Falta mantenimiento en el complejo más puntero de la UDC

montse carneiro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

MARCOS MÍGUEZ

El deterioro de los edificios deportivos y el servicio de algunos bares de facultad provocan quejas entre los estudiantes

25 mar 2017 . Actualizado a las 12:51 h.

Entre Sudamérica y Estados Unidos se encuentra Elviña, la aldea de A Coruña que le dio nombre a un campus. «Los recursos que existen aquí se ve que están bien empleados. El campus está mucho mejor que el de cualquier universidad de América Latina, pero no tan bien como en Holy Cross, una privada en la que estudié al lado de Boston. Ellos tienen mucho más dinero», anota el argentino Lucas Martingano mientras abandona el Pabellón de Estudiantes al que se dirigió desde la Facultad de Filología Inglesa, en la Zapateira, para consultar algo sobre su doctorado.

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El Pabellón de Estudiantes

Apenas hay gente dentro del edificio de cristal que alberga los servicios de asesoramiento al estudiante, becas, recogida de documentos, empleo y oficina bancaria. Isa Marín trabaja en el Sape y desde su puesto suele ver los entrenamientos en las pistas de atletismo y el movimiento pendular del campus, del trajín del período de clases al aparente vacío de las semanas anteriores a los exámenes. «No ves a nadie esos días. Están todos en el aula de estudio Xoana Capdevielle», apunta la mujer señalando un edificio más allá del centro de investigación que se levanta enfrente, uno de los cuatro de referencia dentro del complejo universitario. En la otra punta, en cambio, el estudiante de Educación Primaria Alejandro Pérez se refiere a las bibliotecas de cada facultad como lugares de concentración preferidos, y a las cafeterías de Derecho y Economía como templo de desahogo de masas. A cualquiera de ellas se envía al intruso que pregunta en el campus dónde comer. De las otras, una por centro, se escucha de todo.

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El bar de la facultad

Todos los bares funcionan mediante una concesión que los obliga a abonar a la UDC un canon anual, que no se rebajó cuando la extinción de los antiguos planes de estudios fue menguando la matrícula desde los 27.000 estudiantes de 1997 hasta los 17.000 del curso pasado. Ya no se sirven las 300 comidas de los buenos tiempos. «Muchos comemos en casa», dice Alejandro Pérez, que comparte piso en Cuatro Caminos y cada día se desplaza hasta su facultad en la línea de autobús que cada cinco minutos conecta el centro con Elviña. «Del autobús no tengo queja, la verdad; lo que hace falta son más bancos y más sitios con sombra», opina el estudiante. Hoy, por tanto, comerá en el bar de Derecho. Un menú con tres opciones de primer plato, segundo, bebida y postre cuesta 6,70 euros. El café, 85 céntimos. Las mesas están ocupadas más por trabajadores del campus, de Pocomaco y de zonas próximas que por alumnos.

Al otro lado de la avenida, asfaltada como el resto de las vías hace un par de años, resisten mal que bien dos de los edificios de servicios comunes más utilizados por los alumnos: el pabellón de deportes, desconchado, con el rocódromo y la pista interior, afectada por filtraciones cuando llueve; y el bloque que alberga el gimnasio y mira al estadio y las pistas de atletismo. De allí salen Javier García y Antía Martínez. Él estudia en Elviña; ella, en la escuela de INEF, en Oleiros. Son atletas. «Entrenamos como profesionales, pero no lo somos», dice él y los dos ríen. Pagan un bono de 20 euros al año por utilizar las pistas y 90 euros por el gimnasio a cualquier hora del día. Se quejan del deterioro de las instalaciones exteriores: «Ya podían hacer algo por nosotros».