Iba al Parrote y acabó en el castro de Elviña

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

21 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Me cuentan la truculenta historia de Roger, inglés de Newcastle y pareja de una ourensana, que conducía hacia el Parrote y acabó en el castro de Elviña. ¡Tremendo!: abocado a la excavación arqueológica por la señalización difusa de la Marina y las imprecisiones de Google Maps, que no reconoce los nuevos túneles y te mete por los Cantones. Invitado a la ciudad por un colega, Roger se encomendó al navegador, no se percató de las señales disuasorias del centro y se plantó, claro, en el control policial de la Marina.

-Mire, si no es residente no puede pasar.

-Vamos al párking de María Pita y?

-Dé la vuelta, tiene que coger el túnel por la avenida que va pegada al puerto.

Roger maldijo el navegador, lo apagó y desanduvo los Cantones en busca de una rotonda que le permitiera hacer un cambio de sentido. No la halló. Pasó Linares Rivas, entró de nuevo en Alfonso Molina y transitó despreocupado hasta que enormes carteles azules amenazaron con devolverlo a la autopista. Sobresaltado, embocó el coche por la primera salida que vio y apareció en Elviña pueblo. Allí preguntó a un vecino dónde se había metido, y este, pensando que el inglés buscaba cultura castreña, lo mandó a la fortificación, que ni siquiera consiguió ver -o excavar- pues la verja estaba cerrada.

Pero allí, rodeado de conocimiento, recapacitó, apuró unos tragos de cerveza y conectó de nuevo el tirano tecnológico. Y ahí tenemos otra vez al súbdito de Isabel II rodando por Alfonso Molina, decidido a conquistar -esta vez sí- la anhelada Marina. Pero -destino esquivo- el terco cachivache lo incrustó de nuevo en los Cantones. En un alarde de reflejos rectificó, se metió entre los dos jardines y al salir a la Avenida do Porto (antes Alférez Provisional) atisbó con gran alborozo la entrada del túnel. Sin embargo? Oh, my God! Prohibido girar a la izquierda. Resignado, míster Roger retrocedió hasta la plaza de Orense, giró una vez más hacia Sánchez Bregua y asumió, rendido a la evidencia, otro inevitable encuentro con los municipales en el control de Correos:

-Mire, si no es residente no puede pasar.

-Vamos al párking de María Pita y?

-Dé la vuelta, tiene que coger el túnel por la avenida que va pegada al puerto.

En medio del déjà vu, una voz cómplice y aguardentosa le susurró desde la acera: «¡Veña de noite, que non está la autoridá!». Harto de dar vueltas, aceptó la sugerencia policial de dejar el coche en el párking de los Cantones para completar el itinerario a pie.

La Marina le encantó. Sobre la claridad de las señales y demás indicadores de la urbe es mejor no preguntarle, pero de su periplo podemos extraer los coruñeses enseñanzas interesantes para aprovechar los nuevos flujos turísticos, como la conveniencia de replicar en el Castro de Elviña la infraestructura hostelera prevista para el Parrote? pero con algún que otro pub y buenos puestos de fish and chips.