Un contagioso compromiso estético

José M. Fernández PUNTO Y COMA

A CORUÑA CIUDAD

15 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Por más que nos empeñarnos en escarbar en busca de alguna conjunción astral, de una química contagiosa (el famoso tsunami naranja) o recurramos al conocido tópico de unas piezas que han encajado como solo sucede de vez en cuando, la aventura que está firmando el Leyma Coruña entra en el terreno de lo milagroso, en ese estado sobrenatural que zanja por las bravas cualquier atisbo de análisis sensato. No se puede explicar lo inexplicable y, además, como nadie tiene la receta del éxito, y menos en el deporte, refugiémonos en los taumatúrgico. Particularmente, me inclino más a recurrir a la teoría del caos, a esa mezcla de ambición (Burjanadze), talento (Monaghan, Peña), descaro (Stelzer), sensatez (Creus, Olmos), liderazgo (Castro), compromiso (Hernández, Abia) o deseo (Zyle, Hampl) que no siempre funciona, un equilibrio inestable que se resquebraja y ante el revés más nimio. En esta ocasión, excepcionalmente, ha generado un grado de complicidad interna y con el entorno inigualable. Conmueve ver como el mejor triplista de la liga regular, tras una semana sin entrenar a causa de un esguince, se afana en defensa para dar oxígeno a sus compañeros y llegar a tiempo para clavar tres triples consecutivos que desatascan definitivamente un partido; o como, en un tiempo muerto, un jornalero que ha llegado a España para labrarse un nombre pide a su técnico que ceda el protagonismo a otro compañero: ?Coach, mejor que acabe Zach?.

Un proyecto tan humilde en lo económico como ambicioso en el compromiso estético, un plan que lleva la firma de Tito Díaz, el exjugador que siempre fue entrenador, el técnico que decidió que, después de más de veinte años de profesión, el reto era el estilo: convencer a través del espectáculo. Correr y jugar. Irrenunciable; basta con una mirada atenta a la producción de los últimos cuartos para darse cuenta de que el Leyma, para deleite del baloncesto, juega sin freno de mano. Una versión local y baloncestística del Luis Aragonés que encontró en los bajitos la receta contra la frustración. Al grupo de Tito no le faltan centímetros, pero esa conjunción astral ha conseguido convencernos de que otro baloncesto es posible. También en A Coruña, una ciudad a la que a partir de ahora le toca gestionar y aprovechar una herencia inesperada.

El Leyma ya ha ganado, porque, suceda lo que suceda a partir de ahora, llevar más de cuatro mil aficionados al Palacio de los Deportes de Riazor sí es un triunfo, el más difícil de una play off del que apeó al Breogán y en el que ahora tiene contra las cuerdas al potente Melilla. Con descaro, talento y compromiso.