Bajo el árbol más antiguo del mundo

MONTSE CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Liquidámbares y ginkgos ponen color al otoño tardío en los parques de la ciudad

07 dic 2016 . Actualizado a las 18:00 h.

Cruzando un semáforo en Cuatro Caminos se escucha a una mujer explicando a su hijo y a su marido: «Procede de China, es muy resistente y fue el único que sobrevivió a la bomba de Hiroshima. La radiación mató todo lo que crecía alrededor, pero este árbol, aunque perdió las hojas y aparentemente quedó seco, la siguiente primavera brotó. Es el más antiguo del mundo y se llama Ginkgo biloba». Isabel señala el brillante bosquete de ocho ejemplares que ilumina el rincón triangular del jardín de Cuatro Caminos con la calle Doctor Enrique Hervada. Lo descubrió pasando en coche hace unas semanas, volvió una mañana para verlo de cerca y ayer llevó a la familia para enseñarles el hallazgo.

A sus pies, con todo lo que leyó sobre esta especie legendaria, un fósil viviente único en el mundo, sin familia conocida y portador de atributos medicinales, ornamentales y sagrados en las culturas orientales, Isabel podría ejercer de guía de todos los que a la misma hora de ayer se arremolinaban en torno a estos monumentos de hojas de abanico. Unos hacían fotos, otros se tumbaban en el lecho amarillo y en la cafetería próxima recordaban el verde intenso de otras estaciones. «Es que en primavera y verano también están y nadie viene a verlos», lamentaba Manuel. 

Los nuevos rojos de Vioño

A los ginkgos de Cuatro Caminos acuden los amantes de los árboles de la ciudad, igual que los japoneses y portugueses viajan para ver los almendros en flor, o los ingleses y estadounidenses para acercarse a los grandes bosques donde el espectáculo ya no sigue la plantilla diseñada por un jardinero, sino la composición espontánea y equilibrada de la naturaleza. «En A Coruña echo de menos una fraga, un parque público con castaños, carballos o hayas, con los árboles de aquí», propone Óscar en el parque de Vioño.

En este nuevo paisaje de suaves montículos a modo de colinas -«un poco inglés», opina Andrés; «yo lo encuentro como americano», señala Óscar- que se levantó hace diez años sobre los restos de una aldea de la que quedan un par de hórreos y la memoria viva de los habitantes que marcharon, también los árboles estimulan las visitas en este otoño teñido de escarlata, púrpura y burdeos, cuantos tonos quepan en la hoja de un liquidámbar. Dicen que es la especie de moda -originaria de América, no está muy introducida en Galicia, a diferencia de Portugal- y para verla en un parque coruñés hay que ir a Vioño, aunque también se plantaron en el entorno del pavo real en el tramo final de la ronda de Outeiro.

Desde Juan Flórez a Vioño se trasladaron hace poco tiempo Ana y Andrés. «Allí estábamos en el centro, íbamos caminando a todos los sitios, enfrente teníamos un edificio -describe Ana-. Aquí te levantas, ves estos árboles y te reencuentras con la naturaleza». El parque está espectacular. Cuando los liquidámbares pierdan la hoja, sin embargo, solo quedarán troncos y ramas desnudas. «Para mi gusto deberían haber plantado algunos árboles de hoja perenne, para el invierno, porque en diciembre estarán todos pelados», advierte Andrés.

Al otro lado de la urbanización, un alineamiento de tulipíferos de Virginia, hace dos semanas amarillo brillantes, sostienen a duras penas sus últimas hojas en la mediana de la avenida de Arteixo. Para un experto observador de jardines, esta es una de las actuaciones más afortunadas de los últimos años en la ciudad. «Los árboles oxigenan, embellecen, sirven de pantallas contra el ruido, dan sombra, cobijo para los pájaros, inspiran», apunta un hombre en Vioño.

En la otra punta de la ciudad, en el Parrote, un grupo charla sobre el jardín romántico de San Carlos y el mal designio que se cierne sobre los olmos, alcanzados por una plaga sin depredador que la contenga. En la mesa un hombre de ciencia explica las razones de los colores del otoño: las antocianinas, los taninos, las xantófilas, los carotenos, moléculas presentes en las hojas durante todo el año que únicamente en otoño, cuando la clorofila se retira, quedan desveladas. El verde era una máscara.