Oso de Oro político para Jafar Panahi y bofetada al régimen iraní

JOSÉ LUIS LOSA BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Tom Courtenay y Charlotte Rampling
Tom Courtenay y Charlotte Rampling STEFANIE LOOS | Reuters

El cineasta chileno Pablo Larraín se lleva el Oso de Plata y los veteranos Charlotte Rampling y Tom Courtenay, los galardones como mejores actores

17 feb 2015 . Actualizado a las 21:19 h.

La Berlinale otorgó ayer un Oso de Oro meridianamente político en forma de bofetada al actual sistema de poder de Irán. Es la manera más directa de leer el máximo galardón que recibió el filme Taxi. Naturalmente, no pudo recoger el premio su autor, Jafar Panahi, porque sigue en su país, cumpliendo una pena de confinamiento un tanto gaseosa, todo hay que decirlo: no puede moverse de su casa, pero en Taxi él mismo asume el rol protagonista, se pasea en su coche y va acarreando personajes que le cuentan cómo está el patio en Teherán. Tampoco puede hacer cine, pero este es el tercer largo que se presenta en grandes festivales desde que se le condenó al ostracismo.

No se debe poner en duda que Panahi es un director eminente. Pero este estatus de representante mundial de los artistas represaliados ha alcanzado ya tal inevitabilidad que habrá que ir pensando en una regla por la cual cada vez que Panahi se presente a algún festival competitivo se instaure un día Panahi en el que se pinche como música de sala el Ayatollah? de Siniestro Total. Y ya. A mí Taxi me parece película menor, de dispositivo demasiado a la vista y, sobre todo, muy deudora -o algo más- de Ten, la obra maestra del iraní hasta hace poco más universal, Kiarostami, que no debe de llevar de muy buen rollo esto de que los vítores al rehén Panahi lo hayan sacado de la foto.

Esta decisión del jurado, presidido por Darren Aronofsky, relegó al segundo lugar, el Oso de Plata, a la verdadera película sustancial de esta Berlinale. El Club, la sensacional obra del cineasta Pablo Larraín con sus curas pederastas condenados a otro retiro, junto a una monja abusadora. Quedará siempre la duda de en qué medida el espiritual Aronofsky, que viene de filmar la vida de Noé, habrá pesado a la hora de relegar El Club, vitriólica, hiriente para con el Chile esencialista. Un paso firme en la consagración de Larraín como gran narrador del Chile del oscurantismo con el tríptico que la cinta conforma ya con sus anteriores Tony Manero y Post Mortem.

Noche del cine latino

No fue este Oso de Plata el único premio chileno del palmarés. Patricio Guzmán, que relaciona con sentido lírico trenzado con materiales preciosos el agua y los desaparecidos en su país, se llevó el mejor guion por la medida El botón de nácar. Y el triunfo latinoamericano en la Berlinale acabó de fraguarse con otro de esos premios en los que el buenismo prima por encima de lo artístico: la guatemalteca Itxcanul, de Jayro Bustamante, merecedora del galardón Alfred Bauer, cuenta los abusos sangrantes que sufre su población indígena en un país donde hace no más de 40 años se vivió aún el genocidio. La interpretan dos mujeres mayas, por supuesto no profesionales. La foto de ambas con su director, como la de la niña iraní que subió al escenario por Panahi, son de las que ponen mucho a quienes rigen este festival.

La prueba de que hubo disputas en el jurado, y no solo al negarle el Oso de Oro a Larraín, la apunta la decisión exaequo del premio al mejor director entre el rumano Radu Jude por el muy estimable wéstern semifeudal Aferim, y la polaca Ma?gorzata Szumowska por el drama friki de zombis absurdos Body.

En la busca de los mejores actores se pasó del compromiso al academicismo no exento de melancolía. El matrimonio invernal de 45 Years que componen Tom Courtenay y Charlotte Rampling hizo pleno. La película es tan delicada como previsible. Pero ver subir al estrado a Courtenay, cuando ya parecía un rostro de otro siglo -de hecho, su época dorada fue hace 50 años, con Doctor Zhivago o Rey y patria-, es un placer equiparable al de contemplar como dama del cine europeo a Charlotte Rampling, que casi comenzó en esto como icono sexual del sado-maso -pero este de veras, no la horterada de las sombras de Grey- en Portero de noche.

La 65.ª Berlinale termina pobre de balance y, sobre todo, muy cruel de conclusión. Resucita a las momias de Wenders y Peter Greenaway para dejarlas al raso. Y lamina el prestigio de un gurú, Malick, y de una divina de la muerte, Coixet, que quema en esta nieve su último cartucho.