Cuando ser pijo era lo más guay

Javier Becerra
Javier Becerra A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Colas en la inauguración de la discoteca Pachá en As Xubias el 4 de diciembre de 1987.
Colas en la inauguración de la discoteca Pachá en As Xubias el 4 de diciembre de 1987.

La visita de los Hombres G hace recordar los días de los Levi's 501 y Pachá

05 jul 2015 . Actualizado a las 11:00 h.

Hoy muchos de los coruñeses que sobrepasan la cuarentena experimentarán una súbita nostalgia. La visita de los Hombres G, dentro de la gira con la que celebran su 30.º aniversario (Coliseo, 22.30 horas, entradas desde 25 euros), los trasladarán a unos días en los que lo pijo gobernaba la ciudad. Pocos lo admitían, pero el volumen de gente que arrastraban las discotecas que acogían ese ambiente daba a entender que muchos sí eran pijos. Y que otros tantos lo querían ser.

Pachá, emblema de aquella juventud de pantalones Levi's 501 por encima del tobillo y polos Lacoste, abrió sus puertas el 4 de diciembre de 1987. Fue meses después de que los Hombres G provocasen cien desmayos en su concierto en el Palacio de los Deportes. Se reunían en cada sesión de la discoteca 2.000 personas. Todas ellas se plegaban a los férreos controles de la entrada. Nada de calcetines blancos. Nada de zapatillas deportivas, excepto de la marca Dunlop o Victoria. Nada de desafiar los cánones estéticos. El que lo hiciera se encontraba con la puerta bloqueada. Y la humillación de tener que volver a casa solo.

Antes de Pachá el ajetreo se encontraba en Green. Luego, también entró en juego Caseli, en Pintor Joaquín Baamonde. Muchos coruñeses se iniciaron allí en la sesiones de tarde con 14 o 15 años. En aquel local situado en la actual parte trasera del Registro Civil se escuchó a Hombres G, Modestia Aparte y Duncan Dhu. Pero también a los Ramones, Los Flechazos o The Cure. Sí, siempre se estilaron en este ambiente los pinchadiscos con cierta cultura musical. Un hecho muy distintivo de A Coruña.

El bullicio no solo se concentraba en las discotecas. En la Ciudad Vieja locales como La Fundación, Café Olé o El Patio solían acoger a las hordas de jóvenes con zapatos castellanos, jerséis de Benetton y aspecto acicalado. Sí, porque si en algo destacaban aquellos pijos era por su recatamiento. Especialmente ellas. Nada de escotes. Nada de tacones. Nada de maquillajes exageraros. Un poco de rímel, la raya por debajo del ojo y el pelo suelto.

Colapsos en Federico Tapia

En Federico Tapia se encontraba otro de los puntos calientes. En el triángulo de Agarimo, La Silla Eléctrica y El Toro se generaba tal cúmulo de gente que los coches tenían que frenar. Pasaban a duras penas. En el tramo desde lo que hoy es el Barlovento hasta la esquina de Abanca se sucedía una hilera de vespinos, transporte estrella del momento. En un estadio superior se encontraba la Vespa Primavera o, mejor, la Yamaha TZR. Y, superando la mayoría de edad, el Golf. Blanco y descapotable, mejor que mejor.

Los adolescentes no motorizados se tenían que conformar con el transporte público. Existía un curioso ritual. Tras el encuentro en recreativos Río y posterior paso por Agarimo, el taxi hacia Pachá se tomaba en la plaza de Orense. Quien quisiera ver entre 1988 y 1992 cómo vestía la juventud tenía allí una pasarela urbana improvisada. La ropa comprada en establecimientos como La Tienda Vaquera, Rocky, Labase o Marta Morodo (marca coruñesa cuyo éxito trascendió más allá) se lucía el sábado. El viernes muchas chicas salían orgullosas con los uniformes de sus colegios.

Ese era el día que muchos centros celebraban sus guateques. ¿Los más famosos? Maristas, Santa María del Mar y Compañía de María. Ahí, los relaciones públicas de las discotecas buscaban a los líderes de opinión para que arrastrasen a sus compañeros. Los primeros marcaban el estilo. Tal es así que las tiendas les regalaban ropa para que las pusieran de moda. Prendas de El Charro, Chevignon, Bonaventure, Liberto y otras marcas adquirían nuevo valor lucidas por ellos. La misma táctica que se estila con las grandes estrellas del cine pero en versión de andar por casa.

La época de esplendor de lo pijo en A Coruña duró hasta 1992. Ese año explotó el grunge. La rigidez se relajó. Ya se podía entrar en una discoteca con el pelo largo sin usar la coleta de Bono. Ser (o parecer) pijo ya era una opción, no una imposición. Nuevos tiempos. Mejores para unos, peores para otros. En cualquier caso, muchos volverán atrás hoy. Ojo, que a la vuelta no habrá pachabús.