La seducción de Rottenmeier

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

22 may 2017 . Actualizado a las 23:22 h.

Era una anciana de gesto severo, duro. Se sentó en el patio de butacas de aquel auditorio alemán y mantuvo su mirada estricta sobre el escenario, escrutando a los músicos. Más bien, advirtiendo a los músicos: «A ver lo que hacéis, que no os voy a pasar ni una». Cuando llevaba un rato escuchando la primera obra, frunció el ceño, arrugó el entrecejo y empezó a negar con la cabeza, lamentando claramente lo que estaba oyendo. Con su vestido negro, sus pequeñas lentes encajadas sobre la nariz y la mala leche afilando su perfil, aquella mujer era el vivo retrato de la Señorita Rottenmeier, la adusta institutriz de Heidi.

Solo que esta era aún peor que Rottenmeier, porque no era una, sino dos. En la butaca de al lado, su gemela contemplaba las evoluciones de los músicos con idéntico rictus exigente y colérico. Las dos hermanas cruzaban de vez en cuando las miradas mientras meneaban la cabeza al compás: «¡Nein, nein!». Era obvio que Ginastera no las convencía. Pero llegó el turno de Rachmaninov. La primera de las Rottenmeier, la más crítica e implacable, seguía con aquella expresión amenazadora enfocada en el escenario. Sin embargo, algo parecía haber cambiado porque comenzó a pulsar el aire como si tocase las teclas de un piano imaginario y, poco a poco, sus gestos de negación con el moño pasaron a ser afirmativos. Cuando se acabó la obra miró a su hermana y, sin mediar palabra, una y otra asintieron con la cabeza como diciendo: «Esta vez no queda otro remedio que aplaudir». Y lo hicieron hasta con cierta convicción.

Falla fue la tercera prueba. Después de cinco minutos de El sombrero de tres picos, del aspecto duro e impertinente de las Rottenmeier apenas quedaban los vestidos negros. Sus rostros habían mutado en felicidad. Seguían el ritmo de la música con cabeza y pies, botaban en el asiento sin el menor disimulo, y cuando el director, Víctor Pablo Pérez, bajó por fin la batuta, prorrumpieron en gritos de júbilo que, aun con un marcado acento de Hannover, venía a decir claramente «¡bravo, bravo!».

La seducción de las Rottenmeier por parte de la Sinfónica de Galicia tuvo lugar el 19 de enero de 1995, con motivo del debut europeo de la agrupación, consumado en una intensa gira de diez días por Alemania y Austria. La orquesta coruñesa tenía apenas tres años de vida, pero un augurio preclaro emanó de aquel concierto en la Kuppelsaal de Hannover: si los músicos habían sido capaces de alterar así el humor de las inefables institutrices teutonas, sin duda tenían por delante un futuro esperanzador. Han pasado 22 años desde aquel día, y un cuarto de siglo contempla ya a la Sinfónica y confirma aquella premonición. Danke, Fräulein!