Desaparece en la torre de Hércules una inscripción del siglo XVIII

Alfredo Vigo Trasancos

CULTURA

xulio correa

En el texto grabado en tinta sobre piedra el ingeniero Eustaquio Giannini firmaba la restauración a que se sometió el monumento para convertirlo en moderno faro

06 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En el año 1788, queriendo el Ministerio de Marina convertir la vieja torre de Hércules en un faro moderno a la altura de su tiempo, decidió llevar a cabo, con el apoyo del Consulado Marítimo, su reforma arquitectónica dando paso a lo que fue, además, una de las primeras restauraciones llevadas a cabo en la España del Siglo de las Luces. Se contó para ello con un ingeniero hidráulico de Marina que hizo el proyecto, con la asesoría histórica del erudito coruñés José Cornide y con miembros destacados de la Real Academia de la Historia para que elaborasen el texto conmemorativo que debía grabarse en las dos placas de bronce que serían colocadas, en castellano y latín, en las dos puertas que le sirven de acceso y que aludían a los dos reyes, Carlos III y Carlos IV, que la habían iniciado y puesto fin en 1790. Fue, por tanto, una restauración muy cuidada, ejemplar para su tiempo, pionera también entre todas las realizadas en España y quizá esa fue la razón de que su responsable, el ingeniero Giannini, firmase su obra para la posteridad en una inscripción a tinta que situó en uno de los pilares que se encuentran en la magnífica rotonda abovedada que se dispone en lo alto, justo bajo los pies de la terraza alta que culmina el faro. Su texto era claro y preciso y estaba escrito en un castellano antiguo que decía así: DIRIXIO ESTA OBRA EL THTE. DE NAVIO E INGO. ORDINARIO DE MARINA DN. EUSTAQUIO GIANNINI.

Esta inscripción, que fue colocada sin duda al finalizar la restauración en el siglo XVIII, le daba a la torre un valor muy especial, pues es de los pocos monumentos de su tiempo que tiene inscritas una doble mención de autoría; a los pies, en una roca, la firma del viejo arquitecto romano que había hecho la obra original y, arriba, en la rotonda, la del ingeniero restaurador que tanto esmero había puesto en dotarla con su nueva y precisa imagen.

Pues bien, esta inscripción histórica tan importante -y que se conservaba en perfecto estado hasta hace muy poco- ha desaparecido. Yo la recuerdo en todas mis visitas a la torre. Estaba en su sitio en 1991 cuando tuve el honor de comisariar, junto con el arqueólogo José María Bello, la exposición Ciudad y Torre que conmemoró los doscientos años de su restauración y aun después cuando firmé en el libro de adhesiones la candidatura de la torre a Patrimonio de la Humanidad y que hice en compañía de un colega de la Universidad de Zaragoza. Desde entonces la seguí citando como existente en mis distintas publicaciones, incluso cuando me fue solicitado un texto histórico que debería incluirse en el plan director cuando ya la torre había sido declarada Patrimonio de la Humanidad.

Un hecho bochornoso

De su desaparición me he enterado de manera fortuita hace apenas unos días. Se me dijo que llevaba tiempo desaparecida, como si se fuese diluyendo poco a poco ante los ojos distraídos de los visitantes. Sospecho que tan lamentable pérdida pudo tener lugar paulatinamente tras las modernas restauraciones que en las últimas décadas sometieron al edificio a varias intervenciones y que han terminado afectando al texto grabado. Es un hecho bochornoso, aunque no lo es menos que se haya mantenido en silencio tanto tiempo ocultándolo a la opinión pública. Por eso desde aquí quiero poner de manifiesto esta sorprendente pérdida e invito a quien tenga autoridad a que investigue cuándo se produjo su desaparición, cuáles fueron las razones de su pérdida y, de ser posible, que se ponga remedio a tan lamentable hecho. Ciertamente, sería sorprendente que hubiese subsistido la inscripción más de doscientos años desafiando a las inclemencias y a momentos de mayor incuria y que se haya perdido de manera silenciosa justo en nuestro tiempo de tanto saber y con tantas técnicas disponibles después de haber entrado la torre de Hércules en la privilegiada lista de monumentos del Patrimonio Mundial de la Unesco.

De los daños del «Mar Egeo» a la declaración del faro Patrimonio de la Humanidad

«Deplorable». Ese era el estado del interior de la torre de Hércules a comienzos de los años noventa, según reconocía el entonces jefe de la Demarcación de Costas, Eduardo Toba. Lo hacía en su libro La ciudad y el mar y apuntaba algunos ejemplos: «Conducciones eléctricas con aislamiento con tubo corrugado, para el alumbrado interior y para alimentación del faro, discurrían por doquier, horadando sillarejos romanos, y grapándose los conductos allí donde resultase necesario». «Lo más grave era que los morteros de cemento ocultaban, deteriorando, los morteros de cal romano y las fábricas de piedra, así como los hormigones romanos de las bóvedas». Estas deficiencias fueron subsanadas con las obras que concluyeron en el mes de junio de 1993 y que se retrasaron después de que el día 3 de diciembre del año anterior encallara el petrolero Mar Egeo en la base del faro. El humo negro del barco ardiendo envolvió el bimilenario edificio. Dichas obras, que incluyeron la construcción del parque escultórico del entorno de torre y una excavación arqueológica, costaron 264 millones de pesetas.

Evitar los daños del agua

Aquella fue la primera de las tres reformas llevadas a cabo en las dos últimas décadas y durante las que se habría dañado la inscripción de Giannini. La segunda reforma tuvo lugar en el 2008, en plena campaña para lograr que el faro fuera declarado Patrimonio Mundial de la Unesco. Fue en esta intervención cuando se habilitó en la parte baja de la torre un museo para dar a conocer su historia. Una de las principales actuaciones fue la canalización de todo el cableado eléctrico interior, hasta ese momento a la vista; esto le devolvió el protagonismo a la piedra original, sometida a una limpieza desde abajo hasta llegar al mirador. También fue canalizada la salida del agua con el fin de que no dañara la piedra. Así estaba la torre de Hércules cuando el 27 de junio del 2009 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En una visita al faro, los responsables de dicha declaración indicaron que era necesario hacer otras obras de conservación. Por ello, la torre estuvo cerrada del 15 de enero al 20 de junio del 2012. Las obras incluían lavar la piedra con agua y esponja natural y limpiar las costras.

Alguna de estas intervenciones habría afectado a la desaparecida inscripción del siglo XVIII.