Ponga un baño rosa en su vida

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

29 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los estereotipos son como las meigas. Creemos que nuestra cabeza está libre de ellos, defendemos a capa y espada que nosotros no, que educamos de otra manera, protestamos porque los catálogos de juguetes en Navidad siguen marcando como territorio diferente el de los niños y el de las niñas, ponemos el grito en el cielo porque el rosa lo haya inundado todo cuando hablamos de niñas, hasta un canal especializado en princesas. Y de repente, una mañana de domingo, nos damos de bruces con la realidad. Que es terca como las mulas, incluso cuando vamos al servicio.

Domingo de talleres y visita al Muncyt. Pausa para ir al baño. Escaleras abajo, una línea naranja va marcando el camino. Y de repente te sitúa ante dos puertas. Una rosa y una azul. Derechita, como un caballo con los ojos tapados, mi cabeza se va a la puerta rosa. Y un señor que baja detrás, a la puerta azul. Ninguno de los dos nos hemos fijado en los clarísimos dibujos de la puerta ni en los que cierran la línea naranja del suelo. Los colores de toda la vida nos han llevado al huerto. Los dos nos reímos cuando nos damos cuenta del error, y nos cambiamos de baño un poco sonrojados. Él, algo más divertido. Yo completamente abochornada por el resorte automático que ha saltado en una cabeza que creía educada de otra manera. Mandé a las niñas derechitas al baño para hacer el experimento con ellas. Mucho más espabiladas que yo (quiero pensar que tenía más prisa), ellas se fijaron antes en el suelo que en las puertas. Aún así, se tomaron un par de minutos para pensar en el dichoso rosa. Claro que se les olvidó en un segundo. Era mucho más entretenido su otro experimento (un dudoso líquido naranja en una botella) que habían preparado en el taller de meteorología.

Resulta que hay museos que enseñan hasta en el baño. No solo en las salas donde muestran ingenios de siglos pasados, máquinas que nos han cambiado la vida o que simplemente nos la hacen más fácil. Desde una máquina de vapor a un molinillo de chocolate, desde un acelerador de partículas a una maquinilla de afeitar, desde un sextante a un libro electrónico. En el Muncyt luce una lámpara de la torre de Hércules, la misma que iluminó la costa hasta principios del siglo XX. O la máquina de cine que proyectó la última película en el Cine París (que era una cosa bastante terrible, The Haunting, y a aquella triste sesión solo fueron medio centenar de personas). Aunque la estrella parece ser el inmenso morro del avión Lope de Vega, con sus miles de clavijas y sus asientos tamaño familiar y el recuerdo del viaje de vuelta a casa del Guernica que creó aquel niño que aprendió a ser pintor en A Coruña.