Escuela de ciegos en el Campo da Leña

Xosé Alfeirán

A CORUÑA CIUDAD

Abrió con siete alumnos de los 15 invidentes que mendigaban en la ciudad

03 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Lágrimas y sonrisas brotaron de los rostros de muchos de los asistentes. Ese sábado, 12 de octubre de 1895, en el Campo de la Leña, en el bajo de la casa número 8, se inauguraba la Escuela de Ciegos. Era la primera que existía en A Coruña y la segunda en Galicia, después del Colegio de Sordomudos y Ciegos establecido en 1864 en Santiago.

La ley Moyano de 1857 establecía el deber del Estado de promover las enseñanzas para sordomudos y ciegos, pero a finales del siglo XIX apenas existían unos pocos colegios públicos dedicados a ellos en España. Si en materia de educación predominaba el atraso y el analfabetismo, en el caso de las enseñanzas especiales el panorama era desolador. Frente a la inacción del Estado, fue la iniciativa personal, movida por la caridad y la compasión, la que logró crear diferentes escuelas para los que, de acuerdo con la mentalidad dominante en aquella época, que se movía entre el desprecio y la misericordia, eran considerados como los desgraciados e infelices ciegos.

En A Coruña fue el presbítero José María Salgado quién promovió y consiguió la ayuda económica de amigos y protectores para abrir una escuela donde se impartirían clases de educación e instrucción primaria para niñas y niños ciegos mayores de 7 años y menores de 16. Se les enseñaría a leer, escribir y contar, doctrina cristiana, gramática castellana, nociones de historia, geografía y geometría y, especialmente, música, estimada como el instrumento educativo y la ocupación más apropiada para los ciegos. Las clases serían gratuitas para los pobres y de retribución convencional para los demás.

El acto comenzó a las once y media de la mañana y los periodistas invitados quedaron impresionados. El salón de la escuela estaba repleto de espectadores, en el centro se encontraban unos quince ciegos, de los que a diario recorrían las calles implorando la caridad pública, y delante los siete niños ciegos inscritos como alumnos. Al fondo, en una plataforma había un piano, prestado por la casa Canuto Berea, y una mesa presidida, entre otros, por las autoridades académicas de la ciudad. En la velada se entremezclaron los discursos, explicando la finalidad del centro y solicitando protección y amparo, con la ejecución de diversas piezas musicales a piano y flauta, por los profesores ciegos León de Parga y Juan Calvo Díaz, y la recitación del poema El niño ciego por Luis Agote Aguiar, alumno ciego de 8 años. Todas las intervenciones fueron acogidas con nutridos aplausos y felicitaciones de los asistentes.

Los comienzos resultaron difíciles, pues a la escasez de recursos se le sumaron los problemas provocados por las excesivas exigencias del preceptor musical, León de Parga, y por la mala conducta de algunos alumnos. Expulsados los díscolos, en noviembre de 1896 se sustituyó al profesor de música por el joven maestro de piano, ciego de nacimiento, Luciano Caño, quien se convertiría, junto con José María Salgado, en el alma máter de la educación a los invidentes en A Coruña y pasaría a ocupar un lugar en su callejero.

Concepción Arenal elogió la iniciativa, destaca un trabajo en «Cuadernos de Estudios Gallegos»

El último número de la revista Cuadernos de Estudios Gallegos recoge un amplio trabajo de Ana Rodríguez Díaz, de la UNED, que lleva por título La escuela de ciegos del Campo de la leña, A Coruña: Los inicios de la enseñanza especial en Galicia. «La indagación bibliográfica efectuada para el desarrollo del trabajo constata la escasez de estudios monográficos existentes sobre estas escuelas inauguradas a finales del siglo XIX. Las lagunas de información son grandes, lo mismo que el olvido al que han quedado relegados algunos de estos establecimientos, que han representado un hito en los inicios de la institucionalización de la enseñanza especial», argumenta la autora.

En el apartado dedicado a José María Salgado, el impulsor de esta escuela, Rodríguez Díaz alude al artículo que Concepción Arenal publicó en la revista madrileña La Escuela Moderna y en el que aparece como «el piadoso erector de la Escuela de ciegos de La Coruña». La investigadora señala que, pese a ese reconocimiento, Salgado «es una personalidad sobre la que apenas se ha escrito nada. Sin embargo, tal como testimonia uno de los escasos artículos que aparecen sobre su persona, es mucho lo que habría que decir acerca de este ilustre sacerdote: Mucho podría decirse del Sr. Salgado como hombre de ciencia, sacerdote caritativo, e incansable defensor de nuestra querida España. Tengo a la vista infinidad de periódicos argentinos, que comprueban lo que ha hecho el Sr. Salgado ha hecho en esos países por la ciencia, la religión y la prosperidad», decía el 23 de noviembre de 1890 el seminario Nuestro Grabado.