Andrés Trapiello: «Yo no pondría nunca el 'Quijote' en la escuela, sí les hablaría muchísimo a los niños de todo lo que representa»

Héctor J. Porto REDACCIÓN | LA VOZ

CULTURA

Andrés Trapiello, en Madrid, donde presentó su versión actualizada del Quijote
Andrés Trapiello, en Madrid, donde presentó su versión actualizada del Quijote benito ordoñez

El escritor leonés rejuvenece la magna obra de Cervantes traduciéndola al castellano actual, lo que no significa, advierte, que pretenda sustituir la novela verdadera sino que trata de ofrecer una herramienta para que el lector pueda finalmente acceder al texto original, que, sostiene, está escrito en un idioma que hoy solo entienden los eruditos cabalmente y, con mucho esfuerzo, personas de una determinada formación

09 jun 2015 . Actualizado a las 17:03 h.

El escritor leonés afincado en Madrid Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, 1953) es una fiesta cervantina en sí mismo, una auténtica celebración del 2015 como año del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del «Quijote». A su reciente conclusión de «El final de Sancho Panza y otras suertes», novela con que Trapiello cerró su prolongación del «Quijote», suma la reedición de su biografía de Cervantes y, sobre todo, la llegada a las librerías de la primera traducción del «Quijote» al español actual, después de más de catorce años de callada labor.

Desde que publicó en 1993 «Las vidas de Miguel de Cervantes» (recientemente reeditada en Austral), llegaron «...Y Cervantes» (2005) y, sobre todo, «Al morir don Quijote» (2004) y «El final de Sancho Panza y otras suertes» (2014), las dos novelas con que osadamente prolongó la magna obra de Cervantes. Ahora desembarca en las librerías «Don Quijote de la Mancha. Puesto en castellano actual íntegra y fielmente por Andrés Trapiello» (Destino). ¿Otra osadía? Pareciera que la vida de este leonés ha girado en torno al autor del Quijote, pero él niega toda obcecación. «No ha sido la mía la vida de un estudioso o de algunos monolectores. El «Quijote», y Cervantes, está incorporado a mi vida de un modo natural, como mi propia familia o mis hábitos principales. Es algo que ha estado presente en mi vida desde muy temprano. Pero, sobre todo, esto lo hago por gratitud, porque lo que Cervantes me ha dado es mucho: una manera de ver el mundo, una lengua y una actitud del hombre que está en la vida sin quejarse, cuya visión es jovial, alegre, pero también compasiva (y nunca autocompasiva)».

-Desde que publicó «Las vidas de Miguel de Cervantes» (1993) su vida parece haber girado en torno al autor del «Quijote». ¿Ha sido una obsesión para usted?

-No es que esté obsesionado por la figura de Cervantes o por el «Quijote», sino que es algo que ha estado presente en mi vida desde muy temprano y por tanto es como alguien más de esa familia a la que yo he dedicado algunos momentos de mi vida con un poco más de intensidad. Cuando hice la biografía yo no sabía nada de Cervantes más allá de lo que un lector atento. Me tomé un año y pico. Había tenido un buen contrato (el de «Las armas y las letras») y empleé ese dinero en estudiar y leer únicamente a Cervantes y sobre Cervantes. Me zambullí, me di ese regalo. Esa biografía se la habían encargado a otro, un escritor muy famoso. Rafael Borrás, entonces editor en Planeta, me propuso escribir tres biografías para una colección «Yo, Miguel Ángel»; «Yo, Anna Bolena»; «Yo, Carlomagno»? Le dije que yo no era ese tipo de escritor. Le propuse tres protagonistas posibles: Stendhal, Galdós y Cervantes. Stendhal era una figura poco conocida en España, Galdós le conocían pero no lo respetaban mucho y la de Cervantes ya se la había dado a otra persona. Quedó ahí la cosa. Y al año me preguntó: '¿estás todavía interesado en Cervantes?' El primer candidato no había podido con la encomienda. Y le dije que sí, que no me importaba ser segundo plato, pero que no haría un «Yo, Miguel de Cervantes» porque resultaba grotesco, siendo yo escritor además. Aceptó y me regalé ese año. No es tanto una obsesión, sino un tributo a alguien que ha sido importante para mí, pero como lo han sido personas cercanas, o un amigo querido, mi propia mujer o mi familia.

-Hay algo más entonces de cómo se transmite Cervantes como persona a través de su literatura que del literato.

-Sí. A mí no me gusta mucho la literatura. Ni me gusta las cosas literarias. Ni soy nada mitómano. Todas esas cosas de la metaliteratura.

-No es usted un letraherido.

-No, para nada. Al contrario. La gente se escandaliza muchísimo, piensan que es una pose o una boutade, cuando digo que no me gustan mucho los libros. Si yo pudiera evitar los libros los evitaría. Creo en lo que traen los libros. Pero en sí, como objetos, como piezas de culto... Un libro es una criatura viva y a mí sí me gustan las criaturas vivas. Me gusta la vida. Cuando la literatura está hecha de vida me parece muy bien, cuando la literatura está hecha de literatura solamente me aburre muchísimo. Lo que encuentro en Cervantes es que es una literatura que prácticamente ni es literatura. Por eso nos asombra el «Quijote», porque a los dos minutos te olvidas de que eso es un libro y has entrado como don Quijote entraba en los libros de caballerías y se hacía creer que todo eso era verdad, Cervantes consigue el mismo milagro: nos hace entrar en el Quijote (y en otras novelas) y nos hace creer que todo eso es verdad, que todo eso es la vida. Y de hecho es la vida y eso sí que me gusta.

-¿Los logros de Cervantes no son tanto su literatura, su estilo, como lo que cambió el concepto de novela y su personaje?

-Esto del concepto de novela y el personaje es todo literatura, me da igual. Si Cervantes ha cambiado la novela, inauguró la novela, seguramente tiene importancia, pero como diría Unamuno son todo cosas de literatura. Por eso cuando él hace «Vida de don Quijote y Sancho», llega al capítulo sexto de la primera parte, el escrutinio de la biblioteca, lo pasa y dice: yo de esto no comento nada que son todo cosas de literatura, que me importan bien poco porque la novela no va de literatura, la novela va de vida, del sueño de una persona, y del deber de una persona para cambiar el mundo, y cómo su vocación va a cumplirla de una manera estricta, seria, se toma el trabajo de vivir, el trabajo de su destino concienzudamente. Eso es lo que a mí me gusta. Que cambie la novela, que haya metaliteratura... lo hace solo justamente al servicio de la vida. Todo eso de la metaliteratura además también lo vivimos nosotros en la vida real. Todos los días vivimos cosas entre comillas metaliterarias, desde el momento en que decimos: esto parece una novela, esto no es real, esto es más real que el arte, la naturaleza ha sobrepasado cualquier posibilidad del arte, el arte ha superado cualquier imaginación de la naturaleza. Todo eso es metaliteratura y la vivimos de una manera natural, de una manera perfectamente interiorizada. Y en ese sentido está bien, pero cuando empieza a haber una cierta retórica académica sobre metaliteratura, ficciones, lo real, lo ficticio... me parecen unos rollos un poco bizantinos.

-Pero supongo que tendrá una buena biblioteca y la querrá como algo muy especial.

-Tengo una buena biblioteca, pero tengo una biblioteca de uso. Corre de ella una gran leyenda, excesiva para lo que es? Tengo una buena biblioteca porque compré, busqué muchos libros, ya que hace 40 años solo se podía leer en los libros viejos, no había nada reeditado de lo que me interesaba, yo me ocupé de buscar ese tipo de libros. No tengo una relación concupiscente, lasciva con la biblioteca. Los libros no me producen espasmos sexuales, no soy de los que abre el libro y empieza a oler las páginas del libro como si fuera lencería fina. No lo he hecho nunca.

-Se sentirá cómodo entonces con el libro electrónico.

-No, porque tengo una vista cansada y estoy saturado de mirar muchas horas la pantalla y, por tanto, prefiero el libro analógico. Pero no me opongo a ese libro electrónico. Me gusta levantar la vista? Hay una relación más espacial con el libro analógico que no se da con la pantalla. Se ha probado últimamente que el cerebro prefiere el analógico porque sitúa en las páginas, atrás, adelante, colocas? Las tres dimensiones. Lo que no tengo es esa relación concupiscente con los libros, que don Quijote tampoco tenía, con sus Amadises de Gaula y sus Palmerines de Inglaterra, para él no eran libros tampoco, eran trozos de vida, no son primeras ediciones, él no habla de los libros, habla de don Belianís, de Palmerín de Inglaterra, de sus caballeros, pero lo hace de una manera física, como si fueran reales.

-Ahora publica un «Quijote actualizado». ¿Qué persigue esta versión?

-Este es un proyecto de amor al libro que no paga nadie, realizado con discreción durante más de catorce años. Sé que hay un cierto sector remiso a actualizar el «Quijote». Y no son necesariamente lectores, ya que tiene muchos menos lectores de los que pensamos porque es un libro enormemente difícil. Se ha convertido en un clásico no solo porque no lo lea nadie sino también porque es muy difícil de leer.

-No es un español sencillo como se dice.

-Era un español sencillísimo hace 400 años. Hoy es un español que solo lo entienden los eruditos cabalmente. Y con mucho esfuerzo lectores de una determinada formación, a los que no les importe en absoluto interrumpir la lectura cada dos líneas consultando una nota que no siempre está clara, o enfrentándose a un hipérbaton que hace cuatro siglos era normal y hoy encontramos extravagante. Eso hace que mucha gente no lo entienda. Y es absurdo que nosotros no pudiéramos hacer lo que todos los lectores del mundo: que leen en sus lenguas respectivas, cómodamente, el «Quijote» porque está traducido al idioma que ellos hablan; la gente que traduce el «Quijote» al alemán no lo traduce a un alemán del siglo XVI, lo traduce a un alemán del siglo XXI. Todos esos lectores lo leen cómodamente, excepto los españoles e hispanohablantes, que, por el hecho de serlo, se les obliga a leer el «Quijote» en una lengua que ya ni hablamos y casi nadie entiende. Y no es que yo venga a sustituir con mi versión el «Quijote» verdadero, ni muchísimo menos, al contrario, lo que estoy haciendo es una herramienta, una invitación para que la gente lea el original, que está lleno de matices que desgraciadamente se han ido en mi traducción. Aunque infinitamente menos que en otras prestigiosísimas traducciones al inglés, al francés o al alemán, porque nuestra lengua por fortuna está aún muy cerca de la de Cervantes. Esto era necesario. Hay mucha gente a la que le gusta el «Quijote» o lo que le han contado del «Quijote». Por suerte, en España, todo el mundo sabe quién es don Quijote y vagamente tiene una idea de lo que representa. Y eso ha calado muy hondo en la naturaleza del español. En España no hay nadie que no se sienta un poco quijote. Y es una relación admirativa en el fondo, que empatiza muy con don Quijote, y con Sancho, y sobre todo con Cervantes. Y siendo así es una lástima que no se pudiera leer porque es un libro inaccesible para la inmensa mayoría de los españoles. Hay gente que inmediatamente ha empezado a salir diciendo qué barbaridad, qué escándalo, qué pedantería, qué pretenciosidad? Ha habido uno de esos, que se cree muy original en lo que dice, que hace poco en un periódico de Castilla y León salió diciendo que este libro era un insulto para todos los lectores del «Quijote». ¿Insulto, por qué? Acaban de traducir al francés actual a Montaigne, que es el equivalente a nuestro Cervantes en Francia, porque tenían el mismo problema que nosotros. A Shakespeare lo tradujeron hace dos años al inglés actual porque les pasa lo mismo. Es un cosa bastante natural. Y por supuesto yo creo que mucha gente lo agradecerá y mucha gente se animará después a leer el original. Y en un tiempo no muy lejano a lo mejor veamos una edición, como los clásicos, con la versión original a un lado y la mía al otro. Para que la gente compare y pueda disfrutar de las dos cosas.

-No es entonces un asunto literario.

-Este es un problema que excede lo literario porque el «Quijote» no es un problema literario sino de instrucción pública, un problema que debería estar resuelto en colegios y escuelas, en las casas de la gente? Porque lo que ha cristalizado en el «Quijote», como decía Azaña, es el carácter nacional del español, es decir, lo que seamos: lo que somos no está mejor expresado en ningún otro libro. Y los valores que representa el libro son los valores más nobles, la nobleza, el desinterés, el estar con los débiles siempre, con razón o sin ella. Ese desprendimiento es una lección que ha caracterizado durante siglos, incluso a ojos de los extranjeros, el ser español, ese fondo de hidalguía, ese fondo de orgullo y de independencia y de libertad. No es cosa exclusiva de los españoles, por supuesto, hay nobleza, lealtad y valentía en muchas partes. Pero se diría que en España ese ideal caló en todas las clases sociales, desde el mendigo hasta el rey, y esa idea, a veces demasiado generosa con nosotros, han tenido fuera. Y digo demasiado generosa, porque ya quisiéramos los españoles estar a la altura no ya de don Quijote, sino de Cervantes. Eso excede la literatura.

-¿Quiere llevarlo a la escuela, como se quiso hacer en el siglo XIX, aunque por distintos motivos?

-En la escuela por fin lo entenderán, no solamente los niños sino también los profesores, que tenían que dárselo muy mascado a los niños y a veces eso es muy pesado. Eso será ahora más sencillo. La dificultad de la lengua era tanta en el «Quijote» que ya no llegaba uno con aliento suficiente para ocuparse del fondo. Así, hemos dejado el «Quijote» como una especie de sonajero majestuoso, como una catedral de palabras realmente suntuosas, que al final nos impedía llegar a lo que de verdad importaba, al meollo del asunto. Las palabras del «Quijote» se han ido alejando tanto del fondo, que nos resultaba difícil llegar a él. Si el «Quijote» caló tan hondo en su día era porque era un libro hablado, que utilizaba el lenguaje que entonces hablaba la gente, pero hoy la gente ya no habla así. El «Quijote» es un libro hablado más que un libro escrito, y el habla es lo primero que se marchita. El habla, los refranes, las expresiones, los giros, las interjecciones? Todo eso es de una enorme mutabilidad y ese es el principal escollo que yo he tenido que librar en mi traducción: el deslizamiento del significado de muchísimas palabras. Por ejemplo, la palabra discreto, que nunca es discreto en el «Quijote», sino sagaz, inteligente, listo, prudente, perspicaz, comedido, cortés. Y como discreto hay cientos de palabras que se han deslizado hacia otros significados. Y la gente cree entender la palabra discreto pero? El profesor, el colegio español, podrá pensar en el fondo de lo que se dice porque dará menos importancia a la forma en que está dicho, aun siendo muy importante. Las palabras ya no serán una traba para llegar al fondo.

-Y la forma, en su complejidad, dejará de actuar como inhibidor de lectura.

-Pero es que la gente además miente con el «Quijote». Todo el mundo dice: 'yo lo leí en el colegio'. En el colegio te habrán leído algunos capítulos y te habrán contado el libro, porque es verdad que en España se habla muchísimo del «Quijote». Pero no han leído el «Quijote». Todos los que lo dicen, o bien mienten o bien recuerdan lo que no sucedió, porque la gente a base de repetirlo acaba creyendo que leyó el «Quijote». También está el que te dice «yo lo he leído a trozos», y ha leído seis trozos y no ha podido con más. Y es natural, yo no les culpabilizo. Es un libro difícil. ¿Sabe cuántas notas tiene la edición de bolsillo de Francisco Rico, por lo demás admirable, porque sin ellas sería incomprensible? Cinco mil quinientas cincuenta y dos notas que el lector de esa novela ha de leerse si quiere comprenderla. A mí me ha costado 14 años traducirlo no porque sea largo sino porque a un español contemporáneo le presenta muchísimas dificultades.

-En los años 20 cuando se quiso llevar por ley el «Quijote» a las escuelas, Ortega y Gasset se opuso porque entendía que su lectura era desmotivadora para el niño. ¿No es un libro edificante?

-Entiendo a Ortega. No es edificante en el sentido que él deba a esa palabra, pero sí ejemplar. La mentalidad de don Quijote no es exactamente la de un héroe para el niño. Es un hombre al que todo le sale mal, al que todas las empresas en que se embarca terminan con palos y vejando al héroe, y además es un libro que está lleno de unos matices que quizá no son lo más apropiado para un niño. Entiendo a Ortega. Yo no pondría nunca el «Quijote» en la escuela. Sí les hablaría muchísimo a los niños del «Quijote», de todo lo que representa. Creo además que afortunadamente se ha hecho, a través de películas, de dibujos animados? Pero desde el mensaje, como lo expresa Cervantes, a veces es un libro terrible. Todo ese episodio larguísimo y tristísimo de los duques, de cómo se ensañan con él, la crueldad gratuita? Creo que era Nabokov quien decía que no acababa de entender lo enormemente cruel que era todo el mundo con don Quijote. Y eso no es motivo de risa y quizá un niño todavía no percibe ese tipo de matices, sobre todo porque un niño encuentra natural destripar a un gato, cortarle el rabo a una lagartija, meterse con el niño gordo de su clase? El niño está en un momento en que le parece que está bien tirarle piedras a un loco. Ese es el niño.

-Quizá el humor melancólico tampoco ayuda al niño.

-Sí. Don Quijote es un hombre melancólico grave, aunque es un hombre que ríe muchas veces en el libro? Habría que contabilizar, y son muchísimas, las veces en que aparece riéndose, y de muy buena gana, con Sancho. Se ríe muchísimo con él. Llorar, llora Sancho; don Quijote nunca. Si tuviera tiempo haría un pequeño ensayo que se titulara «El reír de don Quijote». Se ríe muy a menudo. Es un hombre que tiene mucha ironía y tiene muchas ganas de reírse y se lo pasa muy bien. Pero en el fondo, sí, todo está bastante melancolizado. La melancolía no tiene nada que ver con la tristeza. Se puede ser melancólico y jovial.

-¿Y qué diferencia su versión de la adaptación escolar que hicieron la RAE y Arturo Pérez-Reverte?

-Las adaptaciones escolares son muy antiguas. Yo, mi primer «Quijote», mi primer libro, comprado con mi propio dinero, fue un libro de la editorial Edelvives que era más o menos esto que ha presentado Pérez-Reverte. Gómez de la Serna, en los años cuarenta, en Argentina, publicó una antología del «Quijote», muy poco conocida porque apenas ha circulado en España. Pero ya él hizo lo que Reverte, que lo que propone es quitar del libro aquellas partes que a su entender estaban fuera de la trama. Pero, ¿qué es la trama? Es muy difícil decirlo. Está claro que «El curioso impertinente» y «El cautivo» son dos novelas que están un poco embuchadas en la primera parte, fuera de lugar. Pero hay otras muchas que se han ido que a lo mejor no tendrían que haberse quitado. Lo que no había hecho ninguna de estas adaptaciones, ni las pensadas para los colegios, es traducir esto al castellano actual: cortan y pegan, pero el lenguaje de Cervantes sigue en ellas tal cual. Esto, para el niño, para el joven, no resta dificultad, antes no entendía mil páginas y ahora no entiende quinientas. La comprensión de lectura es la misma. Yo creo que siempre se van a hacer antologías como la de Pérez-Reverte y es bueno que así sea. No sé cómo será el resultado porque todavía no lo he visto, pero creo que todo lo que se haga por el «Quijote» está bien. Nadie ha leído todos los poemas de Quevedo y está bien que venga un señor y nos ofrezca una antología de Quevedo. Esta novela de Pérez-Reverte ni la de Edelvives ni ninguna otra pretenden sustituir la original. Ni muchísimo menos. Y la mía lo mismo. Yo no trato de suplantar el «Quijote» verdadero. Es solo una más de las versiones, como hay una versión de la «Ilíada» en verso y otra en prosa, otra en una prosa más literaria, otra en una prosa más técnica, y todas conviven y la «Ilíada» sigue siendo una: un libro que menos del 0,001% de los españoles pueden leer en su lengua original y sin embargo es un libro fundamental para muchísimos lectores que lo han leído en castellano, como un libro castellano más.

-En «Al morir don Quijote» y «El final de Sancho Panza y otras suertes» va usted más allá del estudioso cervantino. ¿No es una osadía prolongar el «Quijote»? ¿Nunca hubo miedo al ridículo?

-No. Como don Quijote, diría: «Yo sé quién soy y sé hasta dónde puedo llegar». Que los demás no sepan quién soy yo o crean que soy alguien que no soy, eso ya no me compete. ¿Ridículo, por qué? Sabía que ante mí no iba a hacer el ridículo.

-¿Es un empresa de proporciones considerables?

-Lo que ocurre es que yo sabía, cuando apareció «Al morir don Quijote», que era un libro que iba a ser leído con una lupa enorme, y que algunos entenderían como una osadía. Hasta que vieron que en absoluto lo era, que era un homenaje a Cervantes, un homenaje a sus personajes, que yo no trataba de hacer un «Quijote» apócrifo, sino continuar el «Quijote» donde Cervantes lo dejó? Al mismo tiempo, el concepto de originalidad en la época de Cervantes era muy dudoso: probablemente, el argumento del «Quijote» se lo haya dado un romance anterior a Cervantes, un romance donde se habla de un loco, que enloquece por leer libros. El concepto de originalidad es una cosa muy reciente, desde el siglo XIX a esta parte, antes no existía. La «Eneida» es una prolongación de la «Ilíada», y no pasa nada, y es un gran libro.

-No hay escándalo.

-No hay que escandalizarse. Yo sabía que se iba a mirar con lupa, pero en el momento en que la gente comprendió que lo que yo trataba de hacer era seguir en el espíritu cervantino, con el mismo respeto y el mismo amor hacia ese mundo y lo que representaba, la gente lo aceptó muy bien. Azorín ha hecho alguna recreación cervantina también, y de forma admirable, Jiménez Lozano igual, y de modo no menos admirable. Basta que haya respeto y amor por esa obra y ese autor que representa para nosotros la vida. El homenajearle nos ayuda a conocer mejor nuestro propósito y a encontrar nuestra propia vida. Detrás de mis homenajes había un lector al que siempre le dio mucha pena que el «Quijote» terminara, porque sobre todo quedaban en él muchas vidas que le eran tan cercanas y tan queridas como la del propio Cervantes, y se propuso contar el resto de las vidas. «Al morir don Quijote» ya dejó claro que esto no era Avellaneda. Al principio siempre hay gentes en España que se precipitan, incuso antes de leer la novela intentan tirarla abajo, motejarte, calumniarte. Es lo español. Apenas se ha sabido que he hecho la traducción del «Quijote» ya en las redes sociales hay millones de personas diciendo que eso es un insulto, no han leído todavía el libro y les gustaría que eso no ocurriera. Pero bueno, tú con que sigas leyendo tu «Quijote» original, pues cojonudo -aunque dudo que lo hayan leído, porque de haberlo leído y entendido estarían a favor de ello, de esa difusión-, pero no le impidas al otro (que no lo ha leído porque le resulta muy difícil) leerlo aquí. ¡Sería el colmo! Y es que además ese que dice que quiere leer el «Quijote» en el original, y que le parece un escándalo que otro lo prolongue, normalmente ese tampoco lo lee. El que en un primer momento criticó o denostó o ridiculizó o dijo «este quién se ha creído para prolongar el 'Quijote'», no lo hacía para defender el «Quijote», que en el fondo le importaba un bledo? En «El final de Sancho Panza y otras suertes», en que mueren los personajes pero no todos, queda uno incluso muy atractivo. Y si llega mañana un novelista y lo retoma y da continuidad al escribir la vida de la hija de Sansón Carrasco... pues yo encantado.

-O quizá usted mismo lo ha previsto. Ese final con esa mujer, con la personalidad tan hecha, tan prometedora, leyendo la carta aquella que apela al pasado?

-Y es que la vida nunca se cierra del todo. Hay una chica que tiene una gran personalidad, que es muy joven y que tiene una novela detrás, por supuesto. Y alguien la hará. Yo no la haré. Seguro. Ahí la dejé. Si alguien en un momento determinado, mañana o dentro de 500 años, rescata esta novela del polvo de la biblioteca donde esté y de pronto dice «voy a continuar esta vida porque me parece que vale la pena»... Sobre todo, que lo haga con el respeto con que yo he hecho estas dos novelas. Todo se puede contar y todo lo contamos entre todos, todo lo sabemos entre todos.

-La mujer da para ese personaje que regresa e investiga el pasado, no tanto como un viaje hacia adelante sino hacia atrás.

-Sí. Que es lo que yo hice realmente. Cogí los personajes del «Quijote». Obviamente a don Quijote no lo resucité. No por que Cervantes dijese «lo mato para que nadie lo resucite», sino porque nadie resucita a un muerto. No hay resurrección. Si está muerto bien muerto está. Sí soy un escritor realista en este sentido. La realidad es esta y respeto la realidad. No voy a inventarme otra realidad. Que se ha hecho, por cierto.

-El momento aquel de la cera hirviendo se prestaba a revivir al muerto. El amor de Quiteria bien podría haberlo hecho.

-Sí, pero no lo voy a hacer. Sería rizar el rizo. Yo puedo intentar novelar a Sansón Carrasco e incluso a Sancho Panza, pero estar a la altura de don Quijote habiendo estado don Quijote tan bien hecho, perfilado? ¿Y qué Quijote resucitamos?, ¿uno cuerdo, uno loco? Resucitar a uno cuerdo y conseguir que sea alguien tan genial como el loco? En fin, realmente, yo ese talento no lo tengo. A lo mejor otro sí lo tiene, pero yo no.

-«Al morir don Quijote» es uno de sus mayores éxitos de ventas.

-Sí, de entre mis novelas, es el libro que más se ha vendido y que más se ha traducido. Tampoco llevo yo mucho la cuenta. Pero eso quiere decir que la gente lo aceptó naturalmente, como lo que es, como un homenaje hecho en la misma pauta cervantina.

-Graham Greene, Azorín, Unamuno no tuvieron tanto éxito con sus propuestas cervantinas.

-A lo mejor el de Unamuno, que lleva cien años vendiéndose y es un ensayo maravilloso, pero no deja de ser un ensayo casi filosófico sobre el «Quijote» y sobre la vida española.

-Y está Avellaneda, aunque este escribió su libro un poco contra Cervantes.

-Lo de Avellaneda es un libro contra Cervantes, contra don Quijote y contra Sancho. Y eso es inadmisible. Es lo que a Cervantes le duele del libro de Avellaneda. No es que a él le moteje de viejo y manco, que le puede tocar un poco las narices. Lo que realmente le molesta de Avellaneda es que de dos personajes tan estupendos como don Quijote y Sancho hace dos parodias grotescas, soeces, con un estilo romo, muy a ras de suelo. Son dos caricaturas muy toscas.

-Pero hechas conscientemente, para herir.

-Para herir, pero también porque no tenía más caletre. Si Avellaneda hubiera tenido genio para hacer una obra inmortal como el «Quijote» la habría hecho. Pero ese talento no lo tenía. Lo prueba que no supo ver cómo eran esos personajes. Era un hombre mediocre. Se quedó solo por fuera en los personajes, sin entrar en ellos. Y por eso hace algo tremendo, que es desgraciar los personajes.

-¿Cómo surge en usted la idea de echar estas vidas de nuevo al camino? ¿Por curiosidad?

-Siempre que llegaba al final, me decía «qué lastima que esto se acabe». Sí, en primer lugar, por la curiosidad por estos personajes. Porque me parecía injusto que unas vidas tan maravillosas se quedaran sin contar. Y también sucumbí al mismo principio que sucumbió don Quijote con sus libros, que llegaba un momento en que yo no he distinguido entre un libro y las vidas reales, porque son lo mismo. En el capítulo primero del «Quijote» se nos cuenta que este estuvo también tentado de escribir la continuación del libro de Feliciano de Silva, contando las aventuras de su protagonista, que De Silva no contó. Soy novelista para hablar de la vida y de personajes vivos, y estos estaban muy vivos. Y me fijé en ellos como me pude haber fijado en mi cuñada, en mi primo, en mis hijos o en mis amigos con los que quedo a menudo. Lo hice en ellos porque me son mucho más cercanos que la inmensa mayoría de mis parientes con los que ni siquiera puedo tratarme porque estamos separados o hace años que no nos vemos. Tengo más familiaridad con los personajes del «Quijote» que con la mayoría de primos y tíos y de amigos de infancia y de conocidos y de saludados. Los personajes del «Quijote» son para mí verdaderos amigos, de mi misma sangre. Yo me encuentro de la misma sangre que ellos.

-De «Al morir don Quijote» a «El final de Sancho Panza» hay un gran salto. Quizá tiene que ver con esos diez años que separan ambos libros, o es madurez, o soltura. Se nota mayor fluidez en el lenguaje, naturalidad. ¿Quizá ha perdido el miedo?

-Son dos cosas. Salvando todas las distancias, porque si no va a parecer que soy un hombre presuntuoso. No voy a decir que me gusta más la primera novela, porque no es verdad, pero sí que hay una distancia parecida con el caso de Cervantes: la primera es a la segunda lo que la primera parte del «Quijote» es a la segunda parte. Hay diez años por medio, y yo me encuentro más seguro. En «Al morir don Quijote» estaba todavía con el susto en el cuerpo, un poquito agarrotado por cómo se recibiría la novela; esto me tenía más impedido. En la reedición de Austral he intentado paliar ese salto; está bastante corregida. Es mucho más primitiva que la segunda, que es más risueña. La primera es mucho más literaria, el tema me pesa mucho más, es más cerrada, todo lo que ocurre ocurre en la aldea, y por tanto tiene menos aire. Pero también tiene páginas, sobre todo al final, cuando Sancho y Carrasco se van a Madrid a ver a Cervantes? Toda esta parte es bastante bonita y mucho más parecida a «El final de Sancho Panza». Empieza siendo una novela un tanto anquilosada e hierática (en este sentido, es muy azoriniana, más seca) y a medida que va transcurriendo se va transformando y se une bastante bien con la segunda, o eso me parece a mí. Pero vete a saber lo que dirán los lectores.

-En la primera hay mucho de glosa del Quijote, de comentario, casi como si estuviese preparando la salida a las Indias, el matalotaje, de la segunda novela. Hay como un lastre.

-Todas las novelas se deben empezar a leer por sí mismas. Y de hecho hay miles de lectores de «Al morir don Quijote» que no han leído el «Quijote». Por eso es necesario recordarles de qué va el «Quijote». Por eso se les cuenta mucho de lo que sucedió en el «Quijote». Por eso tiene un lado mucho más didáctico, de glosa. Y en la segunda se da por supuesto que todos saben qué ha pasado y se deja un poco atrás el mundo del «Quijote», dentro de lo que cabe, porque Sancho encontrará a don Fernando, a Cardenio, a Luscinda? Esos personajes resucitan, pero el lector ya no está sujeto a don Quijote, que ya está enterrado. Y todos ellos viven otra vida, aunque es verdad que está marcada por el fenómeno de don Quijote y por el «Quijote» de Cervantes. El hecho de que ellos son personajes de una novela también les facilita mucho las cosas. Hay ese tipo de juego.

-¿Cómo se elige una lengua, una tonalidad?

-Si yo pudiera estar contento con estas novelas, quizás es eso de lo que más contento me siento. El tono no sé muy bien cómo surgió, me parece que es un tono bastante natural. Pero lo mismo son solo impresiones mías.

-A base de lecturas y lecturas y lecturas.

-No. Llega un momento en que sale de una manera natural. Yo no podía hacer una novela con un lenguaje enteramente actual ni un pastiche cervantino, que resultaría verdaderamente paródico. El pastiche se ha hecho muchas veces en el siglo XIX, gente que intentaba escribir a lo Cervantes, gente además maravillosa, como Rodríguez Marín, que era el gran cervantista de la primera mitad del siglo XX, y que cuando escribe intenta hacer una especie de casticismo muy a lo Cervantes, pero resulta muy cargante porque es muy poco natural. Azorín, que tiene dos libros sobre Cervantes maravillosos, hizo una especie de pastiche sobre Sancho y no intenta remedar el lenguaje de Cervantes, sino que usa el suyo propio, muy azoriniano, muy sencillo, y no se parece nada a Cervantes. Y lo mío tampoco, nada. Porque yo sí que busco que no se parezca, para que no sea una cosa ridícula realmente, aunque es verdad que conservando un cierto aroma, una cierta fragancia de palabras, de modos, pero muy sutil, muy adelgazado.

-Y más fresco en la segunda novela.

-El tono ya está conseguido en la primera, lo que pasa es que en la segunda es un poco más florido, más jovial, más luminoso. Pero el tono, que es lo más difícil, es más o menos el mismo.

-Quizá también porque el segundo es sobre todo un libro de aventuras.

-Sí. Pero se van a publicar los dos juntos en algún momento y no habrá tanta diferencia. Ya hacia la mitad del primer libro, cuando llegan los duques con el elefante, empiezan a suceder historias de aventuras. Por eso en el segundo me he permitido una mayor libertad, porque el tono y el lenguaje ya estaban conseguidos.

-Es algo que se fue fraguando?

-El caso es que el primero tuvo infinitamente más lectores que el segundo. Es verdad que estamos con la crisis, pero diría que tuvo diez veces más lectores que el de Sancho. No sabes lo que pasará finalmente, pero el destino de este libro es la publicación conjunta.

-Y el final de la historia tenía que ser dramático y violento, como buena aventura, o no sería. ¿Cómo poner si no fin a esas vidas tan circuladas?

-Sí, tenía que ser violento. De una tacada mueren dos personajes. Lo que es un terremoto, un antes y un después. En Arequipa además son muy frecuentes. Es una ciudad que se ha caído varias veces y con miles de muertos. Al mismo tiempo que ese final resuelto con muertes -salvo Mariquilla, que sobrevive-, la vida continúa.

-¿Cómo es ese proceso de quijotización de los personajes y, en particular, de Sancho, a través de la lectura? Actúan en consecuencia de lo que fue don Quijote y del personaje que se creó de ellos.

-Lo que saca un fondo de humanidad en Sancho es la lectura, pero no solo la lectura. Para llegar a esa decisión han ocurrido dos cosas importantísimas: don Quijote ha muerto y él está en libro. Ya en la segunda parte del «Quijote vemos» cómo don Quijote y Sancho dicen cosas intercambiables, uno y otro, casi son el mismo personaje. Don Quijote muere y para Sancho la única manera de tener un vínculo con él es a través del libro que queda y por eso decide aprender a leer. Pero en su decisión ya hay algo que es puramente quijotesco: aprende a leer siendo un porro; es verdad que lo hace como en las novelas, de una manera prodigiosa, en apenas veinte días (y en otros diez ha leído su historia). Eso solo pasa en las novelas, pero pasa con tanta naturalidad que nadie duda de que esto haya sido así. El momento más importante de «Al morir don Quijote» es justamente cuando Sancho aprende a leer. Con ello está diciendo yo soy la reencarnación del propio don Quijote.

-Hay una voluntad firme de ser.

-Sí, está diciendo «yo quiero ser»: don Quijote quería ser don Quijote y yo quiero ser Sancho. Yo quiero ser el que soy, y eso es maravilloso. Y es lo que determina e imprime carácter a toda la novela. El verdadero protagonista de mi novela no es Sansón Carrasco, obviamente es Sancho. Y a Sansón Carrasco le ocurre un poco lo mismo, como al ama y a la sobrina de don Quijote. Tanto Quiteria como Antonia empiezan a tener una personalidad que no tenían porque Cervantes no se la dio. Ambas tenían una voluntad de ser, pero no tuvieron tiempo de crecer porque ningún novelista puede contarlo todo de todos.

-Crecen ahora de la mano de su relación con don Quijote.

-Don Quijote es determinante en todos ellos, y ellos comprenden que su vida ha sido antes y después de don Quijote. Esto es lo que determina la visión de todos ellos. Lo que es estupendo es que el don Quijote de cada cual lo llevan dentro y no pueden quedarse en la aldea tributando una gloria y viviendo de las rentas de don Quijote. Y se tiran a la aventura incluso contra los deseos de Sancho, que quiere dedicarse a vivir hablando de don Quijote, una ingenuidad que son restos de su picardía, de sus mañas.

-Que la experiencia posterior no desmentirá. Es posible vivir de esos relatos.

-Sí, sí. Ni de pastores ni de nada, que lo importante es vivir del cuento.

-Es curioso cómo actúan también en función de su sospecha de que un narrador les observa y pondrá después sus acciones por escrito. Claro, es algo que ya les ocurrió antes.

-Hay una especie de autoironía. Es un poco como ocurre con mis diarios. Gente que habla conmigo de repente pensando «no sé si voy a aparecer en tu libro», y se comportan de un modo un poco raro, pensando que los voy a sacar en mis diarios de una determinada manera. Hay ahí una cierta parodia de mi propia experiencia como escritor de diarios.

-Quizá por ello van a América, buscándose a sí mismos, tras la fortuna o de una vida lo suficientemente novelesca para alimentar al narrador. Hay algo aquí de Gran Hermano.

-Sí. Es un poco como en mis diarios: son gente que vive al día pero también en los libros. Gente de la que hablo con una X o un nombre supuesto pero que está tomada de la realidad. Hay una especie de reflejo en mis diarios de lo que es ficción y lo que es realidad, algo que es una vieja preocupación mía porque mis diarios llevan publicándose 25 años.

-Otra empresa quijotesca donde las haya.

-Algunas de las mías, la verdad, tienen algo de eso, sí.

-Cervantes queda un poco al margen en sus novelas, salvo el encuentro con el bachiller y Sancho y después con el recuerdo de aquel corsario inglés.

-Sí. Cervantes está en el tono de la novela, su manera de hablar, que es bastante compasiva y simpática. No hay mala leche, ni siquiera con los duques se ensaña. Cervantes está presente de esta manera, en todo el carácter de la obra. No en un personaje especial. He procurado que Cervantes esté en mi novela de la misma manera que está en las suyas, con una presencia bastante atenuada, apagada, orillada. Igual que yo no estoy en mi novela. Mi yo prácticamente no comparece. He procurado mimetizarme con el ejemplo de Cervantes. He tratado de imitar el modo de Cervantes de estar, que es no estando prácticamente, dejando a los personaje que hablen. Y no hay demasiado de mí en estas cosas.

-De la mano de corsario introduce a Shakespeare, quizá con un reproche: se valora más a Cervantes fuera de España.

-Estaba hecho con esa intención. Digamos que a Cervantes lo han cuidado más fuera que dentro. Digamos que fuera lo han visto con una simpatía que en España no ha sido posible. Habiendo mucha, ha habido también muchos detractores de don Quijote, tantos como defensores, algo que no ocurre fuera. La gente que está fuera lo quiere enteramente. Es absurdo pensar que el «Quijote» en Inglaterra ha tenido más suerte que en España. No es así. En Inglaterra no cuenta con más lectores que en España ni de coña. Sería un esnobismo decir eso. Pero sí vemos que los buenos lectores de fuera son tan buenos o mejores que los españoles. Porque no tienen ese encono con Cervantes ni con don Quijote. Hay muchísima mayor cordialidad, quizás al verlo tan lejano pueden quererle sin tener que hacerle reproches o menospreciarlo.

-Y esa carrera repentina y contrarreloj de las Trinitarias tras los huesos de Cervantes, ¿cómo la juzga?

-Esto no tiene nada que ver con Cervantes ni siquiera con los huesos de Cervantes. Esto era el intento de una operación más o menos turística, interesada y espuria. Y yo si hubiera aparecido me hubiera encantado, no me hubiera parecido mal, pero han emprendido una carrera loca pensando que iban a encontrarle entero y con su señora al lado. Y no ha sido así. Lo que digo es que Cervantes vivió toda la vida entre la gente común, entre personas sin significación especial, y sin el respeto y sin la admiración de sus contemporáneos, y que justamente por eso, porque no tenía la admiración de sus contemporáneos, ha estado 400 años en una fosa común, a diferencia de otras muchas gentes que han contado con tumbas y enterramientos más o menos célebres, como en el caso de Lope. Yo lo que espero es que los huesos los vuelvan a poner donde estaban, mezclados con todos los demás, ya que no van a poder decir: 'esta mandíbula es de Cervantes'.

-Hablan de una posible comparación con su hermana monja.

-La hermana monja no la van a encontrar en la vida. Ahora ha aparecido una abuela enterrada en no sé dónde, pero si exhuman los restos de la abuela se pueden encontrar con cualquier cosa. En fin. Son ganas de circo de tres pistas.

-¿No hay nada que celebrar?

-No. Creo que no. Y no es que yo no tenga nada que celebrar, sino que ellos mismos, los que se han dedicado a juntar estos huesos, no han presentado nada. Lo que han dicho es lo que ya se sabía: que allí estaban enterrados los restos de Cervantes y que algunos de estos huesos podían ser de él. Bien. Pues esto ya lo sabíamos desde hace 400 años.

-No da para un mausoleo.

-Yo creo que ni para un relicario. Es mucho más reconfortante y entretenido leer sus libros.