¿Asientos reservados?

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

07 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Yo nunca ocupo los asientos reservados para personas con movilidad reducida. Sé que hay gente que los necesita pero no se atreve a pedirlos si están ocupados» Una tal Beatriz firma uno de los carteles que circulan en nuestros buses (en el 20, este último) y que nos recuerdan que los hacemos entre todos. Lamento decir que Beatriz debe ser de las pocas que hace tal cosa: respetar los asientos reservados a personas mayores, con alguna dificultad para moverse, o embarazadas. Enfilaba el 14 la ronda de Outeiro desde la estación de tren y lo hacía cada vez más lleno. Era un bus articulado, de esos que parece que van engullendo pasajeros hacia la parte de atrás, como si hubiese un doble fondo, que no tiene límites. Pero los hay. Al calor espantoso se sumaba la imposibilidad de encontrar ya no un asiento libre, sino casi un espacio para viajar de pie con la seguridad de poder agarrarse a una barra.

Cuando ya no cabía un alfiler, subió un anciano con bastón. Y no le quedó más remedio que buscar dónde sujetarse, porque no había asiento delante ni posibilidad de colarse hacia atrás en busca de un hueco más cómodo. Junto a él, cómodamente sentada, una chica joven. Y una embarazada. Que fue la que se levantó para ofrecer su sitio. No no, que voy bien, dice el hombre. Ella insiste. Que de verdad que no, si son unas paradas. Los dos de pie, claro, en ese tira y afloja que tanto nos gusta en este país mientras no solucionamos nada. Y entonces la chica joven gira la cabeza (estaba convenientemente absorta en la ventanilla) y ofrece también su asiento, que no se había fijado, dice. La chica, obviamente, no era Beatriz la del cartel, ni se le había pasado por la cabeza mirar los dibujos que indican para quién son los asientos reservados. El señor, por cierto, no se sentó... y la embarazada tampoco: ambos hicieron el resto de su viaje de pie, uno al lado del otro como dos pasmarotes, con su barriga y su bastón reflejados en uno de esos dibujos que tan claro dejan para quién son los asientos. Tiene razón Beatriz: no cuesta tanto dejar esos sitios libres en cuanto se abre la puerta y sube gente, para que nadie tenga que pasar el apuro de pedir el lugar que le corresponde.

Ocurrió en esa línea y en hora punta, pero me temo que es generalizado: que se lo digan a los mayores que cogen algún bus de los que frecuentan los adolescentes que van a clase. Esos que se sientan de dos en dos, o que dejan las mochilas en el pasillo. Seguro que los hay, pero yo no he visto ni al primero ceder un asiento a una persona mayor. No es mal de jóvenes: todos parecemos caer alguna vez en la tentación de mirar por la ventana como si lo que ocurre dentro del bus no fuese con nosotros.