El color rosa y la libertad de los modernos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

A CORUÑA CIUDAD

11 sep 2015 . Actualizado a las 09:26 h.

Estamos en París, en la elegante rue de Valois, en un desapacible día de febrero de 1819. Benjamin Constant (1767-1830), uno de los políticos e intelectuales más brillantes de la Francia de la época, pronuncia en el Ateneo Real el discurso de apertura de la prestigiosa institución. Constant, que reflexiona sobre la libertad de los antiguos comparada con la libertad de los modernos, fija su tesis con suma claridad: para que exista libertad no basta con que la autonomía individual pueda ejercerse dentro del marco de la ley (la libertad de los antiguos), sino que es necesario que la ley respete tal autonomía, constitutiva de su contenido primordial (la libertad de los modernos). Nos legará Constant, así, un texto medular para la historia, basado en una idea que sigue siendo hoy fundamental: «La liberté individuelle, je le répète, voilà la véritable liberté moderne» («La libertad individual, vuelvo a decirlo: he ahí la verdadera libertad moderna»).

No debe creerlo así, desde luego, la concejala de Igualdad del ayuntamiento coruñés que, de un modo absolutamente insólito, retrasó la autorización de la popular Carrera de la Mujer que se celebra en la ciudad, porque, según ha publicado este diario, «a Igualdade no le gustaban determinados elementos estéticos vinculados a la cita, como el color rosa de la camiseta, el regalo de cosméticos y de una revista femenina». ¡Pues estamos buenos, sí, señor!

El hecho, que puede parecer anecdótico y solo merecedor de alguna chanza, expresa sin embargo algo gravísimo y de una importancia capital: una forma de concebir la libertad personal que está en los antípodas de la que debe regir en una sociedad plural y democrática.

No negaré, por supuesto, el derecho de la concejala de Igualdad coruñesa y el de la mayoría de la que ella forma parte a tener los criterios que les parezcan oportunos sobre colores, revistas y cosméticos. Desconocía yo, claro, que hubiese un Pantone progresista y otro reaccionario; y también que el uso de cosméticos -industria para hombres y mujeres de la que viven docenas de miles de personas en España- fuera signo de machismo. Pero sea: a la Marea no les gusta nada de eso y puede creer lo que le plazca, aunque lo que le plazca le parezca a muchos una estupidez.

Lo que resulta sencillamente inadmisible es que la Marea coruñesa, convencida como las restantes fuerzas emergentes de estar en posesión de la verdad, se sienta tan ebria de superioridad moral sobre todos los que no comparten sus prejuicios, gustos y opiniones como para tratar de imponerlos por encima de la libertad individual que tienen la obligación de respetar.

Porque es en el respeto a esa libertad, y no en la imposición a los demás de los propios valores, donde reside el verdadero progresismo. Lo otro es un torpe ramalazo del más puro dirigismo autoritario.