Es ameno. Cuenta cantidad de historias que adorna con todo tipo de detalles. Se le ilumina la cara cuando el tema son los coches, los ralis, o su tierra, Arteixo. Cuando habla de cualquier persona da la sensación de que conoce todo su árbol genealógico. Se le ve a gusto cuando rememora cuando iba con el tractor del aserradero familiar. «Se cerró en 1980, sino igual seguiría en el sector de la madera», asegura Ernesto Rumbo Queijeiro, que lleva media vida vendiendo coches. Empezó en su tierra, cuando el agente Seat de Arteixo, Hermanos Souto, le pidió que le echase una mano. Después lo ficharon en lo que hoy es Marineda Motor en Alfonso Molina. «Iba a preparar unas oposiciones a la Diputación, pero empecé a vender...». Por el medio de la conversación vuelve a demostrar su memoria para los detalles y los nombres. «En la Seat coincidí con el padre de Diego González Rivas, que ahora es un cirujano muy valorado». En 1986 se fue a Bricocar, entonces concesionario BMW, de la familia Louzao. Y hasta ahora. «Bufff. Ya perdí la cuenta», responde cuando le pregunto cuántos coches vendió. «Amancio Ortega tenía un R5 y yo le vendí un Golf en 1983», recuerda con precisión. Jugadores del Deportivo también fueron clientes suyos. «Gracias a Bebeto y a Mauro Silva, y a Fran y a José Ramón se me abrieron muchas puertas. Los de ahora también compran, pero tienen menos poder adquisitivo», asegura.
El valle de Loureda
Vive a escasos cien metros de la casa en la que nació. Me habla de O Foxo, del monte Subico, de la Pedra Anduriña… El valle de Loureda es su Aracataca particular. Estudió en el instituto mixto del Agra del Orzán y los veranos en la academia Palacete cercana a Santa Margarita. Su primer coche fue en realidad un camión al que gracias a unas pilas se le encendían las luces. «Era un Gozán», recuerda del juguete. El primer vehículo que condujo fue un Simca 1200 que le regaló su padre. «Como siempre trabajé en concesionarios nunca compré un coche para mí, pero sí para mi mujer y mis hijo», afirma. A María del Pilar, su esposa, la conoció en Celas de Peiro y ese mismo día tuvo un accidente. Gran aficionado a los ralis, colabora en la organización del Rías Altas de clásicos, en el autocross de Carballo, en el Ecorali y en el Terras da Auga de Curtis. «De coche cero fui muchas veces, pero nunca corrí, fue una promesa que le hice a mi padre», confiesa. Me cuenta miles de detalles de su vida en la charla que mantenemos en el bar Breogán de General Sanjurjo, ahora avenida de Oza. Ernesto tiene 62 años y dos hijos, Ernesto, de 39 años, y Diego Ernesto, de 32, que se fue a Londres unos meses y lleva ya 12 años. Las nietas, hijas del mayor, son Carlota, de 10, y Noa, de 5. Dice que son buenos aficionados al mundo del motor, pero que su mujer, que regenta la tienda de moda Brooklyn en Arteixo, «creo que solo fue a tres ralis en su vida».
Dieciséis válvulas
Dice que cuando se jubile va a aprovechar para estar con toda esa gente con la que «nunca puedes quedar por falta de tiempo». Seguro que les contará historias como las que me contó a mí de cuando jugaba en el Penouqueira, o ayudaba al médico de su pueblo. La tortilla que hacía su madre o las almejas que prepara su mujer son los platos a los que tiene más cariño. Solo bebió algo de alcohol en contadas ocasiones. «Creo que todo el que tomé en mi vida cabe en una lata de refresco». De música se queda con el Mediterráneo de Serrat y, si tuviese que elegir un modelo, «el Mercedes 190 2.3 16 válvulas», afirma convencido. «La clave para vender un coche es ponerte del otro lado de la mesa. No intentar venderle al cliente uno que no le entre en el garaje», aconseja sin dudar.