Rosario o la soledad extrema

Jorge Casanova
Jorge Casanova REDACCIÓN / LA VOZ

CULLEREDO

Elena Silveira

Una combinación de circunstancias hizo que el cuerpo de la mujer de Culleredo permaneciera abandonado más de un lustro

09 jul 2017 . Actualizado a las 22:39 h.

A lo largo de esta semana pocas personas habrán pasado por encima de la historia de Rosario Otero sin hacer alguna reflexión. La noticia de la mujer hallada muerta en su casa, prácticamente momificada, después de permanecer alrededor de seis años caída en el pasillo no ha dejado a nadie indiferente. «¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así?» nos hemos preguntados todos.

Para despejar la incógnita, en primer lugar hay que perfilar a Rosario, una mujer de la que poco se recuerda y aún menos se sabe con certeza. Es probable que tuviera unos 56 años cuando falleció. Se sabe que era más bien bajita, más bien regordeta, más bien castaña. Que vivía con su madre, la señora Jesusa, originaria del concello de Oroso y que fueron de las primeras en llegar a la promoción de 150 vivendas que se levanta en El Portazgo de Culleredo en medio de la casi nada. Ni tiendas, ni bancos, ni nada más que una cervecería y una discoteca en 200 metros a la redonda. Y un tráfico intenso por la N-550. Un lugar poco propicio para tejer relaciones sociales. «Un dormitorio», como admiten algunos de sus propios moradores.

Rosario dejó de vivir en el mundo pero siguió haciéndolo para el sistema La madre y la hija iban siempre juntas. Discretas, vestidas con gravedad, cordiales pero reservadas. Buenos días, buenas tardes y poco más. «Eran raras -dice una vecina-. Una vez dejé las llaves dentro de mi casa y llamé a su puerta para ver a qué altura se encontraba la cerradura. Estaban dentro, porque yo lo sabía, pero no me abrieron. Eran buenas mujeres, pero eran así». El resto de vecinos que son capaces de recordar el rostro de Rosario, apenas conocían detalles de su vida. Que si trabajaba en la Xunta, que si era divorciada, que si era catequista... Desde luego, el párroco no la recuerda y en la Xunta no parece haber constancia de su paso laboral por la Administración. Se sabe también que la señora Jesusa falleció en diciembre de 2.011 y que fue incinerada en A Coruña. Se dice que Rosario quedó muy afectada cuando se vio sola, que estaba deprimida. Y poco después, ya nadie volvió a verla nunca más.

¿Y no tenía familia? Desde luego, si la tenía no ha aparecido. El cadáver fue incinerado ayer a cuenta del Concello de Culleredo. Nadie reclamó el cuerpo, nadie fue a despedirla. Rosario se fue del mundo sin dejar pendiente un mínimo rastro para que alguien estuviera en su despedida, un trámite capital en la cultura cristiana: si nadie te despide, es que no dejaste nada. En Oroso quedan algunos parientes lejanos, una prima de su madre que declinó hacer declaraciones. La señora Jesusa iba por allí a algún funeral, a alguna fiesta, pero de eso hace muchísimos años. Un hermano murió en el 2014 y otra hermana está emigrada en Francia. Y ahí se acaba el rastro de la señora Jesusa en Oroso. De Rosario, su hija, nadie se acuerda.

¿Y en el trabajo? Tampoco hay constancia de su pasado laboral. Aunque se especuló con que pudo haber trabajado eventualmente como administrativa, este aspecto de su vida no se ha podido confirmar. Algunos vecinos creen que trabajaba en la limpieza; en casas particulares. Pero, una vez más, nadie lo sabe con certeza. De lo que no cabe duda es de que nadie la echó de menos un lunes por la mañana, en una oficina o en un domicilio.

Ya está perfilada una mujer poco sociable, sin familia ni amigos que ha perdido a la única persona con la que realmente se relacionaba; alguien que se enfrenta a la soledad extrema. Si fallece nadie la echará de menos. Y entonces fallece.

Sus dos vidas

Rosario dejó de vivir en el mundo, pero siguió haciéndolo en el sistema. La cuenta bancaria de su madre, donde estaba domiciliado el alquiler y los gastos del piso, seguía activa. Y allí fueron llegando los recibos, pagados religiosamente. Y al buzón llegaron las cartas que el conserje acabó guardando en bolsas por orden de la inmobiliaria. El coche, inmóvil en el garaje, acumulando polvo. Y así pasaron los días y las semanas. Y los meses y los años.

Varios vecinos la echaron de menos. Lo comentaron. No la veían desde hacía tiempo, y el buzón, y el coche, los cristales tan sucios, la persiana siempre en la misma posición... «Yo siempre lo dije, que estaba muerta en su casa -comenta una vecina-, pero como no olía...». «Cada día del año hacemos una ronda por todas las escaleras, para comprobar que está todo en orden -explica el conserje actual- y nunca se notó nada raro».

Rosario fue discreta hasta para morir Se dieron las circunstancias determinadas de temperatura, humedad y variables en su propio cuerpo para eludir el proceso de descomposición que normalmente delata casos como el suyo. Todo combinado: sin ningún ancla social ni familiar, con dinero para alimentar los servicios contratados y sin que nadie pudiera ver ni oler su triste final, generó el increíble hecho de que el cuerpopermaneciera abandonado tanto tiempo.

Rosario empezó a morir para el sistema unos 30.000 euros después de que su corazón dejara de latir. De pronto, ya no pagaba la luz ni el agua que no consumía; ni el alquiler de la vivienda que no disfrutaba. Y le cortaron los servicios. La inmobiliaria intentó entrar en el domicilio a través del juzgado en el 2016, pero no lo logró. No ha querido aclarar como formuló la petición, pero la resolución del caso fue muy sencilla: «Lo volvimos a comentar el domingo -relata la vecina que formuló la denuncia- y el lunes fuimos a comunicarlo a la Guardia Civil. A las dos horas ya estaba la puerta abierta». No fue tan difícil al fin y al cabo. Pero ya habían pasado más de dos mil días desde que Rosario murió.

«A mí no me pasaría eso»

«A mí no me pasaría esto» reflexiona Marina, una vecina de la fallecida de 69 años. Y explica por qué: sus rutinas, el vecino con el que pasea... Otro señora se une a la charla y da también razones para convencerse de que a ella tampoco: «Mis perros». Hablamos sobre Rosario y sobre las circunstancias de su abandono. Allí, en el jardín de la urbanización, llega más gente, se saludan, comentan la noticia. «Lo más triste es pensar que se ha sabido cuando se le ha acabado el dinero de la cuenta», apunta otra señora. Y así es. Tal vez si la madre de Rosario hubiera tenido el doble de dinero, habría transcurrido el doble de tiempo olvidada. En general, por el vecindario se apreciaba esta semana un aire de tristeza «y de vergüenza», admitía otro vecino: «Porque parece mentira que hayan pasado todos estos años sin que se hiciera nada».