«Juego de tronos» llega a María Pita

A CORUÑA CIUDAD

La Feira das Marabillas arranca en A Coruña con justas medievales

22 jul 2015 . Actualizado a las 16:33 h.

Don Luis Leal, también conocido como el caballero de negro, tenía ayer todas las de ganar. Era el más alto, -mide 1,84 metros-, el más fuerte -sus anchas espaldas así lo atestiguan- y también el más tramposo y engreído de los cuatro caballeros que combatieron ayer en el torneo medieval celebrado en la plaza coruñesa de María Pita. Pero todo esto no fue suficiente para ganar al guapo e inmaculado don Ismael de Montoro. Todo un ejemplo de juego limpio, aunque le faltó picardía con sus adversarios.

Sepa vuestra merced que nuestro particular John Nieve, muy a pesar de todos sus atributos, cayó en la arena después de que el acero se le clavara en su costado. El caballero por el que suspiran todas las doncellas no tuvo piedad e hizo caer al alicantino emulando el último episodio de la temporada de Juego de tronos.

Un final que, al contrario que en la serie, puede variar en función del día. Y es que no siempre ganan los buenos: «Cuando no tienes un color definido, normalmente apoyas al malo», asegura Luis Leal sobre las preferencias del público. Luis utiliza el mismo nombre para sus combates. Lleva 28 años en esta profesión: «Somos un híbrido de jinetes, especialistas y actores», explicó antes del torneo.

Y es que la empresa en la que trabaja, Legend Especialista, se dedica a recrear todo tipo de eventos históricos: «Hacemos el circo romano del Arde Lucus. También vamos a Pontevedra. Nos movemos por España e incluso por Portugal», asegura el caballero de negro, que no deja de representar su papel mientras habla.

De cómo acabó representando justas, en eso tiene parte de culpa su familia, afirma antes de incidir en que esta profesión entraña riesgos: «En una ocasión, una lanza se me clavó por error en la mandíbula. Me la rompió por varios sitios. Eso fue hace años en un pueblo de Valencia. También recibí un tajo en la cara procedente de una espada», explica mientras muestra su cicatriz.

Y es que la imagen de hombre duro la lleva dentro y fuera de la arena: «El malo es el que mejor se lo pasa», dice. Y ciertamente, ayer fue el que más risas arrancó.

Mientras, Ismael Álvarez no se quita el sambenito de santo: «La cara de bueno no se me va», afirma antes de recordar que alguna que otra vez se ganó las carcajadas del público: «Sí, se me quedó enganchado el pantalón mientras montaba a caballo y prácticamente me quedé en calzoncillos. No era capaz de subirme los pantalones. Vamos, el público se rio de mí, asegura sin dejar de sonrojarse todavía cuando relata el episodio. Mención aparte tienen los caballos que utilizan en las representaciones: «Los entrenamos para que no les tengan miedo ni a las lanzas, ni a las espadas, ni a los ruidos. El tiempo de entrenamiento varía en función de cada animal. En algunos casos puede durar varios años», comenta el escudero de Leal.

¿La recreación histórica... 

Tomarse un mojito en la plazuela de las Bárbaras es, no cabe duda, poco medieval, por mucho que el sistema de abastecimiento de agua y de alcantarillado parezca el propio de Toledo en el siglo XII. Pero la feria medieval es una excusa. Para recordar que tuvimos medievo, por ejemplo. Para disfrutar de la artesanía en el amplio abanico que eso supone, desde el jipi de las pulseritas a los primorosos juguetes de madera. Para reconciliarnos con nuestros cascos históricos, a los que ya no se va para (casi) nada. Y para proveernos de productos, que como no están envasados, nos devuelven a nuestros orígenes, es decir, al granel: especias exóticas, hierbas aromáticas y lo que se tercie. ¿Qué el atrezo no es muy creíble? Bueno, nos tragamos las películas de Hollywood con héroes que salvan el mundo, así que no vamos a ponernos exquisitos, ¿no? Sara Carreira

...o el feirón de toda la vida?

Crecí mirando al campo de la feria. Una plaza inundada de castaños que todos los días 1 y 18 de cada mes era tomada por un ejército de pulpeiras, tractores con remolque cargados de cerdos, puestos de fruta, tenderetes donde comprar desde unas bragas a un mandilón y hasta un relojero que puso en hora a todo el pueblo. Ahora ya no vivo allí, ni la plaza tiene castaños. Tampoco viene el hombre de los relojes. Pero en mi cabeza el tiempo se ha detenido en aquellos años en los que, más allá de un mercado, aquella plaza pública era el foro perfecto para tomar unos vinos porque ya se sabe que con el pulpo, el agua hace daño. Las ferias de ahora no son lo que eran, pero conservan ese sabor que guardo en la memoria. No son un teatro que comercia con el pasado. Han cambiado al ritmo que le han marcado los tiempos o las nuevas reglas. Porque al reloj nunca hay que dejar de darle cuerda. María Cedrón