Herzog desconcierta con Nicole Kidman como Lawrence de Arabia «vintage»

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Nicole Kidman, con el director, Herzog
Nicole Kidman, con el director, Herzog TIM BRAKEMEIER

Panahi le pone humor en la Berlinale a su condición de perseguido

06 feb 2015 . Actualizado a las 19:06 h.

A estas alturas, Werner Herzog, salido de mil batallas, tiene patente de corso para reírse hasta de su sombra. De la desconcertante Queen of the Desert, en la que presenta a Nicole Kidman como una emanación femenina de Lawrence de Arabia, yo saco en conclusión que se la ha tomado a título de broma. No me creo que este drama de épica solemne y tono vintage se plantee competir con David Lean. De hecho, la propia elección del actor que encarna al mítico Lawrence, Robert Pattinson, provoca instantáneas carcajadas a las que Herzog no podría ser ajeno. A otra celebrity que pienso que el alemán juega a ridiculizar es al stajanovista hipster James Franco, con su jocoso personaje de tragedia griega. La que no debió de enterarse de que la cosa no va en serio es Nicole Kidman, en su sudoroso rol de heroína diseñadora de la actual división de Siria, Irak, Arabia y los Emiratos. Claro, esta hazaña geoestratégica, que sale en los créditos finales con trompetería, es la que nos ha llevado al infierno actual. Me es imposible interpretar que Herzog sea ajeno a todo esto y que su Queen of the Desert no se trate sino de una humorada algo cara. De otra forma, estaríamos ante un puritito despropósito.
Ya es sabido que el iraní Jafar Panahi es el bienquerido representante de la libertad de expresión amenazada al que cada año uno de los festivales grandes rinde pleitesía, cada vez más un puro subgénero de este circuito: Panahi, encerrado en una habitación con un solo juguete. Esta vía oclusiva llegó a su extremo en Closed Curtain, donde se empapelaba en un bunker. Por fortuna, Taxi se percibe como si le hubiesen permitido salir al patio de la cárcel. Conduce un coche de alquiler y habla con sus clientes. Y se permite algo de humor. Te permite respirar, no se mira tanto el ombligo.
Lo mejor de 45 Years se resume en dos nombres: Charlotte Rampling y Tom Courtenay. Cada uno por sus veredas, sendas instituciones del cine europeo. Ambos encaran una suave invitación a los secretos de un matrimonio, ceñidos a una novia que Courtenay tuvo 50 años antes y que, muerta en un accidente alpino en Suiza, permanece congelada en la memoria y en el tiempo. La nieve descongelada ciega un poco sus mentes burguesas y apacibles. Todo muy light, predispuesto al lucimiento de los talentos venerables de sus actores. Y, después de lo de la Coixet, agradecemos mucho que no haya mas excursiones a  montañas nevadas.