sus aproximaciones a Mallarmé en Pli selon Pli o sus Notations.