Muere el director de cine portugués Manoel de Oliveira a los 106 años 

Colpisa

CULTURA

ALVARO BALLESTEROS

Cineasta de culto, premiado en Cannes y Venecia, está considerado como el director más longevo del mundo

03 abr 2015 . Actualizado a las 09:58 h.

El cine pierde a un maestro y a su decano. El cineasta en activo más veterano del mundo, el portugués Manoel de Oliveira, fallecía este Jueves Santo en su casa de Oporto con 106 años y casi sesenta películas a sus espaldas rodadas en más de ocho décadas de entrega al séptimo arte, del cine mudo a la era digital. Rodó la última, El viejo de Belén, a finales del 2014. Un corto que concluyó a pesar de su frágil estado de salud y tras superar una insuficiencia cardíaca. «Si paro de rodar, me aburro y me muero» había advertido el longevo maestro luso, que facturaba una película al año y a quien un siglo largo de vida no bastó para rodar todo el cine que llevaba dentro.

Cineasta de culto, reconocido tardíamente en todos los grandes festivales, admirado y elogiado por sus colegas, pero sin éxitos comerciales, arrancó de lo más local para ser universal. Desde el apego a la dura realidad portuguesa, logró que su complejo cine de plano fijo y ritmo lento fuera alabado internacionalmete. Contaba 77 años cuando ganó el León de Oro del Festival de Venecia en 1985, y era centenario cuando logró la Palma de oro del Festival de Cannes, en el 2008. Consagrado tardíamente como un maestro, un humanista de inspiración cristiana, en su madurez tuvo a sus órdenes a grades intérpretes como el italiano Marcello Mastroianni, la francesa Catherine Denueve o el estadounidense John Malkovich, que acrecentaron la dimensión global de sus películas. Admiraba a Luis Buñuel y, tan irónico como el «ateo gracias a Dios» maestro de Calanda, se tenía Oliveira por «otro creyente descreído» capaz de elogiar ante Benedicto XVI «la raíz cristiana de toda Europa» y «la importancia de la fe».

Había irrumpido Oliverira en el séptimo arte en 1931, rodando su primera película antes de la llegada del cine sonoro a Europa. En una carrera desigual rodó después casi sesenta películas entre largometrajes de ficción y documentales, realizados siempre con su peculiar estilo. Adorado por sus colegas, elogiado por la crítica pero sin el favor del gran público, sus mayores reconocimientos llegaron en su fértil madurez.

Nacido el 11 de diciembre de 1908 en Oporto, Manoel Candido Pinto de Oliveira fue hijo de un acaudalado fabricante de bombillas apasionado por el cine. Vivió sus primeros años en La Guardia (Pontevedra), donde estudió con los jesuitas. Temprano heredero la pasión paterna por la fábrica de sueños, renegó del negocio familiar. Probó suerte en las carreras de coches y ganó alguna prueba en Estoril. Practicó la natación, el remo o el atletismo, y llegó a pilotar aviones acrobáticos antes de entregarse al cine.

Debutó como figurante en Los lobos (1923), película muda de Rino Lupo, y en 1931 rodó su primer documental, también mudo, El Duero, trabajo fluvial, sobre la vida de los obreros y pescadores del río que bañaba su ciudad natal. Sería también actor en las primeras película habladas del cine portugués, La canción de Lisboa, (1933) de Cottinelli Telmo, pero pronto encauzaría su carrera hacia la dirección. Tras rodar varios documentales, casado ya con Maria Carvalhais, madre de sus cuatro hijos, se inicia en la ficción en 1942 con Aniki-Bobo, una tierna historia de amor entre críos de un barrio popular de su Oporto natal que anuncia el neorrealismo italiano.

Las carencias de la débil industria cinematográfica portuguesa, el escaso éxito de taquilla de su películas y el férreo control de la dictadura de Antonio Oliveria Salazar le impedirían dar la continuad que él hubiera querido a su carrera. Tardaría casi tres lustros en volver a colocarse tras las cámaras para rodar su segundo largometraje, Acto de primavera, sobre la pasión de Cristo. En los cincuenta se reactiva y en los sesenta adapta sin desmayo a grandes narradores y poetas de las letras portuguesas, como Eça de Queiroz o Antonio Vieira. Facturó después una tetralogía sobre amores frustrados, con títulos como Amor de perdición (1979), que recrea la novela de Camilo Castelo Branco, y Francisca (1981), basada en la novela de Agustina Bessa Luís. Es entonces cuando la crítica internacional le descubre y alaba.

Consagrado pronto como un maestro del cine europeo, entró un sostenido ritmo de rodaje de una película al año gracias al respaldo del productor luso Paulo Branco. Éxitos que encadena tras el estreno de Zapato de raso(1985), un insólito fresco de casi siete horas que le daría el León de Oro en la Mostra de Venecia. Se suceden en las dos décadas siguientes títulos como No, o la vana gloria de mandar (1990), La divina comedia (1991) o La Caja, (1994).

Es entonces cuando Catherine Denueve, John Malkovich, Irene Papas, o Marcello Mastroianni protagonizan películas como El Convento (1995) y Viaje al principio del mundo (1997). Oliveira se engrandece con títulos como El principio de incertidumbre (2002), Una película hablada (2003), El quinto imperio (2004), Espejo mágico (2005), Belle toujours (2006) -réplica del Belle de jour de Buñuel, con Michel Piccoli-, Cristóbal Colón (2007), El extraño caso de Angélica, (2010) -con Pilar López de Ayala como protagonista-, y Gebo y la sombra, (2012).

«Mi mejor regalo es seguir haciendo películas» decía al convertirse en centenario. «No me quejo de nada, porque de nada sirve. Los gobiernos deberían auxiliar mucho al cine, ayudando a los realizadores, pero no como un favor, sino como una obligación» planteó sin estridencias en la hora de la crisis. Su legado se completa con el capítulo El conquistador conquistado, irónico mediometraje en el que se burla de los turistas, para la película colectiva Centro histórico, realizada para la capitalidad europea de Guimarães en el 2012, y El viejo de Belén (O Velho do Restelo) que estrenó a finales del 2014, días después de recibir la insignia de Gran Oficial de la Legión de Honor francesa.