Menos playa, la misma magia

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

César Quian

San Juan pudo con las mareas vivas y miles de personas disfrutaron de la fiesta en el Orzán y Riazor

24 jun 2017 . Actualizado a las 11:38 h.

Aunque el agua no llegó al cuello, se sabía que iba a ser un San Juan distinto y lo fue. Al cierre de la edición, el mar quedaba lejos del muro del paseo y no parecía obligado desalojar el arenal por completo. Solo hubo que seguir la fiesta más apretaditos. Se acercaba la hora crítica con el mar como un plato y dejando playa de sobra para amanecer en ella sin tener que llevarse la fiesta al asfalto. Y si eso ocurría en el Orzán, el arenal con más riesgo de ser borrado por las olas, la marea en el resto de las playas molestó menos que un vaso volcado.

Ahora bien, por mucho que amenazó el océano, la jarana salió de cine. Eso sí, con menos hogueras que otros años. El miedo al desalojo hizo que mucha gente escogiera otras playas o viera el toro desde la barrera. Pero el coruñés, que se prepara para esta noche como si fuera el día de su boda, hizo de la adversidad la normalidad. Había que levantar las hogueras lejos de la orilla y se hizo. Había que desalojar las zonas próximas a la orilla en orden y sin protestar a medida que se acercaban las tres de la madrugada, y también se hizo. Había que hacerlo dejando el arenal limpio, y casi todo el mundo lo hizo. Un diez para el medio millar de personas que velaron por la seguridad y otro para los cien mil sanjuaneros que acataron las normas.

Lo dicho, fue un San Juan diferente a los anteriores. Ni mejor ni peor. Pese a las restricciones que obligaba la tabla de mareas, la preparación de la fiesta en las playas de la ciudad fue la de siempre. Ya a las seis de la madrugada de ayer había grupos de jóvenes reservando parcelas en Riazor y el Orzán. Horas y horas de guardia en balde, pues cuando llegó la noche aparecieron los de última hora e invadieron las fincas con buenas palabras unos, haciéndose los despistados otros, o con un mal gesto los menos.

Mientras todo eso ocurría en los arenales, la música sonaba en la explanada del palacio de los deportes. Y en el Orzán, donde los Kilomberos de Monte Alto pusieron a bailar a toda la playa. Una tradición tan arraigada como la que tienen muchos de encender la fogata una hora antes de la medianoche. O de encenderla a las dos o tres, cuando se acuerdan. O la que tienen miles de disfrutar del San Juan sin pisar la arena y con zapatos castellanos desde lo alto del paseo.

Riazor se consolida como la playa de las familias, donde abundan las churruscadas y los inmigrantes descubren el pan de brona; y el Orzán es más de jóvenes y adolescentes, donde hay muchos que empiezan con sardina y terminan como merluzas. Tocando la guitarra como si fuera una trompeta.

Y todo eso, a vista de miles de personas que llenaron el paseo marítimo para vivir la fiesta sin tocar la arena. Solo alucinando con lo que ahí pasaba. Que, por cierto, avanzada la madrugada, nada grave había sucedido, salvo pequeñas quemaduras y cortes propios de un San Juan que, aunque más repartidos, volvió a estar a la altura.