Aquel thriller neoyorquino de los 70

miguel anxo fernández

CULTURA

La película «Lazos de sangre», de Guillaume Canet, satisface a quien gusta del género por la vía del realismo y la contención

27 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Canet, todavía de carrera corta como director (como actor ya es otra cosa), con cuatro títulos en una década, entre ellos la muy notable No se lo digas a nadie (2006), apela a la complicidad del espectador en su homenaje al thriller neoyorquino de los 70, aquel al que dieron honor y gloria autores como Lumet, Friedkin, Sargent y algunos más. Para ello se asocia con uno de sus cultivadores actuales de mayor solvencia, James Gray (La noche es nuestra, 2007), que está en el guion y en la producción ejecutiva. Y el resultado admite dos valoraciones, quizá contrapuestas, pero sin afectar al indudable interés del filme, que sin ser redondo satisface a quien gusta del género por la vía del realismo y la contención. La primera es su muy notable acabado formal en cuanto a recrear los ambientes setenteros de la ciudad. La globalidad del trabajo de arte es de libro. Atrezo, utillaje, decorados, vestuario, peluquería, localizaciones, y hasta el etalonaje de la foto, invitan a irnos a cuatro décadas atrás en un esfuerzo presidido por el rigor. Más todavía, su manera de encuadrar, en una explícita renuncia a la coyuntura visual, esa que deriva el look hacia lo clipero y lo falsamente moderno. Un diez para Canet.

La otra valoración, menos agradecida, se refiere al guion e incluso al ritmo. Una historia como esta, de ribetes shakesperianos, con dos hermanos, uno policía y otro delincuente, ambos entre un padre con el corazón partido, escora más hacia el drama que hacia el thriller en su clave de wéstern urbano. De hecho, dosifica la violencia y procura no hacerla muy operística, buscando el efectismo de distancia corta, centrándose más en la relación entre los personajes y sus periferias que en la acción (muy convincente la secuencia del atraco al furgón, por naíf?). Pero es en esa relación en donde la trama transcurre a brincos, con situaciones dudosas y de intensidad dispar. Como en la fluidez narrativa, que deja sensación de haberle sobrado metraje, aunque no necesariamente (la edición francesa para home cinema incluye secuencias descartadas, que habrían quedado estupendas en la versión final). Uno puede imaginarse lo que habrían servido con este material un Scorsese o un De Palma, pero Canet pone voluntad, honestidad y buen gusto.