«El recreo es el lugar más peligroso de un colegio»

Elena Silveira
elena silveira CAMBRE / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

c. q.

Es una de las pocas profesionales asignadas para la atención sanitaria en un colegio público

29 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Lleva 25 años ejerciendo como enfermera. Y, aunque trabajó en hospitales y centros de salud, su vida laboral ha estado principalmente ligada al sector de la educación. Margarita Rumbo (A Coruña 1960) es, de hecho, una de las pocas enfermeras adscritas a un colegio gallego. Su plaza de funcionaria laboral es uno de los resquicios que quedaron del antiguo Instituto Social de la Marina cuando se transfirieron las competencias a las comunidades autónomas. Sabe que su puesto es único y ella lo cuida y disfruta porque una de sus pasiones son, precisamente, los niños.

-Hasta hace poco había más enfermeras adscritas a centros escolares. ¿Es ahora usted la única?

-No estoy segura, pero yo creo que sí. Hasta hace poco también atendía a los niños del CEIP Mosteirón, en Sada, pero ahora estoy a tiempo completo en el CEIP O Graxal, en Cambre.

-¿Qué funciones tiene una enfermera de colegio?

-Atender, especialmente, a los alumnos con enfermedades crónicas. En algunos casos hay que supervisar o suministrar medicación. Los niños diabéticos, por ejemplo, necesitan un seguimiento y control muy exhaustivo.

-¿Por qué ya no está en el Mosteirón?

-En su día este colegio era un internado que acogía a los niños huérfanos del mar. Y era más fácil tener a una enfermera allí que trasladar a los niños a un centro de salud. Mi plaza se mantuvo tras la transferencia de competencias a la Xunta. Durante un tiempo compaginé la atención en ambos centros, pero al no haber ya niños con enfermedades crónicas graves en Sada, acepté el traslado a O Graxal.

-¿Tienen miedo a entrar en su consultorio?

-No, no. ¡Si vienen ellos solos! El trato con ellos es maravilloso. Es muy diferente a un hospital. Tratar con niños sanos es un regalo. Quizás está peor remunerado que trabajar como enfermera en una clínica o un hospital, pero yo no lo cambio por nada.

-¿No temen la jeringuilla?

-¡No! Yo no les pincho. Solo a los diabéticos y ellos ya están acostumbrados. El secreto es nunca mentirles: si el agua oxigenada o el alcohol les va a picar, yo se lo digo. Paras un momento, los dejas descansar, y sigues. Creo que por eso confían mucho en mí.

-¿Le hacen confidencias?

-Me cuentan sus cosas, cuando tienen algún problema con algún compañero, en casa... Todo acaba saliendo.

-A veces se quejarán sin razón...

-Sí, a veces sí. Sobre todo los más chiquitines, cuando entran por primera vez en el colegio. Pero los escuchas, les das mimos y ya se les pasa. En general todos los niños son buenos pacientes.

-¿Y de qué se quejan?

-De dolores de cabeza, de barriga, a veces vienen con fiebre, de alguna fractura...

-¿Recuerda algún caso «complicado»?

-Siempre hay algún niño que te toca más el corazón... Pero recuerdo el caso de una alumna que se cercenó un dedo con la puerta del servicio. Casos como esos te impactan.

-¿Y dónde suelen tener más accidentes los niños?

-En el patio, sin duda. El recreo es el sitio más peligroso de un colegio, porque corren por mil sitios y a veces son incontrolables... Pero son accidentes típicos que un niño tendría en cualquier parque.