«George», el can que salvó al yonqui

Pilar Manzanares MADRID / COLPISA

CULTURA

Detalle de una de las abigarradas estampas urbanas de John Dolan.
Detalle de una de las abigarradas estampas urbanas de John Dolan.

El dibujante John Dolan cuenta como salió de la marginación gracias a un «Staffordshire bull terrier» en el libro «El perro que me cambió la vida»

26 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

John Dolan tenía 41 años cuando, en la primavera del 2013, la suerte llamó a su puerta por segunda vez. Una suerte precedida de una terrible vida, un perro llamado George y un gran talento. Porque John era un mendigo que no tenía un techo bajo el que guarecerse desde hacía tiempo, que entraba y salía de la cárcel sin que eso le importara demasiado, que consumía drogas, un yonqui. En resumen, era una de tantas personas que habitan las calles y que apenas vemos cuando pasamos a su lado. Hasta que un día George se cruzó en su vida y lo salvó, como el propio John cuenta.

Desde entonces, estos dos inseparables amigos han cuidado el uno del otro y han logrado enamorar además de a muchos viandantes, a galeristas, artistas y críticos de arte. Porque Dolan tiene el talento de dibujar y George el de haber logrado que su amo no se haya rendido por duro que fuera el camino. «Sin George yo no habría vuelto a coger el lápiz tras haber descuidado mi talento durante décadas; como tampoco habría conocido a Griff, el galerista Richard Howard-Griffin. Sin duda habría acabado tirado en cualquier parte, en la cárcel o dos metros bajo tierra», escribe en El perro que me cambió la vida, autobiografía que edita Grijalbo. Sin embargo, Dolan es hoy uno de los artistas callejeros más reconocidos y más de moda de Londres y su experiencia se ha convertido en todo un best seller.

Conoció a George, que tiene 7 años, en el invierno del 2009. Entonces vivía en una habitación de alquiler social y les ofreció techo a Becky y Sam, una pareja de vagabundos. «Ellos ya tenían un pastor alemán, pero un día un hombre se les acercó y les preguntó si le comprarían a George por lo que cuesta una lata de cerveza. Y lo trajeron. Cuando fueron realojados les dijeron que solo podían quedarse con un perro, y me preguntaron si me lo quedaría. Acepté», recuerda.

Y el can lo salvó. ¿De qué modo puede lograr eso un Staffordshire bull terrier joven? «Antes de conocerle mi vida era muy dura. No hubiera podido imaginar que sería mi talismán. Hasta que llegó él, yo apenas podía cuidar de mí mismo. Llevaba muchos años en una espiral de indigencia, depresión, drogas, delitos y cárcel. ¡Había entrado en prisión más de treinta veces! Cuando llegó me di cuenta de que ahora me tenía que ocupar de los dos, de que si yo iba a la cárcel le perdería... Sin él no estaría hoy donde estoy. Ahora mi vida es diferente, está mucho más estructurada, siempre estoy trabajando», relata.

Fue así como no me quedó más remedio que retomar los lápices. «El Gobierno se estaba cargando el sistema de prestaciones y yo me vi obligado a mendigar. Trataba de dejar la calle y, aunque llevaba muchos años sin hacerlo, pensé en dibujar, ya que era mi único talento. En cuanto empecé me entusiasmé, me gustó hacer algo más que esperar a que la gente echara dinero en el vaso de George». Y lleva dibujando profesionalmente cuatro años.

La calle, sus sensaciones, sus ruidos, la gente que pasa. «La ciudad que me rodea, la gente que la habita, su arquitectura» son sus temas predilectos. La calle es su escuela artística, explica. «Aunque la verdad es que me mantuve muy encerrado en mí, era un llanero solitario. Vivir en la calle me convirtió en una persona más fuerte mentalmente».

Antes, solía vender por 20 libras los dibujos de tamaño folio. «El día que más, vendía 5 dibujos. ¡Y alguna vez pagaron 350 libras por algún lienzo!», asegura con humor. Hoy, sus originales grandes se venden por 4.000 libras, ha protagonizado un par de muestras en la Howard Griffin Gallery en Shoreditch.

Sin embargo, a menudo se sigue sentando en la calle a dibujar. «No he dejado que la experiencia me cambie, tengo los pies firmemente pegados al suelo», afirma.