Césares de la buena mesa

mONTSE CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

MARCOS MÍGUEZ

Los patrones de Bonilla a la vista y el restaurante El Coral recibirán el lunes el reconocimiento del Fórum Gastronómico

10 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El Fórum Gastronómico distinguirá el lunes con los premios Picadillo a dos césares de la buena mesa: César Gallego, de 90 años, gran jefe del restaurante El Coral, y César Bonilla, de 84, patrón de la churrería, chocolatería y meca de las patatas fritas Bonilla a la vista, y gobernante del Virgen del Mar III, un barco mítico de teca birmana construido en Hong Kong en 1975 y restaurado con esmero por el navegante de Ferrol, ciudad de origen de los Bonilla. Este miércoles, los dos amigos, compañeros de directiva en la Asociación de Empresarios de Hostelería y compinches, a juzgar por la intimidad del trato, se reunieron alrededor de una mesa en el restaurante Pablo Gallego, hijo del veterano, para repasar 60 años de historia compartida. Cuánto vivieron. «¡Verdad! ¡Y qué humildes somos!», se mofa el mayor.

«César para mí era un héroe. El mayor agasajo que mi madre podía recibir era ir al Coral y tomar las delicias de lenguado de César. Era un caballero, daba gusto verlo allí». Los Bonilla habían llegado a A Coruña en 1949, «con una mano delante y otra detrás», después de tener un imperio en Ferrol y perderlo, en un camión prestado, «con los pocos muebles que nos quedaban, y el gato, que lo cogí para que no quedara solo y lo traje en un saco entre las piernas». Se instalaron en el Orzán, lograron mantener abierto el negocio «24 horas sobre 24 a cambio de no servir alcohol -venía Alfonso Molina a desayunar antes de acostarse, con el periódico del día siguiente que iba a buscarle el chófer a La Voz de Galicia: por eso decía que vivía un día adelantado-, y así nos fuimos recuperando».

César pasaba la noche friendo patatas, aún de la fabulosa variedad fina de Coristanco, montaba su Gucci cargado de latas de a kilo, las repartía y se iba a O Portiño. El mar fue su vocación y lo que lo convirtió en leyenda a ojos de cualquier apasionado del mar de aquella época. Uno de ellos aún conserva una fotografía de Bonilla en el fondo de la bahía abrazado a una hembra de delfín, Nina, que vino a veranear y conquistó a toda la comarca hasta que unos pescadores le dieron muerte. «Iba a verla todos los días. Fondeaba y en cuanto oía la cadena venía de la punta de Lorbé pegando saltos y se quedaba al lado del barco hasta que me tiraba y ya se abrazaba a mí». César, que a punto estuvo de obtener el título de Náutica con 15 años, vivió peripecias homéricas en el mar (documentadas) con vientos de fuerza 10, hombres amarrados al barco para no salir despedidos y un compás y una corredera por toda ayuda. «Aún en noviembre vine a vela desde Inglaterra», dice.

-Yo también fui a Londres. En avión.

De César Gallego es legendario el humor. Y la rectitud. Una combinación feliz que regala ocurrencias que son cargas de profundidad y anécdotas que suenan a sentencia: «Yo sigo yendo al Coral todos los días. A comer y a ver fallos. Ayer vi tres». Uno era un mantel que pingaba un poco más en una esquina que en otra. «Tuve un empleado que un día me llamó Don Corleone. Estaban acostumbrados a que aquello fuera una taberna y yo los obligué a llevar camisas de manga larga. Lo agarré por el cuello. ‘Papá, eso no se puede hacer’, me dijo mi hijo. ‘Tampoco se puede llamar a nadie Don Corleone’, le dije yo. ¿Qué os parece?».

Los dos césares perdieron a sus mujeres en el último año. «Hay que esperar a que el corazón se renueve», sugiere Gallego. Bonilla encuentra consuelo en su memoria. «Teníamos una Vespa de rueda pequeña y nos fuimos de viaje a Madrid. Dormíamos en una tienda de campaña, por llamarle algo, porque era una lona sin doble techo y sin nada. Llegabas tan cansado que daba igual. El caso es que paramos un día antes para ir a ver El Escorial, llegamos y a Lolita que no la dejaban entrar, ¿sabéis por qué?».

-Porque era muy guapa [humor de César Gallego].

-Porque llevaba pantalones. Era 1960.