La dura infancia de la pintora que fascinó a García Márquez

H. J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El editor gallego Luis Solano rescata la correspondencia en que la artista colombiana Emma Reyes relata su historia

12 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay libros en que la vida se impone de manera inopinada y la literatura es únicamente un medio. Es el caso de Memoria por correspondencia, una reunión de las veintitrés cartas que la pintora colombiana Emma Reyes escribió a su amigo el intelectual e historiador Germán Arciniegas y en las que le relata su vida, su durísima infancia y adolescencia. La literatura es solo aquí literatura al final, una vez que la letra demuestra que en donde reside su fuerza es en la pobreza de la herramienta, coherente con el mensaje, austero, llano y sin ajustes de cuentas, sin rencores, sencillo y hasta, podría observarse, pleno de dickensiana ternura. Después de todo, Reyes (Bogotá, 1919-Burdeos, 2003), que no fue a la escuela y mucho menos a la universidad, explicó ella misma después, aprendió a escribir pasados los 18 años. Más allá de la crudeza de lo relatado, el resto de la potencia lírica debe buscarse en la hechura de la persona, impecable, noble, positiva, nunca revanchista ni amargada, una mujer de brazos abiertos, hospitalaria, generosa, nunca empeñada en juicios, y llena de unas ganas de vivir que profesaría toda su larga existencia, en la que regaló felicidad a aquellos que la rodearon y a los muchos que acudieron a su auxilio.

«Emma Reyes -incide la periodista argentina Leila Guerriero en el prólogo que redactó para la edición de Libros del Asteroide- escribe libre de toda pena por sí misma, de toda actitud condenatoria, de cualquier forma de autocompasión». Hay algo en Reyes que le permite incluso ya muy adulta -la correspondencia data del período 1969-1997- mantener la mirada limpia de la niña que fue, que sufrió aquella atroz existencia, y relatar su vida de miseria, maltrato y encierro con los ojos grandes y abiertos de la inocencia y la sorpresa del niño, y así nos hace llegar los recuerdos, sin caer en la fácil tentación de analizarlos y adjetivarlos.

El editor vigués afincado en Barcelona Luis Solano -responsable del sello Libros del Asteroide- dio con este texto de modo fortuito en la Feria del Libro de Bogotá en un contacto de trabajo con la casa colombiana Laguna Libros, una editorial pequeña y especializada en el campo del arte que publicó las cartas de Reyes en el 2012, de la mano del propio Arciniegas, que, como destinatario de la correspondencia, guardó los papeles como un tesoro y pactó con Reyes sacarlos a la luz un tiempo después de su fallecimiento. «Leí el libro -recuerda Solano-, y enseguida me di cuenta de su asombrosa y universal fuerza y supe que quería publicarlo. Sabía que el libro puede hablarle y decirle cosas a un lector español de hoy más allá del inesperado y clamoroso éxito cosechado en el 2012 en Colombia, donde se convirtió en el libro del año».

Memoria del infierno

Lo cierto es que fue Arciniegas quien convenció a su amiga Reyes -tras escuchar sus dolorosas historias- de que le contase su vida en forma epistolar. Y que tras mostrarle Arciniegas los primeros resultados a Gabriel García Márquez, este, fascinado, animó a la pintora a proseguir por muy duro que fuese volver sobre la memoria de aquel infierno.

Reyes narra sus años de reclusión con su madre y cómo esta la abandona en un convento -junto con su hermana-, en el que permanecerá durante más de un decenio enclaustrada hasta que, intuyendo el mundo exterior, decide huir llevándose consigo a Helena. El resto es ya otra historia, una historia de aventura, tribulación, valentía, éxito y generosidad, entre lo más granado de la intelectualidad y el arte de Francia, país en el que se afincó y residió hasta el fin de sus días.