«Hay una visión naíf de la naturaleza»

A CORUÑA

Pep Ávila

El escritor mexicano regresó a su niñez en un salvaje cafetal de Veracruz para escribir el libro que presenta hoy en la UNED

24 may 2018 . Actualizado a las 11:10 h.

Criado en el cafetal La Portuguesa, de Veracruz (México), formando parte de la que califica como una familia de «exiliados de tercera», Jordi Soler (Veracruz, 1963) anduvo descalzo hasta los 12 años, un tiempo durante el cual nunca fue al médico: «Nos atendía una chamana». Esto recordaba ayer el escritor que presenta hoy, a las 18.30 horas en el salón de actos de la UNED, su nueva novela, Usos rudimentarios de la selva (Alfaguara). En este acto, que organiza el centro de formación del profesorado, conversará con Xavier Seoane y Javier Pintor sobre una obra en la cual «muestra la vida desbocada, sensual y mágica de la selva, con lluvias torrenciales y un calor imposible, siempre al borde del asalto, del motín, de la revolución y del desastre», según destacan desde la editorial.

 -Dicen los editores que es un relato de 12 cuadros...

-Me resisto a esa división porque son 12 situaciones autobiográficas que, todas juntas, dan lugar a esta novela. Me decía un amigo que este libro es una autobiografía cuántica, que va formando un todo.

-Vuelve a la plantación de café La Portuguesa...

-Sí, retorno al plató literario de algunas de mis novelas anteriores como Los rojos de ultramar. Las plantaciones eran el lugar al que iban los exiliados de tercera clase que llegaban a México y que no tenían, como otros, sitios donde colocarse. Mi familia era de la burguesía de Barcelona, se instaló en aquel cafetal y de repente se vio en una selva.

-¿Y lo cuenta en este libro?

-Sí, son usos y costumbres rudimentarios de la selva, de una naturaleza salvaje en la que, por ejemplo, mi hermano y yo teníamos parásitos. Tiene esa parte de propuesta de acercamiento a la Naturaleza.

-Una propuesta muy actual...

-Sí, pero hay un punto de vista naíf de la naturaleza, como si entraras por un lado y salieras por el otro con esa imagen bucólica. Yo propongo la parte salvaje, porque mamá natura no necesariamente nos ama siempre, a veces nos quiere destruir. Cuando estábamos en La Portuguesa y veías un escorpión no le abrías la puerta para que entrara: lo aplastabas porque si no sabías que en algún momento te podía picar.

-Alacranes, cocodrilos, vegetación sombría... No parece una naturaleza muy amable.

-La selva tropical te devora. En uno de los apartados cuento cómo los peones trabajan despejando el camino porque si no se cierra. Además, en la selva entra poco el sol, es todo muy umbrío, todo se pudre...

-¿Ya ha contado esas vivencias infantiles en la plantación?

-En parte sí, en Los rojos de ultramar o La última hora del último día. Pero estoy trabajando en una novela larga. Estoy muy cómodo porque es un tema que domino. Es mi manera de volver a casa.