Cuando tomábamos pipas en el El Patio

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

20 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace tiempo que no piso la Ciudad Vieja. No vivo allí, hace años que nadie a mi alrededor se casa, y casi hace los mismos años que no salgo de noche. Y tal vez por eso, porque hace tanto que no veo a mis amigas de siempre, a todas juntas quiero decir, me he acordado de aquellos veranos a la sombra de la Ciudad Vieja. Cuando subíamos la enorme cuesta con las bolsas de La Solana en el hombro, muertas de risa, con la crema de zanahoria pringosa aún en la cara, soñando con el bocadillo de jamón de La Leonesa. En ese templo del sabor hacíamos la primera parada las tardes de verano en las que después había que ir corriendo a coger el autobús. Ahora que la veo en esa esquina no ha cambiado nada, o tal vez todo, porque es verdad que desde fuera, desde la cristalera, La Leonesa parece igual, pero no he vuelto a entrar por esa inercia estúpida de abarrotarnos siempre en los mismos sitios, en esta ciudad que se mueve por modas.

Y hubo un tiempo en que la moda era sentarnos en las escaleras de la plaza de Azcárraga, en la barandilla de La Gata, o al pie de las escalinata de la Colegiata todas las noches de verano que empezaban bien. Creo que entonces todas conocimos todos los recovecos de la Ciudad Vieja, nos sabíamos de memoria cada esquina, cada portal, cada rincón oscuro y cada farola. Cuando la diversión era hablar y hablar a luz de la puerta del Concord, donde quedábamos siempre antes de iniciar aquella ruta que jamás variaba. Enfilábamos la calle Zapatería en zigzag y la noche entonces se convertía enseguida en madrugada. Aunque fuera para tomar pipas en El Patio, ese local «petado» (entonces no se utilizaba esa palabra) que era el arranque de una fiesta cuesta abajo... y cuesta arriba.

El Patio -acabo de verlo en Facebook- ha reabierto, con sus farolillos andaluces y su pequeño tablao. Y aunque no suena Modestia Aparte he visto en un vídeo a un grupo de chavales berreando el Despacito con ese salero que dan los años de facultad. De allí cruzábamos a Hydra -más pijo-, luego al de la esquina de abajo, El Paso -¿ese no era el de los rockabillies?- y al Moreta a tomar sangría (si se tercia aún jugamos una partida de futbolín. ¡No! Que ganan los del Madrid). Después, para no perderse en el camino, el destino lo marcaba Ítaca, antes de subirse al escenario en el Garufa, donde nunca cabía un alfiler. «Tú qué eres tan guapa y tan lista, tú que te mereces un príncipe o un dentista». ¿Tú vas a pedirle las copas a Pepe Doré?

 Qué noches las de Garufa, las mejores. Otros me dirán que las de La Fundación, -a ti te veo bailando a The Proclaimers- donde a los 20 me parecía que cuando entraban los de 40 era el momento de escapar. Aunque hoy creo que si entro me puedo encontrar a los mismos en la misma posición... Y eso sí que no. ¿Nos escapamos?