Arquitectos y alumnos de la UDC planean en Armenia la protección del patrimonio

MONTSE CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

CESAR QUIAN

Un grupo de profesores y estudiantes liderado por Felipe Peña acaba de regresar de Erevan donde desarrollan proyectos desde el 2013

21 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Armenia atesora las iglesias románicas más antiguas de la historia (ojo al monasterio de Geghard, «piel de gallina», dice el profesor de la Escuela de Arquitectura Óscar Pedrós) y una diáspora de ocho millones de personas que fue derramándose por el mundo masivamente después del genocidio de 1915 y hoy casi triplica la población del país. Armenia y Galicia están emparentadas. Comparten el románico, la realidad de la diáspora, el territorio -29.000 kilómetros cuadrados- y un censo algo inferior a tres millones de habitantes, aquí en el borde occidental del continente y allí en los confines orientales, ya en el Cáucaso, sin salida al mar y rodeados de países musulmanes productores de petróleo.

De este país de contrastes «al que nunca irías de vacaciones», dice la estudiante de Arquitectura Alicia Casanova, acaba de llegar un grupo de la UDC que durante 11 días trabajó con equipos franceses y locales en el marco de un convenio con la Universidad Nacional de Arquitectura y Construcción de Armenia, en Erevan, aunque su destino fue Gyumri en esta ocasión.

Hubo otras. Desde el 2013 los arquitectos Felipe Peña, Óscar Pedrós y José Luis Martínez Raído desarrollan con alumnos de Proyectos III un programa intensivo que traslada a los estudiantes a 5.500 kilómetros de A Zapateira para proponerles un problema urbano en un hábitat distinto y a escala mayor de la que están acostumbrados, y nueve días para resolverlo. Este año debían abordar la conexión entre dos áreas de Gyumri, una ciudad en los límites del imperio, en la frontera con Turquía (hoy cerrada), «fortificada por los rusos en 1850 con una malla al lado, como Ferrol, que para nosotros fue una sorpresa, yo creo que agradable, por esa retícula, muy bien hecha, planificada, que la hace muy interesante», explica Felipe Peña.

El lápiz, lengua universal

En cuatro grupos, con 16 alumnos de México, la India, Italia, Francia, Armenia, Irán y Kuwait, cada uno con su método -«los franceses mucho con ordenador, los armenios mucho a mano, y nosotros entre unos y otros», recuerda Alicia-, los cuatro gallegos enfrentaron la tensión creativa del trabajo en equipo, que hoy no dudan en señalar como el aprendizaje capital del viaje. «Ponernos de acuerdo, resolver la tormenta de ideas. Eso fue lo mejor y lo peor, y también la manera de destilar las ideas», explica José Ángel Agude. Y con frecuencia, a través de una lengua común de infinita riqueza. «Cuando aparecen las barreras del idioma, para hacerse entender utilizan el lápiz, que es la herramienta del arquitecto, rápida y concreta. Y a nivel docente también es interesante», apunta Pedrós.

En inmersión total, los chicos vivieron en los pisos de los estudiantes armenios, sin apenas tiempo libre. La estancia incluyó excursiones a las iglesias románicas, «de arquitectura hermana a la nuestra», a los barrios comunistas construidos en los 50 y 60 en la periferia de Erevan, y al monumento al genocidio, el Titsenakabert [en armenio, «la golondrina que siempre regresa»] que rinde tributo al éxodo armenio y mira al majestuoso Ararat.

A Alicia le sorprendió «la libertad del país, que estando donde está podría parecer cerrado y no lo es». A José Ángel le fascinó la huella soviética. «Después de independizarse de la URSS, en los 90, sufrieron el terremoto. Ellos no tienen petróleo y ya no llegaba dinero de Moscú. Ahora quieren parecerse al capitalismo, pero algunos echan de menos el pasado soviético... algo amargo».